jueves, 24 de enero de 2013

Neandertales

En mi pueblo hay una cueva prehistórica. Estaba dando un día un paseo, mientras meditaba sobre la fascinante complejidad de la vida, capaz de entregarnos personas tan dispares como Brad Pitt y Cristóbal Montoro, cuando un coche, matrícula de Madrid, paró a mi lado y me interpeló: "Oiga, ¿usted viene de la cueva?" - así, sin "buenos días", ni nada-. "No. Yo tuve un virus de pequeño", respondí.
El filósofo francés Edgar Morin dice que, con la civilización, hemos pasado del hombre de las cavernas al problema de las cavernas del hombre. El gran Joseph Conrad tituló uno de sus libros imprescindibles "El corazón de las tinieblas" o, tal vez, "Corazón de tinieblas". El paso del primer título al segundo equivale a lo que, con otras palabras, explicaba Morin.
Uno, con una filosofía más de andar por casa, piensa que la evolución del ser humano ha hecho que pasemos del hombre de las cavernas al hombre de las tabernas.
Y ahora tenemos a un genetista intentando reproducir neandertales. Es lo mismo que, con otros medios, pretenden conseguir los gobiernos de turno: neandertales sociales, inoculados con el virus de la resignación infinita.
En espera de inmediatos y profundos acontecimientos, solacémonos con el fino humor de Urdangarín, cuya chabacanería parece ser proporcional a su codicia. Un neandertal sin clase, residente en una lujosa cueva de Alí Babá.

lunes, 21 de enero de 2013

Enfermedad


Estaba enfermo: una enfermedad crónica. Los médicos le habían suministrado el tratamiento habitual en estos casos, sin resultado alguno. Así que, cinco días a la semana -de lunes a viernes- se enchufaba a la máquina, en busca de la transfusión. Al acercarse a ella, notaba cómo aumentaba la frecuencia de sus latidos (nada importante, la taquicardia habitual); luego, hacía "doble click" y abría el correo electrónico: allí estaban los e-mails de ella, arterias que conducían los glóbulos rojos (las palabras de cariño) a su organismo. De esta forma sobrevivía, ya que vivir en plenitud no estaba a su alcance.
Los médicos le habían recetado, por pura rutina, grandes dosis de sentido común. Era inútil: un caso perdido, enfermo incurable de amor, que se enchufaba al ordenador con la ansiedad de un comprador compulsivo en época de rebajas.

miércoles, 16 de enero de 2013

El tonto del pueblo

Eran tiempos oscuros de escuela, iglesia y cuartel, y calla que te doy una hostia. En la escuela había todo un arsenal de armas de tortura: palos, reglas, gomas del butano formaban la pedagogía del binomio conocimientos/sangre. En los bares se prohibía "blasfemar y hablar de política". La censura del cine llegaba a ser  surrealista, modificando diálogos, convirtiendo una relación adúltera en incestuosa ("Mogambo"). El campesino que cometía el desatino de trabajar su tierra en domingo, desafiando el Día del Señor, se arriesgaba a la multa subsiguiente. La mujer llevaba un burka social: necesitaba permiso de su marido -su dueño- para trabajar fuera de casa o abrir una cuenta corriente en un banco. La guardia civil clausuraba una romería o decidía la hora de cierre de un chigre, en función de la gratuita pitanza recibida. Libros prohibidos, músicas en exilio forzoso, lenguas perseguidas. Había detenidos en las comisarias que salían por las ventanas, sindicatos verticales y penas de muerte.
En este ambiente sórdido e irrespirable, la función del tonto del pueblo era terapéutica; de alguna forma, estaba subvencionada. Un país reprimido, inevitablemente, desemboca en el  humor zafio y cruel de reirse del débil, del vulnerable (la otra cara de la moneda es el baboseo peloteril ante el poderoso); de inteligente supervivencia, el humor deviene en sadismo encanallado. El tonto del pueblo era, pues, una figura entrañable, y realizaba una importante labor social, lenitiva y lubricante.
De aquellos años, de una dictadura militar tan añorada por algunos, hemos pasado, por el puente de una transición fraudulenta, a una dictadura financiera. ¿Ha desaparecido el personaje del tonto del pueblo, en estos tiempos de Internet y Jorge Javier Vázquez?, se preguntarán mis lectores de allende el Atlántico. Veamos: si tú coges, agarras y dices a un sueco -un suponer- que alguien ha calificado la mayor catástrofe ambiental de la historia del país como "unos hilillos de plastilina", que ese mismo individuo ha dicho que el cambio climático no existe "porque me lo ha dicho mi primo, que es científico", y que dicha eminencia se ha pronunciado sobre el problema del paro diciendo que "tengo las soluciones escritas en el papel, pero no entiendo mi letra", el sueco de marras te dirá que le estás hablando del tonto del pueblo.
Pues, no. Bueno, sí. Lo que pasa es que ahora el tonto del pueblo es el presidente del gobierno. En Europa han necesitado sólo dos tardes (aquellas en las que Jordi Sevilla mostraba a ZP los rudimentos de la economía) en advertir sus dos capacidades esenciales: incompetente y mentiroso. Bueno, vale, admitamos haragán como animal de compañía.
Lo malo es que el gobierno piensa que el tonto  del pueblo es el pueblo. Y en esas estamos.

jueves, 3 de enero de 2013

Erotismo desaforado

Mientras meriendo un café con suspiros (y con magdalenas), veo en la televisión asturiana un resumen de las noticias del año. En Mondoñedo (Lugo), detienen a una pareja por hacer el amor en un parque público, al lado del monumento a Queipo de Llano; veo el reportaje escandalizado, como toda persona de bien: ¿qué hace la estatua de un militar golpista en ese lugar de pacífica convivencia ciudadana?. Recuerdo, una vez más, la magistral frase de Francisco Umbral sobre la supuesta ejemplaridad de la Transición: "la Banca se ha comprado una democracia".
A continuación, en unas imágenes acerca del Día de Asturias, asisto abochornado a otra exhibición de erotismo fuera de lugar: el alcalde de Cangas de Onís besa, untuoso y servil, el dedo, el anillo y todo lo que puede al Arzobispo. De nuevo las personales inclinaciones libidinosas llevadas a un espacio que no les corresponde.
Finalmente, como prolongación de tanta pasión descontrolada: en China, un individuo sorprende a su esposa en la cama con su amante; su reacción ha sido subirse a un árbol, del que no piensa bajarse hasta que no le presenten disculpas. Aún no se ha bajado. El hecho sucedió en marzo. Desde entonces vive allí, un trasunto de lo que contaba Italo Calvino en "El barón rampante".
Piensa uno que esta última noticia tal vez pueda devenir en metáfora de la situación de nuestro país. Tal vez la única actitud a adoptar por los sufridos ciudadanos ante la escandalosa y vergonzante infidelidad de este gobierno, que nos está poniendo los cuernos con los plutócratas, la Iglesia y la Banca, en una orgía escandalosa, sea la de subirnos todos a un árbol, y no bajarnos hasta que dimitan.
¿Habrá árboles en cantidad suficiente?.
Para comenzar bien el año, elijo una preciosa canción de amor de Silvio Rodríguez: "Quién fuera".