viernes, 16 de octubre de 2015

Antes del fin, Ernesto Sabato



Fue en un café de Retiro donde te acercaste a pedir unas monedas y yo te pregunté si querías sentarte. Eras uno de esos tantos que mendigan su inocencia como ángeles excluidos de algún cielo perverso y extraño.Desde luego, no me conocias, y me reconfortó compartir el encuentro. Porque vos, con tu corta edad, llevabas la mirada envejecida por esas atrocidades que, en breve tiempo, realizan en el cuerpo y en el alma la devastación que traen los años.
Cuando en alguna oportunidad me vuelvo al mismo café, te he buscado con el deseo de saludarte. Ya no estabas, pero te descubro en otros chicos cuando, al regresar de noche a casa, los veo hurgar entre las bolsas de basura, hundiendo en la inmundicia sus pequeñas manos, destinadas a los columpios y a las calesitas. Y no sé por qué, entonces pienso en Rimbaud, que en las calles de París se alimentaba con los mendrugos que sacaba de la basura y que dormia en la noche acurrucado en los portales.
Y, encerrado en este viejo estudio, sentado al borde de la cama, vuelvo a ver el dibujito de la casa que me regalaste y que yo supuse que era la casa de tus sueños, con flores, pequeñas ventanas y cortinas...toda esa magia encantadora de los niños que ni la miseria parece borrrar.
He estado escribiendo estas líneas que probablemente nunca leerás. Querría resguardarte de alguna manera. ! Qué horror, el mundo!