miércoles, 22 de marzo de 2017

Woody, Sócrates y una botella de sidra



Voy a ver la última película de Woody Allen, "Café Society". De camino, paso por delante de un gimnasio; veo gente sudorosa, jadeando sobre bicicletas estáticas, cintas rodantes. Pienso que es una metáfora de la vida: un interminable, inútil y absurdo pedaleo sobre algo que no nos lleva a lado alguno. Y, además, hay que pagar...
"Café Society" es una de tantas obras menores de Woody. No obstante, tal como suele estar la cartelera, una de sus obras menores es más interesante que la mayoría de las películas que nos ofrecen las salas comerciales. Su llegada, en las postrimerías del franquismo, supuso un soplo de aire fresco frente al humor casposo y zafio de la época, en muchos casos una sociología de la represión.
Unas pocas de las ocurrencias de Allen me vienen ahora mismo a la memoria:
"Los Ángeles es una ciudad muy limpia: la basura la reciclan y la convierten en programas de televisión".
"Tengo mucho cariño a este reloj: me lo dio mi abuelo en su lecho de muerte. Y a buen precio".
"Cuando tenía trece años, me secuestraron. Mis padres tomaron medidas inmediatamente: alquilaron mi habitación".
"Mi ex mujer era muy infantil. Acostumbraba a ir a mi bañera y hundirme los barquitos".
"¡Mucho tráfico hay hoy¡ ¿Vendría el Papa, o alguna otra figura del espectáculo?"
"Haz conmigo lo que quieras, pero prométeme que cuando llegue el embalsamador no me quite la sonrisa de la cara" (ante Charlize Theron).
En "Café Society" incluye una reflexión de Sócrates: "Una vida no examinada, no merece ser vivida". Particularmente, prefiero el aforismo de Schopenhauer: "Los primeros cuarenta años nos dan el texto; los treinta siguientes, el comentario".
Mi filosofía particular me lleva a corregir el citado pensamiento de Sócrates, en este sentido:
"Una botella no escanciada, no merece ser bebida". De sidra, naturalmente.