miércoles, 24 de noviembre de 2010

Poesía necesaria



Seguramente los más grandes escritores son poetas, aunque algunos escriban en prosa. Consiguen algo muy difícil: expresar lo que quieren decir con las palabras justas; nada sobra ni falta: vocabulario rico sin caer en el barroquismo amanerado, sencillez sin reduccionismo expresivo. Así, García Márquez al referirse a un bar en donde remojaban sus madrugadas juveniles: "Era el desayunadero de los grandes amanecidos". En "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar: "Con el paso del tiempo, la máscara se convierte en rostro".
Desafortunadamente, cierta poesía hermética, ininteligible, que parece necesitar códigos secretos para ser interpretada, ha conseguido alejar a muchos lectores potenciales dirigiéndolos a otras lecturas más accesibles.
Ahí van dos ejemplos de una estupenda poesía que huye de la retórica vacía: el catalán Joan Margarit, y la joven gaditana Raquel Lanseros.


"La muchacha del semáforo"
Tienes la misma edad que yo tenía
cuando empezaba a soñar en encontrarte.
No sabía aún, igual que tú
no lo has aprendido aún, que algún día
el amor es esta arma cargada
de soledad y de melancolía
que ahora te está apuntando desde mis ojos.
Tú eres la muchacha que yo estuve buscando
durante tanto tiempo cuando aún no existías.
Y yo soy aquel hombre hacia el cual
querrás un día dirigir tus pasos.
Pero estaré entonces tan lejos de tí
como ahora tú de mí en este semáforo.
Joan Margarit



BEATRIZ ORIETA
Maestra nacional
(1919-1945)

Los niños corren y saltan a la comba.
Beatriz Orieta pasea junto a Dante
sorteando los pupitres
[en medio del camino de la vida...]
Tiene litros de frío mojándole la espalda.
Apenas pueden nada contra él
los míseros tizones del brasero oxidado.

Entran al aula los gritos infantiles,
huelen a tos y a hambre.
Algunas veces,
Beatriz Orieta casi no contiene
las ganas de llorar
y mira las caritas sucias afanándose
en recordar las tildes de las palabras llanas.

Prosigue Dante todo el día musitando
en el oído de Beatriz Orieta
[...amor que mueve el sol y las estrellas].

Ella siente de veras
que otro mundo es posible
al lado de este mundo gris y parco.

Contra el lejano sol
del lejano crepúsculo
dos amantes se miran a los ojos.
Beatriz Orieta está
apoyada en su hombro.
Los álamos susurran las palabras de Dante.
Los amantes son túneles de luz
a través de la niebla.
Los besos puros son las amapolas
de un cuadro de Van Gogh.

Pasa el invierno lento como pasa un poema.

Pasan el frío andrajoso, la fiebre y el esputo
y toman posesión del blanco cuerpo
igual que las hormigas invadiendo
esas migas de pan abandonadas.

Sesenta años después, entre las ruinas verdes
leo un descanse en paz envejecido
sobre la tumba de Beatriz Orieta.

El silencio es de mármol.
El silencio
es la respuesta de todas las preguntas.

Unos metros más lejos, hace sólo dos años
yace también el hombre
que, apoyado en el hombro de Beatriz Orieta,
dibujó un corazón sobre un tiempo de hiel.

¿Qué más puedo decir?
Que la vida separa a los amantes
ya lo dijo Prévert.
Pero a veces la muerte
vuelve a acercar los labios
de los que un día se amaron.
Raquel Lanseros


martes, 23 de noviembre de 2010

Ruperta



" Ponme un vino, pronto, que tengo que ir a sacar a Ruperta del armario. Este mediodía comió una barbaridad, si no la despierto no da señales de vida hasta la noche; dame mucho que hacer, pero ye muy cariñosa y llena mucho la casa. Y lista como un rayo, nun ye como los perros que dícesis una cosa y fáinla: esta piensa lo que-y mandas unos segundos, o un par de minutos, y luego fay lo que-y da la gana. Dame más conversación que muchos parientes. Echoi siempre pienso de comer, de los restos de comida nun me fío, siempre pueden llevar algún hueso. Na más que me echo en la cama, súbese encima las sábanas y, si ta puesto en la tele algún documental de animales y sal algún bicho muy raro, pon la patuca por delante pa tapase; y eso que lleva seis años conmigo. Pongoi de comer cuatro veces al día y ta gorda como un gocho: pesará seis o siete kilos. Bueno, marcho a despertala, que si no nun me pega ojo de noche. Nun sé si la adopté yo a ella o ella a mí".

Mensaje en una botella


"Había llegado a ese momento en el que, para todo hombre, la vida es una derrota aceptada" (Marguerite Yourcenar, "Memorias de Adriano").