jueves, 23 de diciembre de 2010

Final de trayecto


Un libro, sus hojas llenas de recios sustantivos y adjetivos precisos, espera para abrazarle. En un cine, imágenes se desbordan en espera de emocionarle. Una música antigua, la que siempre le conmovió, espera ser oída de nuevo. Mas él - viejo, solo, cansado- ya nada espera: tan sólo que los días no dejen huella ni las horas herida.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Poesía necesaria



Seguramente los más grandes escritores son poetas, aunque algunos escriban en prosa. Consiguen algo muy difícil: expresar lo que quieren decir con las palabras justas; nada sobra ni falta: vocabulario rico sin caer en el barroquismo amanerado, sencillez sin reduccionismo expresivo. Así, García Márquez al referirse a un bar en donde remojaban sus madrugadas juveniles: "Era el desayunadero de los grandes amanecidos". En "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar: "Con el paso del tiempo, la máscara se convierte en rostro".
Desafortunadamente, cierta poesía hermética, ininteligible, que parece necesitar códigos secretos para ser interpretada, ha conseguido alejar a muchos lectores potenciales dirigiéndolos a otras lecturas más accesibles.
Ahí van dos ejemplos de una estupenda poesía que huye de la retórica vacía: el catalán Joan Margarit, y la joven gaditana Raquel Lanseros.


"La muchacha del semáforo"
Tienes la misma edad que yo tenía
cuando empezaba a soñar en encontrarte.
No sabía aún, igual que tú
no lo has aprendido aún, que algún día
el amor es esta arma cargada
de soledad y de melancolía
que ahora te está apuntando desde mis ojos.
Tú eres la muchacha que yo estuve buscando
durante tanto tiempo cuando aún no existías.
Y yo soy aquel hombre hacia el cual
querrás un día dirigir tus pasos.
Pero estaré entonces tan lejos de tí
como ahora tú de mí en este semáforo.
Joan Margarit



BEATRIZ ORIETA
Maestra nacional
(1919-1945)

Los niños corren y saltan a la comba.
Beatriz Orieta pasea junto a Dante
sorteando los pupitres
[en medio del camino de la vida...]
Tiene litros de frío mojándole la espalda.
Apenas pueden nada contra él
los míseros tizones del brasero oxidado.

Entran al aula los gritos infantiles,
huelen a tos y a hambre.
Algunas veces,
Beatriz Orieta casi no contiene
las ganas de llorar
y mira las caritas sucias afanándose
en recordar las tildes de las palabras llanas.

Prosigue Dante todo el día musitando
en el oído de Beatriz Orieta
[...amor que mueve el sol y las estrellas].

Ella siente de veras
que otro mundo es posible
al lado de este mundo gris y parco.

Contra el lejano sol
del lejano crepúsculo
dos amantes se miran a los ojos.
Beatriz Orieta está
apoyada en su hombro.
Los álamos susurran las palabras de Dante.
Los amantes son túneles de luz
a través de la niebla.
Los besos puros son las amapolas
de un cuadro de Van Gogh.

Pasa el invierno lento como pasa un poema.

Pasan el frío andrajoso, la fiebre y el esputo
y toman posesión del blanco cuerpo
igual que las hormigas invadiendo
esas migas de pan abandonadas.

Sesenta años después, entre las ruinas verdes
leo un descanse en paz envejecido
sobre la tumba de Beatriz Orieta.

El silencio es de mármol.
El silencio
es la respuesta de todas las preguntas.

Unos metros más lejos, hace sólo dos años
yace también el hombre
que, apoyado en el hombro de Beatriz Orieta,
dibujó un corazón sobre un tiempo de hiel.

¿Qué más puedo decir?
Que la vida separa a los amantes
ya lo dijo Prévert.
Pero a veces la muerte
vuelve a acercar los labios
de los que un día se amaron.
Raquel Lanseros


martes, 23 de noviembre de 2010

Ruperta



" Ponme un vino, pronto, que tengo que ir a sacar a Ruperta del armario. Este mediodía comió una barbaridad, si no la despierto no da señales de vida hasta la noche; dame mucho que hacer, pero ye muy cariñosa y llena mucho la casa. Y lista como un rayo, nun ye como los perros que dícesis una cosa y fáinla: esta piensa lo que-y mandas unos segundos, o un par de minutos, y luego fay lo que-y da la gana. Dame más conversación que muchos parientes. Echoi siempre pienso de comer, de los restos de comida nun me fío, siempre pueden llevar algún hueso. Na más que me echo en la cama, súbese encima las sábanas y, si ta puesto en la tele algún documental de animales y sal algún bicho muy raro, pon la patuca por delante pa tapase; y eso que lleva seis años conmigo. Pongoi de comer cuatro veces al día y ta gorda como un gocho: pesará seis o siete kilos. Bueno, marcho a despertala, que si no nun me pega ojo de noche. Nun sé si la adopté yo a ella o ella a mí".

Mensaje en una botella


"Había llegado a ese momento en el que, para todo hombre, la vida es una derrota aceptada" (Marguerite Yourcenar, "Memorias de Adriano").

jueves, 16 de septiembre de 2010

"El pisito"



Estaba en una sidrería de la calle Gascona de Oviedo, ventilando un poco el alma, cuando entró Pepe Vinyuela; llevaba un libro bajo el brazo ("Las correcciones", de Jonathan Franzen) y se sentó a comer. En un principio, dudé de que pudiese hacerlo con calma, dada la popularidad que la televisión otorga a quienes tienen en ella alguna serie de éxito, pero la gente se comportó con un tacto exquisito, y sólo le solicitó fotos y autógrafos cuando Vinyuela se disponía a marchar. Como derrochó simpatía y amabilidad, decidí ir a ver la obra que representaba en el teatro Filarmónica.


Se trata de la adaptación de un trabajo de Rafael Azcona, "El pisito", que había llevado al cine el director Marco Ferreri. En la película (año 1958), José Luis López Vázquez, ante la imposibilidad de comprar un piso en propiedad, decide casarse con su anciana casera, esperando que ésta fallezca pronto para así heredar. Envuelto en un manto de comedia, el relato esconde, como todos los de Azcona, una visión ácida y plena de lucidez de la realidad social del país. Pepe Vinyuela hace el papel de López Vázquez y la entrañable Asunción Balaguer (viuda del gran Paco Rabal ) el de la anciana.



El teatro estaba lleno y lo pasamos muy bien con un espectáculo enemistado con las segundas tomas y los efectos especiales.


martes, 27 de julio de 2010

La caída del imperio americano



Que todos los imperios terminan desapareciendo es algo de sobra conocido; los españoles somos unos de los beneficiados por ese acto justiciero de la Historia. Aunque las señas de identidad de estos engendros sean comunes: expolio, rapiña, genocidio, aniquilación de culturas, en definitiva todas esas maravillas que hacían decir a Pablo Neruda "sucede que me canso de ser hombre", pocos como el actual imperio americano han exhibido una prepotencia ignorante tan ilimitada. Al menos los romanos eran conscientes de la altura cultural de los griegos y obraban en consecuencia, poniendo a éstos al frente de la educación de sus hijos (con lo cual no sólo reconocían la valía de los dominados, sino que demostraban respeto por la cultura).


Los síntomas que nos hacen presagiar la inminente caída del imperio de las hamburguesas y cocacolas no los encuentra uno en los atolladeros de Wall Street (a estas alturas de la megacrisis, está claro que nadie sabe una palabra de economía), ni en la confusa política exterior del bienintencionado Obama, ni tampoco en las predicciones del pulpo Paul.


La evidencia la hallamos en la foto de arriba, de unos soldados americanos en Afganistán: contemplemos el uniforme de campaña del soldado de la izquierda, con esos luminosos calzoncillos, y su colega de al lado, en su relajada postura apoyando lateralmente la zapatilla de deporte.


Aunque no somos escritores, que saben de la importancia del detalle, ni filósofos, que consiguen ver la idea en el fenómeno, tenemos claro que la pérdida de las formas es el comienzo de la decadencia de todo lo demás.


Y es que las guerras ya no son lo que eran, que diría el añorado Gila.

martes, 29 de junio de 2010

Maestro Llach


La música, la lectura y el cine forman una trinidad cultural y laica sin las que no podría sobrevivir. Poco antes de padecer el lamentable servicio militar -algo que a los jóvenes, afortunadamente, les sonará a chino- tuve la suerte de conocer la existencia de un músico catalán llamado Lluís Llach. Por aquellos tiempos, el simple hecho de cantar en tu lengua materna era motivo de prohibiciones, persecución y, como en el caso de este cantautor, frecuentes exilios. Salidas obligatorias de un país que, en el fondo, eran certificados de buena conducta (algo así como los vituperios del Vaticano respecto a Saramago). De aquella época en la que manejé un fusil y una ametralladora - una imagen simétrica a la del Papa con una pala y una carretilla-, es el disco de Llach "Campanades a morts", inspirado en el asesinato de unos obreros, reunidos en una iglesia de Vitoria, a manos de la policia; un asesinato, por cierto, todavía no resuelto en esta mascarada de democracia que habitamos.
La música siempre me ha llegado por canales irracionales, fuera de circuitos lógicos, de ahí su gran capacidad para transmitirme sensaciones, emociones, potenciar estados de ánimo, mitigar tristezas, exacerbar euforias, con una sutilidad para llegar a lo más recóndito de nuestro interior que difícilmente logran otras disciplinas artísticas. De ahí que lo que más valoro cuando oigo un disco es lo puramente musical, por encima de las letras de las canciones. En el caso de Llach, encontré una gran sensibilidad, apoyada en una voz plena de fuerza y matices, que tan pronto susurraba ternuras como rugía huracanada, con una gran base musical y una actitud ética irreprochable; un músico capaz de entonar pegadizos himnos antifranquistas tanto como melodías de inspirado lirismo.
De sus primeros años es esta preciosa canción de amor (como afortunadamente no la voy a tararear, pongo la letra):


QUE TENGAMOS SUERTE
(QUE TINGUEM SORT)

Si me dices adiós
quiero que el día sea limpio y claro,
que ningún pájaro
rompa la armonía de su canto.

Que tengas suerte
y que encuentres
lo que te ha faltado en mí.

Si me dices te quiero
que el sol haga el día mucho más largo,
y así robar
tiempo al tiempo de un reloj parado.

Que tengamos suerte,
que encontremos
todo lo que nos faltó ayer.

Que mañana faltará el fruto de cada paso
para ganar lo que todos hemos
esperado estos años.
Cada paso nos acerca más al mañana
y por esto a pesar de la niebla, hay que andar.

Si vienes conmigo
no pidas un camino llano
ni estrellas de plata
ni una mañana llena de promesas,
solamente
un poco de suerte
y que la vida nos dé un camino
bien largo.

Es bien sabido que los catalanes son los habitantes del Estado Español más vilipendiados: avaros, separatistas, egoístas, instigadores del asesinato de Kennedy...incluso desde autonomías como la nuestra, en la que el grandonismo nos lleva a afirmar que "España ye Asturias, y lo demás tierra conquistada". A partir de un nacionalismo centralista, que quiere negar todas las ricas diversidades - aunque, eso sí, idolatrando un país tan federalista como EE.UU.- se llega al absurdo de censurar que un catalán hable la lengua catalana en Cataluña. De los primeros tiempos es esta otra canción:


VENIMOS DEL NORTE, VENIMOS DEL SUR...
(VENIM DEL NORD, VENIM DEL SUD...)

Venimos del norte
venimos del sur
de tierra adentro
de allende el mar
y no creemos en fronteras
si un compañero está detrás
con sus dos manos abiertas
a una mañana liberado.
Y caminamos para poder ser
y queremos ser para caminar.

Venimos del norte
venimos del sur
de tierra adentro
de allende el mar
y no nos conduce ninguna bandera
que no se llame libertad,
la libertad de vida plena
que es libertad para los míos.
Y queremos ser para caminar
y caminar para poder ser.

Venimos del norte
venimos del sur
de tierra adentro
de allende el mar
y no sabemos himnos triunfales
ni marcar el paso con el vencedor,
que si el combate es sangriento
nos avergonzaremos de la sangre vertida.
Y queremos ser para caminar
y caminar para poder ser.

Venimos del norte
venimos del sur
de tierra adentro
de allende el mar
serán inútiles las cadenas
de un poder siempre esclavizante
porque es la vida misma
la que nos obliga a dar cada paso.
Y caminamos para poder ser
y queremos ser para caminar.

Finalmente, una obra maestra absoluta: "Viatge a Itaca", basada en un poema de Constantino Kavafis. La re-evolución personal como motor de vida. La letra de la primera parte es de Kavafis, la segunda y tercera de Llach:




ITACA


I
Cuando salgas para hacer el viaje hacia Itaca
has de rogar que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de conocimiento.
Has de rogar que sea largo el camino,
que sean muchas las madrugadas
en las que entres en un puerto que tus ojos ignoraban,
que vayas a ciudades a aprender de los que saben.
Ten siempre en el corazón la idea de Itaca.

Has de llegar a ella, es tu destino
pero no fuerces nada la travesía.
Es preferible que dure muchos años
que seas viejo cuando fondees en la isla
rico de todo lo que habrás ganado haciendo el camino
sin esperar a que dé más riquezas
Itaca te ha dado el bello viaje
sin ella no habrías salido.
Y si la encuentras pobre, no es que Itaca
te haya engañado.
Sabio como muy bien te has hecho
sabrás lo que significan las Itacas.

II

Más lejos, tenéis que ir más lejos
de los árboles caídos que os aprisionan.
Y cuando lo hayáis conseguido
tened bien presente no deteneros.

Más lejos, siempre id más lejos,
más lejos del presente que ahora os encadena.
Y cuando estéis liberados
volved a emprender nuevos pasos.

Más lejos, siempre mucho más lejos,
más lejos del mañana que ya se acerca.
Y cuando creáis que habéis llegado,
sabed encontrar nuevas sendas.

III

Buen viaje para los guerreros
que a su pueblo son fieles
favorezca el Dios de los vientos
el velamen de su barco
y a pesar de su viejo combate
tengan placer de los cuerpos más amantes,

Llenen redes de queridos luceros
llenos de aventuras, llenos de conocimiento.
Buen viaje para los guerreros
si a su pueblo son fieles
y a pesar de su viejo combate
el amor llene su cuerpo generoso
encuentren los caminos de viejos anhelos
llenos de aventuras, llenos de conocimiento.

lunes, 21 de junio de 2010

José Saramago




"El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir": así comenzaba su discurso de recepción del Nobel el escritor portugués José Saramago, refiriéndose a su abuelo. De familia humilde, hijo de campesinos, su sencillez y profunda humanidad se nos mostraba como una especie de "anti-Cela"; el reconocimiento de la academia sueca le sirvió de amplificador para sus ideas siempre comprometidas con las causas de los más desfavorecidos.



Entre sus libros están "El Evangelio según Jesucristo", una obra en la que humaniza la figura de Jesús, y que sufrió la censura del gobierno de su propio país, vetándola en un certamen europeo, lo que desencadenó el exilio de Saramago llevándolo a vivir a Lanzarote; "Ensayo sobre la ceguera", "Todos los nombres" y " El hombre duplicado" -una especie de trilogía casual- sobre el problema de identidad en el ser humano, de tintes kafkianos (un escritor, Kafka, por el que el escritor portugués sentía devoción), "Alzado del suelo", crónica de revueltas campesinas en el Alentejo, "La caverna", en la que incide en la despersonalización del individuo con una historia de artesanos y megacentro comercial, " El año de la muerte de Ricardo Reis", sobre el gran escritor portugués Fernando Pessoa, "La balsa de piedra", "El viaje del elefante", "Caín"...



La mayoría de su obra es de lectura laboriosa, en cuanto a la forma y al fondo: los temas buscan la reflexión del lector y suelen resultar inquietantes y perturbadores; en cuanto a la forma, solía huir de la puntuación y de las letras mayúsculas, lo que en ocasiones puede resultar fatigoso. En definitiva, reclama una lectura atenta y creativa, de diálogo autor- lector, que remueve interiores. De profundas convicciones políticas, solía comentar que "si las circunstancias forman al ser humano, consigamos que las circunstancias sean lo más humanas posibles". Suyo es también el comentario: "¡Qué cantidad de pobres tiene que haber para hacer un rico!".



Compañero desde hacía muchos años de la periodista andaluza Pilar del Río, que ejercía la labor de traductora de sus libros, con su fallecimiento no sólo desaparece un gran escritor, sino una persona honesta y coherente, de las que tan necesitados estamos.



Para iniciarse en su lectura, yo recomendaría el libro "Memorial del convento", una preciosa historia de amor: ambientado en la época medieval, con la Inquisición de por medio, nos presenta la construcción de un convento y el protagonismo del ser humano humilde y sus duras condiciones de vida, una constante en la narrativa de este escritor que recibió como penúltimo elogio el vituperio del Vaticano.






viernes, 28 de mayo de 2010

La abuela Esther




Eduardo Galeano es un excelente escritor uruguayo de quien ya puse algo en este popular blog; ahí va uno de sus relatos, una pequeña joya:






"La abuela Esther"






La última vez que la abuela viajó a Buenos Aires llegó sin un diente, como un recién nacido. Yo hice como que no lo notaba. Graciela me había advertido, por teléfono, desde Montevideo: "Está muy preocupada. Me preguntó: ¿No me encontrará fea Eduardo?".



La abuela estaba hecha un pajarito. Los años iban pasando y la encogían. Salimos abrazados del puerto. Le propuse un taxi. -"No, no- le dije. No es porque crea que te vas a cansar. Yo sé que vos aguantás. Es que el hotel queda muy lejos, ¿entendés?". Pero ella quería caminar.



-"Escuchame, abuela- le dije. Por aquí no vale la pena. El paisaje es feo. Esta es una parte fea de Buenos Aires. Después, cuando hayas descansado, vamos a ir juntos a caminar por los parques". Se detuvo, me miró de arriba a abajo. Me insultó. Y me preguntó, furiosa: "¿Te creés que yo miro el paisaje, cuando camino contigo?". Se colgó de mí. "Me siento agrandada- me dijo- bajo el ala tuya". Me preguntó: " ¿Te acordás cuando me llevabas alzada, en el sanatorio, después de la operación?". Me habló de Uruguay, del silencio y del miedo. "Está todo tan sucio. Está tan sucio todo". Me habló de la muerte: "Yo voy a reencarnar en un abrojo. O en un nieto o bisnieto tuyo, yo voy a aparecer". -"Pero, vieja- le dije-. Si usted va a vivir doscientos años. No me hable de la muerte, que usted tiene para mucho todavía. "No seas perverso" me dijo. Me dijo que estaba harta de su cuerpo. "Dos por tres, le digo a mi cuerpo: no te soporto; y él me contesta: y yo tampoco". "Mirá", me dijo, y se estiró el pellejo del brazo. "¿Te acordás cuando te estaba matando la fiebre en Venezuela, y yo me pasé la noche llorando en Montevideo, sin saber por qué? Todos estos días yo le venía diciendo a Emma: Eduardo no está tranquilo. Y me vine. Y ahora pienso que no estás tranquilo".



La abuela estuvo unos días y se volvió a Montevideo. Al tiempo, le escribí una carta. Le escribí que no se cuide, que no se aburra, que no se canse. Le dije que yo bien sé de dónde viene el barro con que me hicieron. Y después me avisaron que había tenido un accidente. La llamé por teléfono. "Fue culpa mía- me dijo- Me escapé y me fui caminando hasta la Universidad, por el mismo camino que antes hacía para verte. ¿Te acordás?. Yo ya sé que no puedo hacer eso. Cada vez que voy, me caigo. Llegué al pie de la escalera, y dije, en voz alta: Aroma del tiempo, que era el nombre del perfume que una vez me regalaste. Y entonces me caí. Me levantaron y me trajeron aquí. Creyeron que me había roto algún hueso. Pero hoy, no bien me dejaron sola, me levanté de la cama y me escapé. Salí a la calle, y dije: Yo estoy bien viva y loca, como él me quiere".



En los últimos años, la abuela se llevaba cada vez peor con su cuerpo. Su cuerpo, cuerpo de arañita cansada, se negaba a seguirla. "Menos mal que la mente viaja sin boleto", decía. Yo estaba en España, en mi segundo exilio. En Montevideo, la abuela sintió que había llegado la hora de morir. Antes de morir, quiso visitar mi casa. Con cuerpo y todo. Llegó en un avión, acompañada por mi tía Emma. Viajó entre nubes, entre olas, convencida de que iba en barco; y cuando el avión atravesó una tormenta, creyó que andaba en carruaje, a los tumbos, sobre el empedrado. Estuvo un mes en casa. Comía papillas de bebé y robaba caramelos. En plena noche se despertaba y quería jugar al ajedrez o se peleaba con mi abuelo muerto hacía cuarenta años. A veces intentaba alguna fuga hacia la playa, pero se le enredaban las piernas antes de llegar a la escalera. Al final, dijo: "Ahora ya me puedo morir". Me dijo que no iba a morirse en España. Quería evitarme los líos burocráticos, el traslado del cuerpo y todo eso: dijo que ella bien sabía que yo odiaba los trámites. Y se volvió a Montevideo. Visitó a toda la familia, casa por casa, pariente por pariente, para que todos vieran que había regresado de lo más bien y que el viaje no tenía la culpa. Entonces, a la semana de llegar, se acostó y se murió. Los hijos echaron sus cenizas bajo el árbol que ella había elegido.



A veces, la abuela viene a verme en sueños. Yo camino al borde de un río, y ella es un pez que me acompaña deslizándose, suave, suave, por las aguas.






Dan ganas de leer todo lo de este autor que caiga en nuestras manos. Y, por supuesto, de no escribir ni un relato más.












martes, 18 de mayo de 2010

Día de Internet





Hace unos seis años fui por primera vez al telecentro de Candamo a devolver un paraguas. Sigo llamándolo "Telecentro" a pesar de que hace tiempo que estos espacios se llaman de otra forma más complicada, porque a las cosas que queremos les solemos mantener el nombre con el que las conocimos. Por aquellos tiempos, mi estancia en esos lugares devenía tan insólita como la de un libro en un programa de Gran Hermano (título que, por cierto, está sacado de la obra "1984" de George Orwell). No podía imaginar por entonces que la amistad de quien me había hecho el préstamo iba a suponer un paraguas mucho más grande y providencial frente a las tormentas de la vida.




Recordaba esto el domingo pasado mientras celebrábamos el Día de Internet con un recorrido de unos ocho kilómetros por unos paisajes preciosos, mediante el uso del GPS, con paradas estratégicas, adivinanzas para todos (incluídos los más "peques") ... en una actividad conocida como "geocaching" (sí, lo juro). Un trayecto en el que se practicó con estilo el arte de compartir, derribando muros y creando puentes, en el que las diferencias de edad se difuminaban a golpes de generosidad y de respeto. Se trataba de encontrar un tesoro -aunque teníamos claro que el tesoro ya nos acompañaba desde que comenzamos la ascensión-, con un grupo de personas que confirmaban la metáfora de Eduardo Galeano respecto a los patos (unas veces van unos delante, luego otros, y todos son importantes).




El camino, que eventualmente nos distanciaba, reforzaba nuestras coincidencias. Complicidad, simpatía, colaborar en vez de competir: nada nuevo pero, por obvio, muy a menudo olvidado.




Ya estamos deseando repetir la experiencia; esperemos que el sol vuelva a visitarnos (aunque no se pueda vivir sin paraguas).

lunes, 17 de mayo de 2010

13.266.126,12


La cifra del título no corresponde al sorteo de la primitiva. Tampoco es el número de teléfono de Elsa Pataky. Se trata- pasmémonos, si aún no hemos perdido esa capacidad- de la partida presupuestaria mensual destinada a financiar a la Iglesia, en un país gobernado o así por un partido que se pretende socialista y de izquierdas, al cual hostigan, con habitual regularidad, jerarcas de esa secta mediante algarabías callejeras, agarrados del brazo de la oposición.

Machismo, homofobia, reaccionarismo, tibieza en la condena de la pederastia interna, riqueza escandalosa, son algunas de las lindezas de esta institución, que convoca la resignación en los excluídos durante su estancia en el más acá con la promesa de ser premiados en un más allá incierto.
Una secta que al triunfar pretende convertirse en guardián de todas las esencias y vigilante estricto de la moral privada, con una biografía lamentable de imposición de dogmas y vergonzoso compadreo con el poder por más siniestro que éste sea.

Su delirante pretensión de tener línea exclusiva (supongo que a cobro revertido) con el Todopoderoso - no me refiero a Florentino Pérez- y de ejercer su representación en la Tierra es un disparate análogo a otorgar el puesto de Directora de la Biblioteca Nacional a Belén Esteban.

Curiosamente, no hay noticia de que el gobierno piense reducir el déficit mediante ajuste alguno en este apartado. Salarios, pensiones, cultura, sanidad, el llamado estado de bienestar se va al garete antes que tocar los privilegios de este grupo que hace de las cuestiones espirituales una inversión en Bolsa.

viernes, 14 de mayo de 2010

"Couldina"



Empujó la puerta con suavidad; como todas las mañanas, la sonrisa franca de Ana le daba los buenos días:

-"¿El Mundo, La Razón, ABC...?"

-"¡Qué ganas tienes de comedia! ¡Anda, dame La Voz de Asturias!"

-"¿Qué tal de prejubilao? ¿No te aburres?"

-"¡Qué va! Teniendo aficiones, imaginación... Por ejemplo, ahora mismo cojo el periódico y me voy a leerlo a un banco del parque"

-"Bueno. ¿Y mañana?"

-"Imaginación: cojo el periódico y lo leo en otro banco distinto".

-"¿Ya recuperaste de la gripe?"

-"Claro. De eso hace ya tres meses. Por cierto, gracias a la "Couldina" que me pasaste".

-"Siempre me pregunto por qué, teniendo al lado de casa un quiosco de prensa, te desplazas tan lejos para comprar el periódico"

-"Recomendación médica"

-"¿Caminar?"

-"No, verte a diario"

-"Eres un caso"

-"Y estoy en el ocaso. ¡Hasta mañana!"

-"¡Hasta mañana!"

Dos horas más tarde, un grupo de jubilados percibió a un hombre tendido en un banco del parque. Cuando se presentó el médico, sólo pudo certificar su fallecimiento. En los bolsillos llevaba, junto a la cartera y el carnet de socio del Sporting de Gijón, un tubo vacío de "Couldina".
























































































miércoles, 12 de mayo de 2010

Kafka y la muñeca viajera




Es una anécdota conocida, al menos entre aquellos que estamos poseídos por el "vicio" de la lectura. Parece ser que el gran escritor checo Franz Kafka estaba un día paseando por el parque berlinés de Steglitz acompañado de su pareja, cuando oyeron llorar a una niña. Al preguntarle los motivos de su llanto, ésta les respondió que había perdido su muñeca. "¡Qué va, se ha ido de viaje!", le contestó Kafka. "¿De viajeee...? ¿Y tú cómo lo sabes?". "Porque me ha escrito y me lo ha dicho"."¿Y dónde está la carta?". "La tengo en casa". "Pues tráemela para que pueda leerla". "Ven mañana al parque y te la traeré. La leeremos juntos".
Aquella noche escribió la carta y se la enseñó a la niña al día siguiente. Le contaba que quería ver mundo, y que le perdonase por no habérselo dicho. La niña se mostró interesada en el viaje, haciéndole muchas preguntas. Él siempre le respondía: "Precisamente eso es lo que me cuenta en la carta de hoy". Durante un montón de semanas, hizo viajar a la "niña-muñeca", conocer a otro muñeco guapísimo, que le gustaba mucho....hasta que al pasar el tiempo la niña perdió el interés; entonces, Kafka "casó" a la muñeca y la envió a un país lejano, mientras que avisaba que no escribiría más. Esta anécdota la cuenta Paul Auster en uno de sus libros, creo que en "Brooklyn Follies". También la utiliza el escritor Jordi Sierra i Fabra en su obra juvenil "Kafka y la muñeca viajera".
Los libros de Kafka han sido siempre objeto de múltiples interpretaciones: autor que reflexiona sobre la alienación del ser humano, analista de los entresijos del poder, existencialista....Seguramente la escritura del checo es todas estas cosas y otras más; la anécdota del parque da un toque de ternura a la imagen pública del creador de una obra tan influyente como inquietante.
Para terminar, las recomendaciones del día, para mis lectores de allende el Pacífico: un libro, "El proceso", de Kafka: el individuo, en manos del absurdo poder arbitrario; una música, la canción "River of tears" (qué se va a hacer, uno es genéticamente melancólico) del gran Eric Clapton; finalmente, una película: "Tiempos modernos", una obra genial de un genio, Charles Chaplin: humor, ternura, reflexión, análisis del presente y anticipación del futuro, sensibilidad con mayúsculas, el ser humano cono referencia constante... en definitiva, el no va más. Debería ser de visión obligada en las escuelas.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Desencuentros

En "El extranjero" de Albert Camus, el protagonista Mersault asesina a un hombre. Motivos: que hacía mucho calor. Y lo mata, paradójicamente, con la mayor frialdad del mundo.
Los mecanismos íntimos que nos hacen reaccionar de una u otra manera siguen siendo, pese a todos los avances científicos y tecnológicos, un misterio. Leo en el último libro de la biblioteca pública, "La bailarina y el inglés" de Emilio Calderón - finalista del Planeta y, sin embargo, un libro estimable- este proverbio: "La familiaridad produce deprecio". Es, naturalmente, inglés: el carácter adusto, la moderación expresiva, el trato distanciado, los sentimientos hibernados u ocultos bajo el ropaje de las formas correctas, son signos prototípicos del anglosajón. No causa por lo tanto sorpresa este aforismo cargado de misantropía.
Aun en las antípodas de esa forma de existir, los latinos decimos más o menos lo mismo: "La confianza da asco". ¿Qué hace al ser humano embestir a lo cercano, incluso a lo cálido y amable, y poner un manto de rosas al paso de lo distante? Ni idea.
Los neurofisiólogos nos hablarían de sinapsis, enzimas, hormonas; los psicoanalistas teorizarían sobre infancias, traumas, vacíos existenciales; los sociólogos, dirigirían su mirada al entorno vital y sus circunstancias. Si bajamos a un terreno menos intrincado, un preparador físico nos dirá que todo estímulo demasiado frecuente o que no varía su complejidad , al cabo de cierto tiempo no produce una respuesta (no entrena ) en el entrenado. Quizá sea este último y humilde punto de vista el que más se acerque a la realidad: finalmente, depreciamos (no valoramos) lo que tenemos demasiado visto. El gran Marx (Groucho) parecía saberlo muy bien cuando, en una de sus frases memorables, avisó a la excelente Margaret Dumont de que iba a azotarla con el abanico de su indiferencia.
Afortunadamente, existen también - y mucho- relaciones de amistad (ese amor no posesivo) en las que el cariño convive en buena armonía con el respeto y la admiración. Pasa uno varios días sin ver a esa gente y nos falta todo.
Finalmente, mis recomendaciones de hoy para los que me leen allende los Pirineos: una música, la melodía de la película "Somewhere in time", envolvente como todas las del gran John Barry. Un libro, "La peste" del excelente Albert Camus, que incluso podemos leer como metáfora de lo que está cayendo. Por último, una película: "Dersu Uzala", de Akira Kurosawa; una preciosa historia de amistad entre un cazador de la taiga siberiana y un topógrafo militar.


P.D. : ¿Para cuándo un Navarro Óptico que nos enseñe de verdad a ver mejor lo que tenemos al lado?

martes, 4 de mayo de 2010

En la playa



Desde la carretera, miró la playa: la arena había desaparecido bajo un manto de cuerpos que compartían la tortura de un sol candente y el deseo de ganar un color que el mes de octubre había de llevarse. Bajando las escaleras, atisbó un hueco a mano derecha; una chica mascaba un chicle, enfrascada en la lectura de un libro.


- "¿Puedo...?"


- "¡Claro! ¡La playa no es mía!"


"Miles de personas y me voy a poner al lado de la más borde ", pensó él. Extendiendo la toalla, contempló el paisaje: sombrillas, niños, tumbonas, barrigas cerveceras; unas chicas en top-less centraban la atención de un grupo de jubilados, acodados en la barandilla del paseo.


- "¿Vienes a menudo?" ( nada más decirlo, se arrepintió de usar algo tan trillado).


- "A diario, mientras que pueda leer", contestó ella, sin despegar la vista del libro.



A lo lejos, un velero navegaba perezoso bajo la entrometida mirada de una bandada de gaviotas. Por unos momentos, el muchacho quiso ser gaviota, quiso ser velero, incluso quiso no ser. Un cansancio venido de muy dentro lo desolaba. Pensó en la metáfora social de Eduardo Galeano sobre los patos: vuelan en V, todos tienen su momento de ir delante, todos tienen su momento de ir detrás, todos son importantes.

-"Perdona". La chica había cerrado el libro, dejándolo a un lado.

-"¿Sí?"

-"Discúlpame, estoy pasando una mala racha"

-"No te preocupes, sé lo que es eso"

-"Mis viejos se separaron el mes pasado, y ayer lo dejamos Rafa y yo"

-"Rafa... ¿tu novio?"

-"¡ No, Rafa Nadal! ¡Pues claro que mi novio!"

-"Las relaciones de pareja no son fáciles"

-"Eso mismo me dijo mi madre. Al menos ellos duraron 19 años..."

-"Yo lo tengo más difícil", dijo incorporándose. "¡A veces me dan ganas de tirar la toalla...!" exclamó cogiéndola por una esquina y sonriendo.

-"Pues cualquier chica podría enamorarse de tí"

-"Ya tengo pareja" dijo el chico con timidez. "Me voy; que tengas suerte", indicó.

-"Espera; me llamo Ana, ¿y tú?"

-"Yo, Pablo"

-"¿Y tu pareja?"

-"Se llama Jorge", dijo mientras comenzaba a alejarse.

En tres zancadas, Ana alcanzó a Pablo y le besó : un beso hecho con los restos de un naufragio de dos almas gemelas, solas en un mar de soledades, en la era de Internet.







lunes, 3 de mayo de 2010

La música del azar



"La música del azar"

El muchacho pedalea, obsesivo y febril. Aún recuerda aquella tarde en la que, buscando el río, el sonido de una melodía de amores contrariados ("ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo..") le llevó a la casa y se encontró navegando en unos ojos de luz y lejanías.
Entre tanto, frente al espejo, ella examina su aspecto, complacida. Entonces el ruido de la bicicleta la empuja hacia el porche, toma un libro y, sentándose de cualquier manera, improvisa la actitud de la lectura.
Con gesto ensayado, desenvuelto, el joven salta de la bici, cogiendo la cesta; sus ojos buscan el rostro que es el centro de su vida, los rasgos que dan sentido a su existencia, la imagen que habita siempre en su cabeza. Escondiendo todo eso, hay un libro en el que adivina un título, "Invisible", y su autor, Paul Auster.

- Cambio truchas por sonrisa.

- ¡Ah, qué sorpresa! No tenías que molestarte.

- No es molestia. Hoy cogí un montón. Por cierto, Paul Auster es uno de mis favoritos.

- ¿Te gusta?

- Sobre todo, "La música del azar". Es mi preferido.

Y, abriendo la cesta, le entrega una bolsa:

- Toma, hoy se dio bien el día.

- ¡Muchas gracias!

- ¡Hasta pronto!

Se mantiene en el porche hasta que la imagen del muchacho desaparece en la distancia; después abre la bolsa examinando, minuciosa, su interior. Con una sonrisa en su semblante, despega una pequeña tira de papel: "Pescados Eladio. 1.800 grs. 9 euros".
En un cajón del armario encuentra la caja de "Mermeladas La Fama"; allí guarda el ticket, junto a los otros, comprobando que el kilo de amor ha subido 70 céntimos en la última semana.

jueves, 29 de abril de 2010

Despedidas



El otro día vi en televisión, por azar, una película japonesa titulada "Despedidas", del director Yogiro Takita (más o menos). Es un film distinto, que se llevó hace pocos años el oscar a la mejor película extranjera. Cuenta la historia de un violonchelista de una orquesta que se acaba de disolver, que consigue un trabajo de embalsamador - con el disgusto inicial de su esposa- y se consagra a ello con delicadeza y entrega, logrando impregnar luminosidad en cuerpos ajados, y dignidad a lo que fueron vidas grisáceas y tortuosas. Es un tipo de cine poco visto (por desgracia), alejado del palomitismo y la coca-cola. Cine que revuelve interiores y expresa mucho con lo mínimo. De miradas y no de alaridos (éstos van por dentro). En definitiva, de ese orientalismo cuidadoso del detalle, respetuoso con la liturgia del ceremonial, de silencios que hablan y no de voceríos que aturden. Y en él aprendemos que la batalla más épica es la que nos ganamos a nosotros mismos.



Curiosamente, el director de esta película llevaba una amplia trayectoria dedicada al cine porno, lo cual seguramente daría para un sabroso comentario del mordaz Woody Allen, quien decía en una de sus obras ante la espectacular Charlize Theron: "Haz conmigo lo que quieras, pero prométeme que cuando llegue el embalsamador no me quite la sonrisa de la cara".



Finalmente, tres recomendaciones (para mis múltiples lectores de allende el Atlántico): una música, la canción "Dear Old Friend" de Patty Griffin dedicada a las víctimas del huracán Katrina en Nueva Orleans - está en youtube.com con unas imágenes impactantes-; un libro, los "Cuentos esenciales" de Guy de Maupassant - hay edición de bolsillo a 12,95 euros- que incluye, por supuesto, el magistral "Bola de sebo"; finalmente, una película, "El secreto de sus ojos" que contiene, como casi todas las grandes obras , una estupenda historia de amor. Bueno, en este caso, dos.

jueves, 8 de abril de 2010

Raros magníficos


Recuerdo una vez que vi a uno con una camiseta que ponía: "Raros somos todos". Efectivamente, solemos considerar rareza aquello que no coincide con nuestras costumbres, aficiones, inclinaciones... en definitiva solemos tener una inclinación a edificar un mundo uniforme a nuestro alrededor, como aquellos turistas que salen de su entorno con los ojos cerrados y el alma mustia, pretendiendo llevar en su espíritu la hamaca de la comodidad: el complejo ante lo distinto (lo distinto que, por cierto, tanto nos enriquece como seres humanos). Lo raro suele tener una connotación peyorativa, un sentido negativo. Es cierto que hay gente muy rara: aquellos que, acomplejados, no aceptan la diversidad, ni individual ni colectiva; aquellos que pontifican, ignorantes de todo y sabios en nada, de vuelta de todo sin haber ido a ninguna parte; aquellos en los que no merece la pena perder el tiempo hablando de ellos. Pero de los que yo quisiera hablar aquí es de los raros en el sentido de excepcionales, de muy poco frecuentes. Los raros en el sentido positivo. Son raros porque son una minoría. De no ser así, el mundo sería otro y mejor.
Al grano. Mañana cumplo 55 años; los de la cosecha (la palabra "cosecha" no es aquí del todo inocente) del 55 cumplimos 55 este año, y me apetece -sería más exacto decir "necesito"- referirme a aquella gente que, después de que he nacido, me ha dado la vida. Ahora mismo estoy pensando en una persona - nunca la nombraría aquí, ella sería "capaz de matarme"- que se levanta todas las mañanas con el piloto automático puesto para mejorar su entorno. Cariñosa, responsable, inteligente, sensible, me pone la mano en el hombro y no hay actimel que lo iguale: alimenta inyectando ilusión para vivir. Si no la viese con frecuencia, sería como no poder respirar. A un ateo como yo esto le produce dudas. Siento ser un torpe con las palabras y no poder expresar con claridad cuánto le debo, y cuánto la quiero.
Muy cerca de ella, un "santo-laico" me llena de cultura y me acompleja (por comparación: me digo," !pero qué desastre soy!"). Los miras y te dices que , en ocasiones, la vida es un regalo.
Hay un mundo real, el que no sale en la tele, gente que alienta frente a la desazón, que se incorpora cuando parece que la esperanza tiene orden de alejamiento; el mundo de los que no parecen sino que son. Algunos de ellos tengo la suerte de tenerlos como amigos. Saben lo que pienso de ellos, pero, sobre todo, saben lo que siento por ellos.
El nivel de masoquismo que evidencian al soportarme es algo que paso por alto.
Son mi familia.

martes, 2 de marzo de 2010

Refugio











En el refugio

"La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta" G. K. Chesterton.



Noviembre es un mes lleno de lunes: días más cortos, temperaturas más bajas, humedad en el cuerpo y en el alma. En el horizonte, inquietante, asoma la Navidad: alegría bañada en tarjeta de crédito, besos envueltos en papel de regalo, identidad expedida en el centro comercial. Durante unos días, la ternura cotiza en bolsa. Mas, para el frío de las ausencias devastadoras, no hay abrigos a la venta.


Era noviembre y me había trasladado a Candamo, un bello concejo eminentemente rural de gente noble y acogedora. Unos versos demoledores de Ángel González me definían: "...porque en ningún país puede arraigar tu corazón deshabitado. Nunca, y es tan sencillo, podrás abrir una cancela y decir 'buen día, madre' ". Pocos eran los efectos personales. Los afectos menos. Pero había descubierto un refugio.


Cuando llega noviembre, y hay muchos meses que son noviembre porque el tiempo ( la materia de la que está hecho el hombre, según Borges) deviene en estado de ánimo, encuentro un refugio en el telecentro de Candamo. En él, por algún resquicio secreto, un trozo de cielo entra a diario para quedarse. Allí, C. es un espejo tan limpio que en él reflejamos lo mejor de nosotros mismos: con fulgores de cariño, enciende los ojos más apagados, y tomamos apuntes prodigiosos que cicatrizan nuestras heridas; durante el sortilegio pensamos que el mundo no está mal hecho, y la vida cobra sentido. Con magia de la buena, consigue música del instrumento más desafinado.


Hay, además, páginas web solitarias, humildes, con vínculos que llevan a lugares fecundos, como estaciones de tren varadas en el olvido que enlazan con otras luminosas y alegres: seres humanos de existencia anónima y frágil, islas recónditas que no están en el mapa, de ternura volcánica, sin viajero que las visite.


La vida es un viaje que nos obliga al aprendizaje, nos dice Kavafis en su admirable poema "Itaca", y, si la encontramos pobre, nos recomienda sutilmente que improvisemos otras "Itacas": es preciso encontrar el enlace adecuado y continuar el trayecto.


En mi viaje personal, tal vez el señor Alzheimer, ladrón de recuerdos, me visite algún día, escondido en los harapos del Tiempo. Ahora que puedo, necesito decirle que, en un lugar secreto de mi corazón, allí donde guardo lo que más quiero, siempre vivirán C. y nuestro telecentro, inaccesibles a su despojo.


Escribí esto hace cuatro años. No es un espacio de tiempo desdeñable: más que suficiente para que una persona caiga y se levante, reafirme unas amistades, se difuminen otras, cauterice heridas, improvise ilusiones, acepte derrotas, reconozca límites...en fin, arena de playa moldeada por las olas de la vida. Si vuelvo a poner lo que escribí entonces, mínimamente depurado, es porque el corazón lo identifica hoy día con el mismo cariño con que lo interpretó en aquellos momentos.
Mientras finalizo esta entrada, escucho a Patty Griffin, una cantante a la que acabo de descubrir: "Dear Old Friend", dedicada a las víctimas del huracán Katrina. A mis queridos viejos amigos se unen otros nuevos, viviendo en parcelas no urbanizables de mi corazón, adonde no llega la especulación urbanística: gente admirable e imprescindible para protegerse de los devastadores huracanes del alma.

























































lunes, 1 de marzo de 2010

Monadas



Estaba merendando un café con magdalenas cuando, al mirar la televisión, ví a un chimpancé con un teléfono móvil. Comprobé que tenía la tele encendida, y que lo que estaba presenciando no era mi propio reflejo. ¿ O sí? En cualquier caso, presté atención, que es lo único que se puede prestar en estos tiempos de megacrisis, ciclogénesis, pandemias virtuales, terremotos y festival de Eurovisión.


El reportaje - de interés humano, sin duda - contaba cómo unos turistas, en el zoológico de Saint-Paul (Minesota, EE.UU.), se habían acercado a su jaula (la del chimpancé) con la intención de sacarle una foto y, al hacerlo, el móvil les había caído dentro. Por lo visto, la reacción del mono fue la de acercar el aparato a la oreja y emitir una serie de sonidos guturales ( vamos, igual que si se tratase de un participante en Gran Hermano). Lo mejor vino después, cuando intentó - se veía claramente, estos programas de National Geographic son una maravilla- sacar una foto a sus visitantes. Amagó el inicio del enfoque, les miró, movió la cabeza a uno y otro lado con un gesto que parecía desaprobatorio y les lanzó el móvil en una acción más emparentada con la decepción que con el enfado.


Acabé la merienda sacando la conclusión de que un chimpancé con un teléfono móvil, aunque éste sea de última generación, sigue siendo un chimpancé.


"Con la civilización hemos pasado del problema del hombre de las cavernas al problema de las cavernas del hombre" piensa con meridiana lucidez el filósofo francés Edgar Morin. En el fondo, seguimos siendo aquel hombre primitivo, sin respuesta para las grandes preguntas existenciales: ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Dejará de ser hortera Cristiano Ronaldo?


Si me permiten los herederos de Joseph Conrad y la Sgae, yo diría más o menos lo mismo que Edgar Morin con estas otras palabras: "Del corazón de las tinieblas hemos pasado a las tinieblas del corazón".


"Papá, cambia de canal", dijo un niño a su padre cuando vió que la mañana estaba desapacible. Ante la ciclogénesis de hiperinformación y mundos virtuales, quizá sólo quepa como recurso defensivo cerrar las puertas con la sutil llave de una verdadera cultura humanista, en la que el hombre ( y la mujer ) sean los dueños de una desbocada tecnología que debe ser instrumento del ser humano y no su dios.

martes, 23 de febrero de 2010

Fontaneros



Huyendo de San Valentín, tomo el tren y me dirijo a Oviedo. Aceptando ser un romántico empedernido - siempre estoy "a dos velas"- , las celebraciones a golpe de calendario comercial siempre han suscitado en mí un visceral rechazo, quizá no del todo ajeno a mi físico de enigmática belleza: al preguntar a una chica la dirección de una calle ya rozo la violencia de género. Así pues, hago uso de mi medio de transporte favorito - el tren -, y voy hacia el Fontán, "fontanero " por un día buscando remedios para las tuberías dañadas del alma. Hoy, domingo, es día de mercado y conviven en buena vecindad ropa, comestibles, chamarileros, libros usados, cebollas, flores y todo tipo de objetos que imaginamos en una existencia anónima, olvidados en un desván, arrinconados en un baúl. Son viejos.
Y los viejos, a veces, son objetos.
Para el viaje, llevo dos gratas compañías: el libro "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar, y la música del cantautor cubano Silvio Rodríguez. De ambos pienso poner algo al final de esta entrada, en un intento de embellecer de algún modo este día "delcorteinglés".
A la llegada a Oviedo me recibe un sol de invierno, tímido y escurridizo, como esas apariciones que uno acoge con alborozo pero que, distantes, refulgen sin calentar. La calle de Uría, espaciosa y altiva, me lleva hasta el mercado en una especie de tránsito de lujo hacia arrabales más humildes y confortables. La plaza del Fontán, remodelada - no sé si con buen sentido o con poco respeto- continúa siendo una zona sumamente acogedora, aun para los nostálgicos lectores de "Tigre Juan" de Pérez de Ayala.
El batiburrillo propio del mercado difumina regocijos y pesadumbres, llevándonos de la mano a un perezoso deambular que, inconscientemente, persigue encontrar algo sin haberlo buscado, como tantas veces sucede en nuestra vida.
En el primer puesto de libros me encuentro con "Adiós a todo eso", de Robert Graves. La temprana autobiografía de un gran escritor a quien se suele relacionar con "Yo Claudio", pero que es mucho más: autor de un montón de libros entretenidísimos sobre mitología clásica, históricos, relatos cortos, poemas..., situó su residencia en Deià (Mallorca), tras la primera guerra mundial y un matrimonio fallido - quizá también podríamos decir tras un matrimonio que fue una guerra, y un mundo fallido - .
Con el libro en el bolsillo, avanzo unos metros para toparme de bruces con la célebre escultura dedicada a las vendedoras; un amanecido iluminado, maltrecho de todas las acometidas de la noche, le regatea precios con la disciplina de un turista en el bazar de Estambul. El surrealismo al lado de un puesto de berzas.
Casa Ramón es un lugar todo lo castizo que reclama su entorno; mientras que reposto allí, oigo gritos acalorados denunciando desde un puesto a una señora emperifollada que pretendía huir con las gafas que decía probarse. Crisis de decencia, gafas posmodernas para gente que no sabe mirar, salvo para hacerlo hacia su ombligo.
En tanto me dirijo al Campillín, que los domingos funciona como prolongación natural del Fontán, un travieso San Valentín me susurra al oído que - Corporación Dermostética al margen- la gente no debería de quererse porque se necesite, sino necesitarse porque se quiera. "Tenía que haberlo pedido con Casera", se me ocurre.
Allí encuentro los objetos más inesperados, envueltos en un concierto de voces discordantes que alaban una mercancía de venta imposible en muchas ocasiones. Todo un arte se desparrama, elogiando artículos de calidad más que dudosa; virtuosos de la charlatanería rivalizan cruzando palabras como espadas en el aire. "No se trata de huir de la soledad - tan fértil, por otro lado-, sino de sentir juntos, mirando en la misma dirección", vuelve a la carga Valen, que se ha puesto cursi. Adelantamos a una pareja de ancianos que, cogidos de la mano, comparten cariños y añoranzas: desarmado en su palabrería, el pelma del santoral desaparece como por arte de brujería. "Pelea feroz contra la rutina, y un pequeño San Valentín cada día", me digo, como si fuese un cardiólogo recetando a sus pacientes enamorados , un acomodador de una sala de cine que mira la película desde la distancia.
Las grandes composiciones suelen brotar de la desdicha, del desamor, del dolor humano en general. De un corazón devastado puede salir arte, de uno satisfecho sólo podemos esperar artificio. Como ejemplo, la letra de una canción de Silvio Rodríguez, sobre un amor imposible:


" Ojalá "


Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan


para que no las puedas convertir en cristal.


Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo.


Ojalá que la luna pueda salir sin tí.


Ojalá que la tierra no te bese los pasos.


Ojalá se te acabe la mirada constante,


la palabra precisa, la sonrisa perfecta.


Ojalá pase algo que te borre de pronto:


una luz cegadora, un disparo de nieve.


Ojalá por lo menos que me lleve la muerte,


para no verte tanto, para no verte siempre


en todos los segundos, en todas las visiones.


Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.


Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda.


Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz.


Ojalá las paredes no retengan tu ruido de camino cansado.


Ojalá el deseo se vaya tras de tí, a tu viejo gobierno de difuntos y flores.


Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.




Dice Silvio: "La compuse para una mujer que fue mi primer amor; fue un amor que tuve cuando estuve en el ejército, haciendo el servicio militar; la conocí cuando tenía 18 años, fue mi primer amor importante en el sentido de que fue el primer amor que me enseñó cosas. Era una muchacha mucho más evolucionada que yo, más inteligente, más culta. Me enseñó, por ejemplo, a César Vallejo. Después nos tuvimos que separar, estaba estudiando medicina y, en fin, no le cuadró. No sé por qué estudió medicina, cosa loca de ella, en realidad siempre fue de letras. Después estudió letras, se fue a su pueblo Camagüey a estudiar eso y yo me quedé solo aquí en La Habana, totalmente desolado. Pasaron los años y el recuerdo de aquel amor tan productivo, tan bonito, tan útil (ojo, no confundir con utilitario), enriquecedor, de aporte a uno...pues estaba obsesionado yo con esa idea. Y porque fue un amor frustrado, tronchado por las circunstancias, por la vida, no fue una cosa que se agotara, pues se me quedó un poco como un fantasma y por eso compuse esta canción en un momento quizá de delirio, de arrebato, de sentimiento un poco desmesurado: ojalá esto.., ojalá lo otro..."
Como anécdota, sólo me queda decir que la singular estrofa "a tu viejo gobierno de difuntos y flores" despistó a muchos, que interpretaron la canción como una proclama contra el infausto general Pinochet.
Lo de M. Yourcenar quedará para otro día, si es posible. Termino esta entrada en el blog con cierto tinte melancólico escuchando al maravilloso Neil Young y su canción "Such a woman": la fragilidad del corazón expuesta con una eficacia que nunca alcanzarán mis torpes palabras.(Está en Youtube).




jueves, 18 de febrero de 2010

¿Quién es ese hombre?



"Un estúpido nunca se recupera de un éxito", dijo tío Oscar (Wilde) en uno de sus aforismos más lúcidos- lo cual ya es decir, de una cabeza tan ingeniosa que los alumbraba a cientos-. Ahí arriba vemos el rostro prototípico de la mediocridad satisfecha: don José María Aznar Álvarez, una persona que debería de considerar plenamente recompensada su vanidad con el ejercicio de la presidencia de su comunidad de vecinos, haciendo un gesto de desprecio, desafío, chulería y, sobre todo, zafiedad, a la chusma que ha osado discrepar de sus disparates.


Hagamos un sucinto resumen del personaje: artículos de tinte falangista contra la Constitución y el Estado de las Autonomías en sus años de mocedad, para calentar motores. Diálogo político con el grupo ETA ( calificando a éste de Movimiento de Liberación de la Nación Vasca), y escándalo hipócrita cuando los demás hacen lo mismo. Austeridad oficial de boquilla y bodas imperiales en el Escorial. Colegueo con el otro unineuronal norteamericano (George Bush junior) a cuenta de miles de cadáveres de inocentes que viven en un país con el pecado de tener petróleo. Utilización sin escrúpulos de víctimas del terrorismo con intenciones electorales. Mentiras ("tienen armas de destrucción masiva", "la responsabilidad del atentado es de ETA, que me lo dijo el primo de Mariano que es científico"), alardes chulescos (nadie puede decirle a Él las copas que puede tomar antes de conducir un coche), desprecios y groserías varias (como introducirle un boli por el escote a una periodista); la boca llena con la palabra "democracia" para acto seguido "elegir a dedo" a su sucesor (por supuesto, el más servil ante sus estupideces)...


En una de las películas de sus primeros años como director, Woody Allen crea un personaje - "Zelig"- que poseía la particularidad de identificarse con el interlocutor que tenía delante, de forma desmesurada, en un intento permanente de agradar (la falta de personalidad es lo que tiene). O sea que si hablaba con un negro se convertía en negro, y le salía una larga barba si lo hacía con un ortodoxo judío. Esta es también una característica del personajillo a quien me estoy refiriendo : "!Estamos trabajando en ello!" vomitó pretendiendo inyectarle a esa chorrada un acento tejano. Naturalmente, los mediocres ejercitan "el síndrome Zelig" con los poderosos; con los vulnerables, débiles, golpeados por la vida, perdedores en general...todo lo contrario: !a la hoguera con ellos!: "Había un problema y se solucionó" fue su piadoso comentario cuando unos mendigos extranjeros fueron drogados e introducidos en un barco por la autoridad incompetente. Y mañana a misa con Ana y la mantilla, que es domingo.




¿A quién realiza el gesto don José María, el especialista en ademanes indecorosos - no olvidemos su foto con las patas sobre la mesa y babeando en compañía de su jefe Bush- , en la imagen de arriba?: no a la gente que le abucheaba en Oviedo. El dedo hacia arriba es la respuesta permanente que la insensatez hace a la cordura, lo irracional a lo ilustrado, la cutrez al saber estar, la mediocridad atrevida (perdón por la redundancia o pleonasmo) a la humildad, en este mundo en que vivimos (o quizá más bien dormitamos).



Llaman la atención estas salidas de tono en gente que siempre ha puesto la pompa y circunstancia por delante de la decencia, el lucro privado por encima de los más elementales derechos públicos, los ornamentos de clase frente a los esfuerzos de los desclasados. Gentuza que se escandaliza por los improperios maleducados de la plebe y hacen la ola orgiástica ante jubilaciones de 80 millones de euros.


De la misma forma en que diferenciamos la pobreza material de la miseria moral, uno cree oportuno no confundir la violencia inherente a la vida (ya al nacer nos dan una buena hostia para que sepamos a dónde llegamos) necesaria para que el agua circule y no se detenga, con la brutalidad que bendice - término apropiado, teniendo en cuenta los cómplices- un sistema político en el que los palacios se edifican a través de las chabolas.




En una escena de la película "Casablanca" le preguntan a Bogart: "¿Me desprecias?" . Respuesta: "Si me pudiese permitir perder el tiempo pensando en tí, seguramente".

Pero J.M.A. no corre el peligro de que sus admiradores le condenen al ostracismo: los adultos permanecemos en el mundo de Peter Pan cuando necesitamos fetiches - que a menudo son fantoches- con quienes identificarnos. Con frecuencia escogemos los más vulgares, para que su nivel no nos haga sentir disminuídos. La mediocridad que exhiben es sólo la imagen, en el espejo, de sus fervorosos seguidores.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Suicidios



En un corto espacio de tiempo (lo que va del verano a estos días) dos personas decidieron suicidarse en este país arrojándose por la ventana -en ambos casos, un octavo piso- encontrando en su trayectoria a pacíficos peatones que discurrían por las aceras. En el caso más reciente - hace una semana - el impacto evitó la muerte del suicida vocacional, una joven de 18 años, pero produjo el fallecimiento del peatón (una mujer de 89 años que venía de comprar el pan leyendo el Marca).


El asunto del suicidio siempre me ha inspirado un profundo respeto, disintiendo rotundamente de esas manidas opiniones que lo consideran una cuestión de cobardía, de huir de la vida por incapacidad para enfrentarse a sus dificultades. "Es bueno naufragar para ser buen navegante", dijo Séneca. "Pero siempre que no te ahogues", dice Marquesín.


Como en tantos otros temas, distintas culturas ven la cuestión con un enfoque diferente. Liv Ullman, actriz recurrente en las películas del famoso director sueco Ingmar Bergman y pareja suya durante años, comentaba hace tiempo la posibilidad de que su ex compañero estuviese planteándose el suicidio - finalmente falleció de muerte natural - y lo hacía con la naturalidad con que comentaría que estaba pensando cambiar de coche. Sin alejarnos del mundo cinematográfico, los cinéfilos recordarán la película "La balada de Narayama" (hubo al menos dos versiones) en la que, en una aldea del Japón, los ancianos se retiraban al cumplir los 70 años a un monte a esperar la muerte, una especie de excursión de elefantes de ojos rasgados en un fin de semana perpetuo.


En el caso al que me he referido al principio, y dejando a un lado el rocambolesco infortunio de la víctima (ya es mala suerte que fallezcas por un intento de suicidio ajeno, y quizá después de toda una vida cuidando el colesterol, los triglicéridos, la tensión arterial y haciendo ejercicio moderado) lo que me llama profundamente la atención es el personaje de la suicida frustrada.
Teniendo en cuenta que pertenece a lo que convencionalmente llamamos "el primer mundo", en el que las necesidades materiales básicas, mal que bien, suelen estar atendidas suficientemente, sorprende que la vida haya conseguido dibujar un paisaje tan desolado en las entrañas de una persona de tan sólo 18 años. Que el azar vestido de anciana le haya otorgado una segunda oportunidad es, además de un banquete de la reina casualidad, fascinante. Ahí tenemos un reportaje sugestivo, de los considerados "de interés humano". ¿Hacia qué derroteros orientará su vida: enfrentará su existencia con renovadas energías, acaso de misionera en África o corriendo el París-Dakar? ¿Volverá a intentarlo de nuevo, esta vez utilizando una técnica distinta para abandonar el mundo - quizá paseando contínuamente por la acera-? ¿Tal vez calmará su tendencia insaciable practicando "puenting"?.
Permanezcamos atentos a la pantalla.

P.D:: La foto que he puesto arriba es de un ilustre suicida de este país, Mariano José de Larra.

viernes, 29 de enero de 2010

J. D. Salinger



Hacia mediados del siglo XIX apareció la obra literaria "Bartleby el escribiente", del escritor Herman Melville (autor de "Moby Dick"). En ella, un escribiente, ayudante de abogado, se niega a realizar cualquier labor que le reclame su jefe, mediante la expresión "Preferiría no hacerlo".


Esta actitud nihilista, cínica, pasiva o como queramos considerarla, instauró lo que posteriormente dió en llamarse "el síndrome Bartleby", aplicado en la literatura a todos aquellos autores que, habiendo escrito uno o dos libros valiosos, desaparecen definitivamente de la escena literaria y de la vida pública. Uno de los casos más conocidos es el del mexicano Juan Rulfo, autor de "Pedro Páramo" y "El llano en llamas"; pero, sin duda, el escritor más "bartlebyano" de la historia es J.D. Salinger, fallecido esta semana a la edad de 91 años.



Jerome David Salinger, nacido en el año 1919 en Nueva York y fallecido este miércoles a los 91 años, fue autor de cuatro libros, el primero de los cuales- "El guardián entre el centeno" (1951) - le dio fama universal. Hasta su fallecimiento, escribió otros tres libros de relatos, viviendo en una suerte de clausura personal, en un severo alejamiento de la vida pública que alimentó todo tipo de sórdidos rumores, a los cuales no fue ajena una de sus hijas, que aprovechó para sacar un libro lleno de detalles truculentos que darían para llenar varios programas de esos de teleporquería que tanto abundan.



"El guardián entre el centeno" es una historia de adolescencia contada en primera persona, con sus dosis de rebeldía, inmadurez pero también lúcido escepticismo ante el mundo de los mayores. Salinger acierta de lleno en el tono de la narración y de ahí que millones de lectores de todo el mundo se hayan sentido identificados en su etapa juvenil con el protagonista (curiosamente, suele ser el libro de referencia de muchos asesinos en serie -que nadie se dé por aludido-).



En estos tiempos en los que tanto se diluyen las fronteras de la vida pública y privada, en que los programas televisivos se nutren sin pudor de vísceras domésticas, cadáveres familiares en el armario y carnaza de vivos y muertos, no deja de resultarme atractiva la actitud de quien, habiendo alcanzado la gloria con una primera obra, se retira sigilosa y educadamente de la pasarela mundana. En cuanto a que si me gustaría enterarme de la sombría existencia de J.D. Salinger en plan de anacoreta y sus vicios privados... " preferiría no hacerlo ".

jueves, 21 de enero de 2010

Trenes



Con frecuencia utilizo el tren, unas veces para trasladarme a Grado donde un curso de informática tritura las escasas neuronas que me quedan, otras a Oviedo intentando capturar alguna película que merezca la pena, algún libro descatalogado (como yo). El ferrocarril es mi medio de transporte favorito -dejemos a un lado las sustancias alucinógenas- y quizá no sea ajeno a ello la multitud de películas y libros que situaron en él sus historias; sin embargo, al llegar a la estación de San Román de Candamo -mi pueblo- no puedo evitar una sensación de disgusto teñida de melancolía: ausencia de personal ferroviario, sala de espera cerrada, ninguna información acerca de posibles anomalías en los horarios...
Si bien este conjunto de circunstancias propicia una sensación de incomodidad, es la ausencia en sí misma de antiguos jefes - y jefas, la corrección política ante todo- de estación lo que más duele. Durante años, no sólo habían realizado su labor con exquisita profesionalidad (tanta, que en ocasiones yo viajaba más motivado por el origen del trayecto que por el destino del viaje) sino que también habían desarrollado el arte sutil de enraizarse con la población; nada extraño : Lucía, Natalia, Susana, María José y Javi, cálidos y cercanos, lograban el sortilegio, recibiendo a un vulgar tren de mercancías y transformándolo en el Transcantábrico.
La utilización de estaciones y trenes como metáforas de la vida es bien conocida. Se habla de "perder el tren" dándole el significado de dejar escapar una ocasión única; por otro lado pienso que las estaciones, como la propia vida, son lugares de paso, sitios en los que recibimos y despedimos seres queridos; espacios en los que lo provisorio - no en vano los protagonistas son "pasajeros"- otorga un aura de irrealidad, entrando en la categoría de lo onírico (y "la vida es sueño", dejó dicho el clásico).
Trenes con recorrido monótono y ajeno, encarrilados doblemente en las vías y la rutina, como atolondrados seres humanos apresados en estrechos y convencionales caminos; raíles próximos y paralelos, soportando violentas cargas, necesitándose mutuamente y que nunca se han de juntar, como personas vulnerables y solitarias, con el corazón devastado en una eterna noche de invierno.
La vida, juguetona y caprichosa, nos empuja con sus azarosas circunstancias a subirnos a un tren y no a otro, viajeros ignorantes de dónde venimos y a dónde vamos que a menudo encontramos el ferrocarril necesario cuando ya no tenemos acceso al andén ni posibilidad de sacar el billete.
Cuando esto sucede es el momento - siendo conscientes del apeadero donde nos hallamos- de desear el mejor viaje para un tren que no está a nuestro alcance.

viernes, 8 de enero de 2010

Nieve


El año nuevo llegó con traje níveo, como un visitante ilusionado e ingenuo vestido con ropajes de pureza. Los que estamos vacunados contra la uniformidad y la rutina - esas dos amantes omnívoras de efectos castradores- recibimos expectantes la llegada de la nieve que, contundente y silenciosa, impone una tregua en un mundo acelerado y sin rumbo, como esas gripes febriles que durante unos días nos apartan del torbellino invitándonos a reflexionar acerca de dónde estamos.

En estos primeros días del año, en los que asoman proyectos y deseos que suelen quedar arrumbados en el desván de los objetos inútiles, la nieve cae apacible y discreta, en una suerte de silenciosa protesta frente al ruidoso y hueco peregrinaje del hombre contemporáneo. Una nieve que ya no puede convocar el hechizo de la sorpresa, cautivo de la sobreinformación meteorológica que llueve sobre el ciudadano en gotas de tecnología.

La nieve, un fenómeno más emocional que físico, cae en un abrazo cálido, como azúcar endulzando el café amargo de nuestras vidas, rescatando en nosotros un vestigio de mirada límpida, devolviéndonos fugazmente nuestra infancia, en una peculiar operación retorno en la que el accidente más grave es un simple resbalón. Otras caídas, irremediables y dolorosas, llegarán más tarde, después de que la nieve desaparezca sin despedirse.

Mientras tanto, en su presencia, levantamos la vista hacia el cielo: una nube blanca, fiel reflejo del manto que nos rodea, nos sonríe. En ella quisiéramos situar a los seres queridos que nos dejaron, y hacia allí dirigir nuestro próximo viaje.