lunes, 30 de noviembre de 2009

Elogio de la mujer (elogio del horizonte)



La semana pasada hubo un día dedicado a la "violencia de género" (expresión, por cierto, bastante inexacta -quizá sería preferible decir "brutalidad degenerada"- pero no vamos a entrar aquí en delicias lingüísticas con la que está cayendo en este tema). Es evidente que esto de los "días de" no sirve para nada: el "Día sin coche", el "Día sin tabaco", el "Día sin Belén Esteban", etc... En cuanto a las horribles barbaridades que se cometen bajo el racional argumento de "la maté porque era mía", parece ser que la cuestión es lo suficientemente compleja como para no limitar sus causas a orígenes ligados a la nacionalidad, la instrucción ni la edad.
Es cierto que Condolezza Rice, Mercedes Milá o Margaret Thatcher son mujeres (bueno, en alguno de estos casos no estoy muy seguro), pero mi apreciación sobre la mujer en general coincide con la de Albert Camus: "el referente del paraíso en la tierra". Tengo para mí que, a diferencia de nosotros los "ultrasur", cuando el dedo señala a la luna ellas no miran para el dedo, dando prioridad a lo esencial; muchas llevan incorporados rayos láser que nos ven por dentro, mientras que nosotros, ingenuamente, pretendemos venderles una película de ciencia ficción sin argumento pero con defectos especiales. Especialistas en atisbar la escarcha en el corazón que origina la bruma de los ojos, el mal llamado sexo débil lleva siglos demostrando ser el sexo fuerte: dando sin recibir, sosteniendo sin apoyos, "perteneciendo a" más que "compartiendo con", caminando detrás mucho más que al lado, siendo a menudo más necesitadas por los adultos-niño que queridas.
En ocasiones me he sentido un privilegiado al recibir de algunas su amistad y sus "calabazas", mostrándome con lo primero su generosidad y con lo segundo su buen gusto. Para ellas, este quejumbroso poema, a ver si alguna, movida por la lástima, tiene a bien fabricar una particular ong de cariño para este indigente afectivo:





Digo "te tengo cariño":



hipertenso enamorado,


que necesita café y


pide descafeinado,




viejo marino sin mar


ni nave que navegar,


con el viento de costado;




ave que quiere volar


y no puede despegar,


atrapada en su pasado;









un insólito volcán


con la nieve en su desván,


pero por dentro incendiado.


P.D. Espero con inusitada expectación los comentarios a esta entrada. Varones y mujeres mayores de 102 años, abstenerse.

viernes, 27 de noviembre de 2009

!Socorro!


Se acerca, inquietante, la Navidad, visita puntual cuyo paso es un huracán que zarandea nuestras emociones más escondidas. La obligación de parecer feliz en un mundo con sabor a estafa, en una vida con realidad distanciada de las expectativas. Somos una tarjeta de crédito que cumple su liturgia en el centro comercial, nuevo templo de la posmodernidad. Hielo en la calle, bruma en los ojos y escarcha en el alma. Los altavoces nos dicen que los peces beben en el río y los desvalidos afectivos en los chigres: ¿dónde se compran los abrigos contra el frío de las ausencias devastadoras? La soledad golpea donde más duele a los que más sienten. Caen copos de nieve, lágrimas blancas congeladas que habíamos enviado lejos creyendo que nunca regresarían. "!Help!", que decían mis venerados Beatles. Gélidos mendigos regateando el hambre, limosnas hinchadas adormeciendo conciencias. Abrazos por exigencia del guión conviven con besos dulces de sabor ácido; en una tregua de nieve los puñales se esconden bajo el papel de regalo. Bajan las temperaturas y suben las caricias cosméticas: la ternura cotizando en bolsa.

Urge un Ministerio de Defensa ante la Navidad con este lema en la fachada: "Whit a little help from my friends" ("Con una pequeña ayuda de mis amigos"). De nuevo, Beatles. La amistad como refugio imprescindible ante el bombardeo del sentimentalismo oficial impuesto por decreto.
!Sálvese quien pueda!.

Fútbol y vida




Con cuatro piedras formábamos dos porterías, y el dueño del balón jugaba siempre. Días de infancia sin colesterol, alergias ni grietas en el corazón. Tardes de verano en las que no se ponía el sol, en la mano un bocadillo para merendar y el suelo desapareciendo bajo nuestros pies. Ríos de sudor, heridas en las rodillas y la callejuela del barrio como mundo virtual. Amistad tejida de empujones, discusiones y regates. Y, al final, "paleobotellón" de naranja como expresión espontánea de una comuna sin adultos ni adulteración. Fútbol de barrio contra barrio, en un ingenuo e incipiente nacionalismo local, sin constituciones de por medio. "Hoy debutas" le dije un día al portero que estrenábamos; "sí, pero de las viejas", me respondió.



Años juveniles: campos reglamentarios, entrenamientos, charcos y balones como piedras; con un ojo mirábamos al balón y con el otro a las hermanas de los compañeros, que aplaudían desde la banda. La inocencia persistía, pero vestida con otros ropajes. Entrenadores- educadores para toda la vida: uno echa la vista atrás, y no ve tácticas sino valores. Aprendizaje con un libro de texto hecho de actitudes más que de aptitudes.



En la edad adulta nos trasmutamos de entrenado a entrenador; un intento de recorrer el mismo camino con otro vehículo: antes, en el asiento de atrás; ahora, de conductor. El deporte, un medio; hacerse personas, el objetivo. Años felices, en los que, tal vez, nuestra incompetencia abortó alguna carrera deportiva en ciernes; por otra parte, insospechadamente, también se crearon sólidas amistades a prueba de años y jerarquías (la vida tiene en ocasiones destellos a los que merece la pena ponerles Marcos).



Y, como enseñanza, en el terreno de juego como en la vida, algo elemental: que cada participante desarrolle aquello para lo que está dotado. A menudo, los conflictos surgen al exigir a alguien lo que no nos puede dar, mientras que desaprovechamos lo mucho de bueno que posee.



Finalizo con un lindo proverbio (para alguien, como yo, "fanático-dependiente" de la amistad):



"Quiéreme cuando menos lo merezco, porque es cuando más lo necesito".

martes, 24 de noviembre de 2009

Borges y otros juegos



Hace años, el argentino Jorge Luis Borges editó una biblioteca personal en la que expresaba sus gustos particulares sobre autores y obras; la denominó - no podía ser de otro modo - "la biblioteca de Babel". De Borges, escritor preciso y minucioso donde los haya, de vastísima cultura, creador de mundos metafísicos plagados de laberintos, espejos y tiempo ("el material de que está hecho el hombre", decía), quizá el más grande literato en castellano del siglo XX y lo que llevamos de XXI, cabía esperar una elección teñida por la amenaza del sopor. Sorprendentemente, lo que nos encontramos es diversión, entretenimiento, ligereza no exenta de calidad, en definitiva encanto. "Encanto" es precisamente la palabra que usa Borges para referirse a Oscar Wilde, uno de los publicados, en el prólogo del libro. "No sé si he sido un buen escritor, pero creo que he sido un buen lector", dice en una de las introducciones. O sea, lo que vemos en Borges es, por encima de todo, un sentido lúdico de la lectura.


Y es este sentido lúdico el que a uno le gustaría reivindicar, no sólo en la lectura, sino, en un sentido más amplio, en la vida en general, lo cual no entra en contradicción con la necesaria profesionalidad y el carácter responsable de cada cual. !Que los dioses nos libren de la solemnidad pomposa y vacía de personajes de cartón (reyes, bunburys, etc,..)! . !Qué sería de los próceres del mundo sin el vacío protocolo!.


Volviendo a Wilde: "Adoro los placeres sencillos: son el último refugio de los hombres complejos"; efectivamente, pocas cosas me resultan más placenteras que tres o cuatro buenos amigos dando cuenta de una comida o cena ( no hace falta que sea la más exquisita) y hablando por los codos. Digo esto porque el espejo - una de las fijaciones de Borges- me comunica insistentemente mi complejidad.


Vivimos tiempos de infancia estirada a impulsos de permisibilidad, pero hurtada a golpes de exigencia: ausencia de límites por una parte, búsqueda obsesiva de resultados y éxitos por la otra. Tras las horas de clase, "escuela" de fútbol, "escuela" de ciclismo, "escuela" de tenis, de danza, de ganchillo...; en fin, formalismo alejado del juego por sí mismo que debe caracterizar los años de niñez. Y la sobreocupación del tiempo, con lo educativo que es el aprender a aburrirse y que la "cabecina" nos suministre recursos, como una farmacia ambulante que nos dispensara medicamentos contra el tedio.


Finalmente, para rematar tanta deriva temática, un poema de Borges:




El remordimiento




He cometido el peor de los pecados


que un hombre puede cometer.


No he sido feliz.


Que los glaciares del olvido me arrastren


y me pierdan, despiadados.


Mis padres me engendraron


para el juego arriesgado y hermoso de la vida,


para la tierra, el agua, el aire, el fuego.


Los defraudé. No fui feliz.


Cumplida no fue su joven voluntad.


Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte


que entreteje naderías.


Me legaron valor. No fui valiente.


No me abandona. Siempre está a mi lado


La sombra de haber sido un desdichado.




viernes, 20 de noviembre de 2009

Bertolt Brecht



Bertolt Brecht fue un poeta y dramaturgo alemán que vivió los agitados tiempos del nazismo. Heterodoxo y comprometido, su obra parece en la actualidad un poco olvidada; sin embargo, su vigencia no puede ser discutida en esta época de sombras y gurús vestidos por Armani, de crisis de euros y valores, de desesperanza Aguirre y casinos financieros en el aire, de negocios con la guerra y con el hambre. Recuerdo esto un 20 de noviembre, aniversario en este país del fallecimiento por muerte natural ( la que él no permitió a cientos de miles de españoles) de un general acunado -como siempre- por ese negocio en forma de secta de éxito, la iglesia católica, la misma que se manifiesta en la calle en defensa de la vida.

En días como éste, ahí van dos poemas de Bertolt Brecht:




General, su tanque es un vehículo poderoso


General, tu tanque es más fuerte que un coche.
Arrasa un bosque y aplasta a cien hombres.
Pero tiene un defecto:
necesita un conductor.
General, tu bombardero es poderoso.
Vuela más rápido que la tormenta y carga más que un elefante.
Pero tiene un defecto:
necesita un piloto.
General, el hombre es muy útil.
Puede volar y puede matar.
Pero tiene un defecto:
puede pensar.




Cuando acabó la última guerra
Hubo vencedores y vencidos.


Entre los vencidos,


el pueblo humilde pasó hambre.
Entre los vencedores


el pueblo humilde también pasó hambre.




"Me llena de orgullo y satisfacción" (¿a qué me sonará esto?) comprobar que los diarios -al menos los que miré por alto- no hacen referencia alguna a la efeméride del generalísimo. Pura higiene cívica. Otra cosa es la justa reinvindicación de las víctimas de la contienda: pasar página, pero leyéndola antes.




Por otro lado, la ministra de Economía, Elena Salgado, pronostica un próximo año 2010 aún peor que los anteriores en lo relativo al empleo, que es algo así como si un entrenador de fútbol dice que la próxima temporada la campaña no sólo va a ser tan mala como la pasada, sino peor(con la diferencia de que a éste lo echarían, lógicamente). Otra vez Bertolt Brecht:




Cuando la casa de los poderosos se derrumba
Cuando la casa de los poderosos se derrumba


muchos humildes mueren aplastados.


Los que no comparten la fortuna de los poderosos


a menudo comparten sus desgracias.


El carro que se despeña por el precipicio


arrastra consigo los sudorosos caballos.




Preguntas de un obrero que lee




Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?


En los libros se mencionan los nombres de los reyes.


¿Acaso los reyes acarrearon las piedras?


Y Babilonia, tantas veces destruida,


¿Quién la construyó otras tantas?


¿En que casas de Lima, la resplandeciente de oro,


vivían los albañiles?


¿Adónde fueron sus constructores


la noche que terminaron la Muralla China?


Roma la magna está llena de arcos de triunfo.


¿Quién los construyó?


¿A quienes vencieron los Césares?


Bizancio, tan loada,


¿Acaso sólo tenía palacios para sus habitantes?


Hasta en la legendaria Atlántida,


la noche que fue devoradapor el mar,


los que se ahogaban clamaban llamando a sus esclavos.


El joven Alejandro conquistó la India.


¿Él sólo?


César venció a los galos;


¿no lo acompañaba siquiera un cocinero


Felipe de España lloró cuando se hundió su flota,


¿Nadie más lloraría?


Federico Segundo venció en la Guerra de Siete Años,


¿Quién más venció?


Cada página una victoria


¿Quién guisó el banquete del triunfo?


Cada década un gran personaje.


¿Quién pagaba los gastos?


A tantas historias, tantas preguntas.




Y para los radicales, inconformistas, exacerbados críticos de un sistema que llevó al hombre a la luna (aunque quizá también lo alejó de sí mismo - nada es perfecto-), en fin, para esa revolucionaria chusma, siempre descontenta, que se atreve a plantear un cambio de sistema, Bertolt Brecht escribió cosas como ésta:




Parábola del Buda y la casa en llamas
Gautama, el Buda, enseñaba la ciencia de la rueda de la codicia,


de la que estamos tejidos,


y recomendaba prescindir de la avidez,


para así entrar sin deseos en la Nada, que él llamaba Nirvana.
Un buen día, un discípulo le preguntó:


-“¿Cómo es la Nada, maestro?


Todos queremos liberarnos de la avidez,


tal como tu predicas,


pero dinos si la Nada a la que iremos


es algo así como fundirse con todo lo creado,


como cuando uno está echado en el agua a mediodía,


con el cuerpo ligero, casi sin pensamientos,


o durmiéndose, apenas notando como uno se acomoda bajo la manta,


hundiéndose rápidamente;


es decir, si esta Nada es una Nada alegre,


una buena Nada o si, por el contrario,


tu Nada sólo es una Nada fría, vacía y sin sentido”.
El Buda permaneció en silencio mucho tiempo


antes de decir alegremente:
-“Vuestra pregunta no tiene respuesta”.
Pero por la tarde, cuando se habían marchado,


el Buda seguía sentado debajo del algarrobo


y contaba a los otros discípulos,


a los que no le habían preguntado, la siguiente parábola:
“Hace poco vi una casa. Estaba ardiendo.


Por el tejado salían llamas.


Me acerqué y vi que todavía había gente dentro.


Le di una patada a la puerta


y grité que había fuego en el tejado,


advirtiendo a los moradores que salieran deprisa.


Pero no parecían tener prisa.


Uno de ellos quería saber,


mientras el fuego ya le chamuscaba una ceja,


cómo era la vida ahí fuera,


si no estaría lloviendo,


si soplaba el viento,


si había otra casa cerca,


y muchas cosas más.


Sin responder volví a salir de la casa.


Esta gente –pensé- tiene que quemarse


antes de dejar de hacer preguntas.


De verdad os digo, amigos,


que no tengo nada que decirle


a los que todavía no tienen el suelo bastante caliente


para cambiarlo por otro y se quedan donde están”.
Así habló Gautama, el Buda.




¿Queda algún ingenuo que se extrañe aún de que en televisión no haya prácticamente programas de literatura?: un rebaño es mucho más fácil de manipular que un montón de individuos.


P.D.: Fijaibos qué cara de simpático tenía B.B. (Bertolt Brecht, no Brigitte Bardot) pa lo que escribía y los tiempos en que lo escribió.


miércoles, 4 de noviembre de 2009

Inocentes criaturas



"!!Alevines de terroristas!!", vociferó con rugido de león, impregnado de orden y certezas D. Manuel López de la Torre, alcalde de Pravia, ex presidente del Praviano C.F., dueño de una imprenta, director del colegio San Luis de Pravia, prócer excelso, eximio padre de la patria, guardián de todas las esencias. Los así interpelados éramos un montón de chavales que el día anterior, festividad de santo Tomás de Aquino, habíamos tenido el atrevimiento de no asistir a clase. En ningún sitio de Asturias era lectivo, excepto alli. Yo lo justificaba diciendo que en el San Luis era el día de santo Tomás de Aquí no. "!Todos para casa, y no volváis hasta que llamemos a vuestros padres!", continuó. "Mira por donde, ser huérfano también tiene sus ventajas", pensé. Fueron unas inesperadas vacaciones bañadas por un sorprendente sol de enero.


"Fernández Marqués, pase por secretaría" , resonó por la megafonía del colegio (iba a poner penal). La indicación era, como siempre, para que explicase alguna ausencia a clase, horas de estudio, etc,. Instalé el piloto automático y puse la habitual cara de "yonofui". Cuando entré, un alumno interno reclamaba su cartilla de notas: había suspendido cinco asignaturas y pretendía cambiar de colegio (mejor dicho, ir por fin a un colegio). "Espere un momento, Cañizares, lleva aquí ya cuatro años, esto lo podemos arreglar. Vamos a ver: Física, ésta la podemos pasar; Francés, también; !Dibujo!, hombre, por Diós, a quién se le ocurre suspender Dibujo; sin problema. Latín... no se preocupe, ya hablaré yo con D. José Luis. ¿Conforme?" Muchas gracias". "Pues hala, a estudiar, que el saber no ocupa lugar". Miré su silueta bulímica y dije para mí: "Pues entonces tú bien burro eres, miñiño". "¿Y usted que quería, Marqués?" "Nada, venía con Cañizares". "Hala, !a trabajar!" (decía mucho "!hala!", seguramente con la intención de que el tiempo le pasara volando; todos sabíamos que la ortografía no era lo suyo).


Hay que tener en cuenta que en aquellos antediluvianos años sesenta y pico - setenta los alumnos externos pagábamos al mes cerca de tres mil pesetas -incluído un concepto etéreo denominado "gastos generales"-, por lo tanto un alumno externo les daba a ingresar una pasta importante, y no era cosa de dejarlo marchar así como así.


Aparte de los profesores, la organización del colegio incluía una sección de infantería: eran los "vigilantes", y no de la playa precisamente. Estos tenían la misión de dar hostias. Normalmente eran pobres hombres a quienes, en algunos casos, toreábamos sin compasión. Cuando se podía, porque alguno, como uno de Proaza, parecía deportista de lucha libre. A éste lo echaron porque pegó una paliza tan inmensa a un pobre chaval que casi lo manda al más allá con billete de ida.


Teníamos un peculiar vigilante/profesor muy excéntrico, que se salía del ambiente mediocre, cerrado y conventual de la institución. Lo habían expulsado de un colegio de Gijón por obsesionarse con cambiar una ventana de sitio. Pues a éste le dio por realizar una campaña sobre la limpieza del colegio, poniendo unos pasquines donde expresaba que a Adán y Eva no los habían expulsado del paraíso por comer la manzana, sino por tirar la cáscara al suelo. Eso le valió la enemistad permanente con el cura (nunca más se hablaron).




Pedíamos material escolar - que venía de la imprenta "adecuada"- y el gasto se incorporaba al recibo mensual, con lo que era como si dispusiésemos para ello de una anticipada e invisible tarjeta bancaria. Por otra parte, cada dos por tres había corte de pelo, no importaba cómo lo tuviésemos de largo; a menudo, el colegio incorporaba a un peluquero y, si no estaba disponible ese día, a uno de Agones que esquilaba ovejas. Este era tan feo que lo llamábamos "el monstruo delAgonés". El colegio llevaba una comisión por cada corte de pelo (de nosotros, como de los cerdos, se aprovechaba todo).




El colegio vendía algo muy fácil en aquellos tiempos: disciplina (hostias, horarios absurdos- una clase a las nueve, a lo mejor la otra a las cinco y la siguiente a las siete, rodeadas de horas de estudios por todas partes-) y, como aparente consecuencia, aprobados. Un amigo mío de quien no diré el nombre para no ofenderle, "trípitió" cuarto curso y no consiguió aprobarlo hasta que no aterrizó allí.

La vida estaba, naturalmente, en otra parte: dejábamos de asistir a clase y al salón de estudios para recrearnos con grandes partidas al subastao en el antiguo Balbona, al cinquillo en el Siola, al futbolín en la Bombilla (por cierto, un día estábamos jugando y...! marchó la luz!)


Luego, como externo que uno era, íba a comer al Ferroviario, en donde un matrimonio encantador nos trataba de maravilla y nos ponía vino a discreción...con lo que si alguno cometía el error de asistir a alguna clase de por la tarde se encontraba con que iba a tono con el profesor, normalmente también "inspirado". Otros alumnos externos llevaban la comida de casa; a éstos les ponían a comer en un aula al lado de los servicios que emitían unos efluvios espantosos.

En resumidas cuentas, uno llevaba puesta de casa una mochila con pocas ganas de estudiar, y allí se encargaban de vaciarla. Es verdad que no todos los que estudiaron allí salieron como yo, y algunos consiguieron ser gente de provecho, pero eso no gracias al colegio sino a pesar de él.


También es cierto que si en aquellos tiempos hubiese sido mixto, como en la actualidad, yo hubiese asistido más a clase, con lo que hoy sería un hombre de orden (ellas siempre nos llevan a la perdición).

Pero sin ellas estaríamos perdidos.

En definitiva, muchos de mi generación compartimos la frase de Bernard Shaw: "ya de pequeño tuve que interrumpir mi educación para empezar al colegio".

martes, 3 de noviembre de 2009

A duras penas



Había que elegir con esmero la película, procurando que el argumento fuera sencillo y la forma narrativa no utilizara demasiados saltos en el tiempo, huyendo de temas escabrosos y con demasiada violencia. Era nuestra particular censura. Y el lunes íbamos al cine a Oviedo: se había convertido en un rito.



Cogíamos el tren que nos dejaba en la capital en unos cuarenta y cinco minutos. Seguíamos una rutina que nos protegía - ya se sabe que la costumbre es un manto que protege a los vulnerables; nosotros lo éramos, y mucho-: comíamos en un bar al lado de la calle Uría, reconciliándonos por un día con el colesterol; allí nos trataban con una dedicación exquisita, dándonos una plusvalía de amabilidad; luego, leíamos un poco el periódico y marchábamos hacia el cine. Con nuestro torpe deambular, nos llevaba nuestra buena hora caminar distancias que la gente normal realizaba en unos diez minutos. Frecuentábamos los "Brooklyn", un grupo de siete salas situado al lado de la plaza de América.


Se me vienen a la cabeza algunas películas de aquella época: "El paciente inglés" (mala elección, demasiados " flashbacks"), "La vida es bella", "101 dálmatas", "Ana y el rey". Esta última resultó inolvidable, todo un éxito, por los comentarios de mi acompañante: " !Vaya guapo que ye el rey!""Baja un poco la voz", le contestaba. "Pero, ¿nun ves lo guapo que ye?" - "Oye, que yo tampoco toy tan mal", le decía. Esta película la siguió entera, sin perderse detalle. De vez en cuando, nos salía alguna que otra un tanto espesa, y entonces ella echaba una cabezadina.


Algunos días, a la salida, parábamos en la confitería Santa Cristina; a ella le gustaba mucho porque la encontraba luminosa y muy ordenada. En eso del orden creo que yo no he salido mucho a mi madre. Cogíamos unos pasteles y el tren de regreso.


Unos meses después de su fallecimiento, me impuse volver al cine; ni siquiera sabía qué película ponían. Me parecía un acto necesario. Superé la proyección bastante bien; mas, a la salida por una especie de túnel que daba a otra calle lateral, los recuerdos me asaltaron bruscamente y una especie de congoja me atravesó dejándome sin fuerzas. Entré en la primera cafetería que encontré y tomé un coñac.


A veces pienso que deberíamos disponer, como esos perros de san Bernardo, de un pequeño barril, donde almacenásemos todas las lágrimas que la vida nos va a demandar. Así, cuando lo necesitásemos, abriríamos la llave y seguiríamos mirando hacia adelante. De otra manera, las lágrimas se quedan dentro, sin verter, y se vuelven turbias y el alma vidriosa.


Somos, como Ulises, nostálgicos del hogar y, como Ulises también, morimos varias veces a lo largo de nuestra vida: cada vez que la vida nos golpea con una ausencia irreparable. Y esos abandonos definitivos no se quedan atrás, olvidados en el tiempo, sino que se incorporan a nosotros haciéndonos distintos. En ocasiones, se rezagan transitoriamente para asaltarnos de improviso envueltos en un sonido, un paisaje, una melodía.

Los últimos diez años de vida de mi madre - casi inválida- el hijo egoísta que siempre fui le devolvió una centésima parte de lo que ella me había dado. Durante ellos, no tuve ni un solo día libre. Fue un privilegio: los diez mejores años de mi existencia. Aunque el sistema nervioso me lo recrimine.

¿Qué queda de todo esto? : Vacío, cansancio, la relativización de todas las fatalidades (incluso de la final), la creciente dificultad de autoengañarse y echar para adelante...

Y el barril de san Bernardo sin abrir....

Eduardo Galeano



Eduardo Galeano es un escritor uruguayo nacido en Montevideo en 1940. Su obra literaria es vasta y atípica; atento siempre al sufrimiento de los más débiles, la mayoría de sus libros son recopilaciones de historias mínimas (no me refiero a que sus protagonistas sean bajos de estatura, sino a que son una especie de microrrelatos) en las que destacan la sensibilidad y el uso exacto del lenguaje. Otros libros suyos en forma de ensayo son: "Las venas abiertas de América Latina" -ya un clásico, de nuevo de actualidad al regalárselo Hugo Chávez a Obama-, en el que analiza el expolio cometido durante el descubrimiento y conquista de América y "Patas arriba. La escuela del mundo al revés", acerca de la situación internacional, sus contradicciones y disparates. Aquí pongo una entrevista suya, que puede servir para conocer un poco mejor al ser humano; es tan linda que apetece coger inmediatamente uno de sus libros y ponerse a leer.






El punto de vista. Entrevista a Eduardo Galeano

Eduardo Galeano: La diversidad pasa por la diversidad de los puntos de vista posibles: desde el punto de vista del Sur, el verano del Norte es invierno. Y desde el punto de vista de un gusano, un plato de fideos es una orgía; donde los hindúes ven una vaca sagrada, otros ven una gran hamburguesa. Desde el punto de vista de Hipócrates, Galeno, Maimónides y Paracelso, existía una enfermedad llamada indigestión, pero no existía una enfermedad llamada hambre. Desde el punto de vista del búho, del murciélago, del bohemio y del ladrón, el crepúsculo es la hora del desayuno. La lluvia es una maldición para el turista y una bendición para el campesino. Desde el punto de vista del nativo, es el turista el pintoresco. Desde el punto de vista de los indios de las islas del Caribe, Cristóbal Colón, con su sombrero de plumas y su capa de terciopelo roja, era un papagayo de dimensiones jamás vistas…


La diversidad hoy parece bajo ataque por la capacidad homogeneizadora de la globalización. ¿Qué pasa entonces con las culturas, con las identidades?



E. G. : En esta civilización que confunde la cantidad con la calidad, la obesidad con la buena alimentación, en la que triunfa la basura disfrazada de comida, la industria está colonizando los paladares del mundo y está destruyendo las tradiciones de las cocinas locales, Los hábitos de la buena cocina que llegan desde lejos. En algunos países, esas tradiciones tienen a sus espaldas milenios de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo, ya que se encuentran en las casas de todos, no sólo sobre la mesa de los ricos. Estas tradiciones, estas señas de identidad cultural, estas fiestas de la vida están siendo aplastadas de manera fulminante por las imposiciones del sabor químico y único. La globalización viola con éxito el derecho a la autodeterminación de la cocina, derecho sagrado, porque la boca es una de las puertas del alma.


¿Qué es para ti la pobreza?
E.G. : Los pobres, los verdaderos pobres, son todos aquellos que no tienen tiempo para perder tiempo. Los verdaderos pobres, son aquellos que no tienen silencio y no pueden comprarlo. Son aquellos que tienen piernas pero se han olvidado de caminar, como las alas de las gallinas han olvidado volar. Son aquellos que comen basura y la pagan como si fuera comida. Son aquellos que tienen el derecho de respirar mierda como si fuera aire. Son aquellos que tienen sólo la libertad de elegir entre un canal de televisión y otro. Son aquellos que viven dramas pasionales con las máquinas. Son aquellos que estando entre muchos, están siempre solos. Los pobres, los verdaderos pobres, son aquellos que no saben que son pobres.


A menudo tus historias hacen las cuentas con la televisión, que tú definiste de manera sagaz como la "ametralladora televisiva". ¿Qué piensas de los medios de comunicación de masas?
E.G.: La siguiente es un historia verdadera que relató el sultán de Persia miles de años atrás, pero que yo no olvidé, porque es muy poderosa, muy importante. Miles de años atrás dijo el sultán de Persia: "¡Qué maravilla!"; él nunca había probado la berenjena y la estaba comiendo en fetas condimentada con jengibre y hierbas del Nilo. Entonces el poeta de la corte exaltó la berenjena que da placer al paladar y en la cama hace milagros porque para las proezas del amor resulta más estimulante que el polvo de dientes de tigre y que el cuerno rayado del rinoceronte. Un par de bocados después, el sultán dijo: "¡Qué asco!", y entonces el poeta de la corte maldijo la berenjena traidora que retarda la digestión, llena la cabeza de feos pensamientos y empuja a los hombres virtuosos hacia el abismo del delirio y la locura. Alguien malicioso comentó: "Apenas ha elevado a la berenjena al paraíso y ahora la está arrojando al infierno", pero el poeta, que era un profeta de los medios de comunicación de masas, puso las cosas en su lugar: "Yo soy un cortesano del sultán, no un cortesano de la berenjena".


¿Cuándo supo usted que se dedicaría a esto de escribir?


E.G.: Como todos los uruguayos, yo quise ser futbolista. Pero sólo era superestrella del fútbol mientras dormía; de día, era una vergüenza para la patria. Creo que escribí por eso: para hacer con las manos lo que fui incapaz de hacer con los pies.




¿Y empezó pronto?


E.G.: Empecé trabajando en una fábrica de insecticidas, a los 14 años. Antes, mi infancia fue la libertad: todo el día en las calles, en los descampados, en los cañaverales, en bicicleta, en la playa, jugando... Me dan mucha pena hoy los niños en las ciudades: son los más presos de entre los presos. Son rehenes del miedo. Del miedo a la violación, a la intemperie, prisioneros del pánico de la vida moderna.




¿Fue ahí cuando dejó de ser niño, al ponerse a trabajar?


E.G.: Creo que dejé de ser niño el día en que miré de otra manera las piernas de la maestra caminando entre las filas de pupitres.




¿Y por qué se puso usted a trabajar tan temprano?


E.G.: Hubo una crisis en la familia, y yo quise vivir por mi cuenta, ser libre, independiente. Fui también taquígrafo, cobrador de recibos, dibujante, cajero de banco...




No tuvo mucho tiempo de formarse, de estudiar.


E.G.: Sí lo hice, porque iba a los cafés de Montevideo. ¡Soy hijo de esos cafés! Sí: allí escuchaba a veteranos contadores de historias, narradores portentosos.




¿Por qué portentosos?


E.G: Esos narradores logran que lo que ocurrió vuelva a ocurrir mientras ellos lo cuentan. Si en la historia decían que llovía, ¡tú sentías la lluvia! Si contaban que hacía calor, ¡tú sudabas! Te hacían llorar.




¿Existen todavía contadores de historias así?


E.G.: Alguno. Pero por entonces había tiempo para perder tiempo.




De todas las frases que usted ha escrito, salve una de la quema.


E.G.: Escribí la historia real de un cura y una chica del Buenos Aires del siglo XIX, que se enamoraron y huyeron juntos. Les persiguieron y, al final, fueron fusilados. Por delito de amor. En un capítulo, yo tenía que explicar su primera noche de amor juntos, huidos, a solas. Pero contar el amor es como contar un chiste. ¿Cómo contar el amor con palabras? Es algo tan inexplicable, tan inenarrable...




No me ha dicho cuál es la frase.


E.G.: Espere: escribí y escribí, y le di a leer el capítulo a un amigo muy querido, y me dijo: "Corta". Recorté el texto, y me dijo: "¡Aún hay mucha piedra en las lentejas!". Y, al final, dejé sólo una frase para explicar esa noche de amor. Ésta: "Ellos son dos por error que la noche corrige".


Espléndida.


E.G: Gracias.




Qué suerte tener ese amigo implacable, ¿no?


E.G.: Sí. Mi mujer cumple ahora esa función. Es mi principal manía: que no haya una palabra que sobre en un texto, que estén únicamente las palabras estrictamente necesarias.




Si se excede, llegará al silencio.


E.G.: Sí, como le pasó a aquel pescadero que rotuló sobre la entrada de su tienda: "AQUÍ SE VENDE PESCADO FRESCO". Pasó un vecino y le dijo: "Es obvio que es 'aquí', no hace falta escribirlo". Y borró el AQUÍ. Pasó otro vecino y le dijo: "Es innecesario escribir 'se vende', ¿o acaso regala usted el pescado?".




Y borró el SE VENDE, ¿no?


Y sólo quedó PESCADO FRESCO. E.G.: Sí. Y pasó otro vecino y dijo: "¿Acaso cree que alguien piensa que vende pescado podrido, que escribe 'fresco'...?". Y borró FRESCO.




Ya sólo figuraba PESCADO..


E.G.: Así es... hasta que otro vecino pasó y le dijo al pescadero: "¿Por qué escribe 'pescado'? ¿Acaso alguien dudaría de que se vende otra cosa que pescado, con el olor que sale de aquí?".




¿Esto puede pasarle a usted?


E.G.: Sí, es mi temor, dada mi manía de eliminar palabras superfluas de mis textos. Mi norma es recurrir sólo a palabras que mejoren el silencio.

Sabría contarme una historia que explique qué es América?


E.G.: Le sucedió a mi amigo Juan Bustos, abogado chileno, del equipo de Allende, exiliado en Honduras tras el golpe de Pinochet. Se sentía culpable por estar vivo. Deprimido, se internó en el país y llegó a un pueblo, Yoro. Caminaba su melancolía por las calles, cuando se desató una lluvia feroz. Algo comenzó a golpearle en la cabeza: peces vivos. ¡Llovía peces vivos! Pensó que estaba loco. Trastornado, le gritó a un vecino: "¡Están lloviendo peces!" El vecino, tan tranquilo, con naturalidad, respondió: "Sí, aquí llueven peces". ¡Eso es América!




Lo real maravilloso.


E.G.: La hermosa locura de América. América te golpea con esa belleza violenta. ¡Yo he tenido la suerte de nacer allí!




¿Esa anécdota es real?


E.G.: Sí, sí. Es un fenómeno que se da: un tifón absorbe huevas de peces de la superficie del mar y, desde las alturas, caen crecidos. La realidad golpeó de tal modo a mi amigo Juan Bustos... que salió de su depresión.




¿Y qué debería hacer América para mejorar su futuro?


Ser ella misma. Tiene que elegir entre ser cara o ser caricatura. Si quiere copiar al norte, se convierte en caricatura, en una grotesca imitación del otro




O sea, debería recuperar su identidad.


E.G.: Eso es: ser. Juntarse sus países, afirmar su identidad perdida. Lula y Kirchner lo han sabido ver: es de sentido común. Hay que cooperar, como los patos




¿Los patos?


E.G.: Fíjese en cómo vuelan los patos. Forman un vértice, vuelan en grupo, en forma de punta de flecha. Eso les permite avanzar, eso hace posible su vuelo. Si no lo hicieran así, no lo conseguirían. ¡Ellos tienen más sentido común que nosotros!




Buen símil.


E.G.: Además, nadie se siente "subpato" por volar en la parte de atrás, porque luego pasa hacia adelante, y el de delante, que se cansa más, pasa hacia atrás. Sentido comunitario: sentido común.




Aboga usted por el grupo, por la colectividad.


E.G.: Es que estamos condenados a la ayuda mutua. ¡Sólo eso nos hizo posibles como especie! Si no, no hubiéramos durado ni un cuarto de hora. Deje a un bebé humano solo y no durará mucho. Somos tan frágiles... Para ilustrar esto que dice, Galeano me remite al primer texto de su libro "Bocas del tiempo" (un compendio de breves ¿relatos?, ¿artículos?, ¿historias?, ¿cuentos?... Todo eso son), que empieza así: "Oriol Vall, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien".




Entendido. Pero alguien podría decirle: ¿no es eso una utopía?


E.G.: Sí, pero utopía es ese lugar hacia el que caminas sin jamás llegar a él, porque es como la línea del horizonte: avanzas hacia ella diez pasos, y ella se corre otros diez pasos.




¿Y para qué sirve la utopía?


Para caminar.