lunes, 26 de septiembre de 2011

Los puentes de Madison






"Los puentes de Madison", película dirigida por Clint Eastwood, está basada en una novela corta y prescindible del escritor Robert James Waller. En muchas ocasiones, la lectura previa de una obra nos lleva directamente a la decepción al ver su transcripción a la pantalla; por el contrario, en otras -pongamos por ejemplo el caso de Alfred Hitchock- lo que vemos en el cine supera con mucho el original literario. Un ejemplo de adaptación fallida: "El amor en los tiempos del cólera", de García Márquez; otras, correctas, "Los santos inocentes" (Mario Camus) del original de Miguel Delibes, "El nombre de la rosa" (Jean Jacques Annaud) de la novela de Umberto Eco...; algunas más, correctísimas: como modelo, la película "Blade Runner" (Ridley Scott), basada en "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" de Philip K. Dick. (Juro que ese es el título de la novela). Es cierto que el lenguaje cinematográfico no es lo mismo que el literario, y que el director de cine debe partir del libro para, apoyándose en él, hacer "otra cosa".


La película citada de C. Eastwood supera con creces el original. En ella, Francesca (excelente Meryl Streep) es un ama de casa italiana, casada con un soldado estadounidense y emigrada a EE.UU. Su vida es previsible, sin sobresaltos, de días repetidos, desapasionada. Sus hijos le cambian el dial de radio en el que ella escucha sus añoradas canciones italianas. La llegada, mientras su familia se encuentra en una feria de ganado, de un fotógrafo de Nathional Geographic, Robert Kincaid (estupendo Clint Eastwood), desencadenará una tormenta en el interior de Francesca; él ofrece todo aquello que ella echa de menos: la aventura, la improvisación, el apasionamiento...

También, posiblemente, la inestabilidad.

El proceso de enamoramiento está descrito con la necesaria morosidad -los protagonistas ya no son unos adolescentes- y elegancia. Añádase a ello la visita al pueblo, uno de esos lugares en los que sus habitantes tienen como pasión única el rastreo de las vidas ajenas.

El gran inconveniente o estorbo de la película lo encuentro en la existencia de los antipáticos hijos, que no aportan nada a la narración, y que sólo sirven para rebajar el gran calado emocional de una de las escenas finales, aquella en la que Clint aguarda bajo la lluvia mientras Meryl echa mano a la manilla de la furgoneta en la que va con su marido: al introducir a los hijos en la historia, el espectador sabe ya que Meryl no se va.

No me explico que Eastwood, con lo listo que es, no corrigiera esto. Con todo, una película que considero excelente; la melodía central, muy sensible, es obra del propio Clint.

Finalmente, decir que el escritor John Steinbeck tiene un relato corto titulado "Los crisantemos" que parece claramente la inspiración de lo que años más tarde escribió Robert James Waller.


Aunque soy tan celoso de mi vida privada que no la tengo, he de confesar que la peli de la que hablo no me trae recuerdos demasiado agradables: en un desesperado intento de enmendar el cúmulo de intemperies sentimentales que azotan mi devastado corazón, durante un viaje en el tren intenté utilizar esta película con un dvd portátil, con la peregrina idea de que alguna moza, cinéfila, romántica y poco exigente, se sentase a mi lado para verla juntos y lo que surgiese (tal vez, en el paroxismo del romanticismo, comprar un queso de afuegalpitu en el Fontán). Con la fortuna que me caracteriza, a los cinco minutos - no habíamos llegado a la estación de Sandiche, mira en el "guguelmás"- se acercó el revisor del tren y, al ver el protagonista, exclamó: "¡Hostias, clinisguo!" y de allí ya no le movió ni la necesidad de picar billetes, ni una señora a quien no le dio tiempo a bajarse en la estación de Vega (más "guguelmás" pal lector), "Que coja en Trubia el tren de regreso", dijo mi acompañante sin mover el bigote, ni la pregunta de un viajero acerca de los horarios: "Pregunte al conductor, que lleva más tiempo en la empresa", le soltó sin inmutarse.


Así que llegamos a la estación de Oviedo viendo en la pantalla los títulos de crédito, y poco antes de que yo pusiese en la oficina de "Atención al viajero" la primera queja por el boicot a unos planes románticos tan elaborados.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Collage




En la vastísima mitología griega, Pigmalión esculpía obsesivamente mujeres en las que buscaba la perfección; la diosa Afrodita se apiadó de él, y a una de ellas le insufló vida. El dramaturgo irlandés Bernard Shaw se inspiró en este mito para crear su obra "Pigmalión", en la que dos amigos apuestan acerca de la posibilidad de convertir a una rústica muchacha en una refinada moza. Más tarde sería llevada al cine como musical con el título de "My fair lady", con la encantadora Audrey Hepburn.
La tendencia a modelar a la otra persona es uno de los frecuentes accidentes de tantas y tantas parejas ("parece ser que en los tríos hay más respeto democrático"). Por otra parte, el ser humano no es otra cosa que material frágil y maleable que la vida, cual Pigmalión travieso y escurridizo, moldea a su antojo, mientras aguardamos en vano la llegada de una providencial Afrodita que nos infunda el alma. En esa vana espera, acumulamos certidumbres de andar por casa, dudas magistrales, ausencias devastadoras, balsámicos olvidos, aciertos y errores, el mundo en una mirada, la vida en una presencia, el estruendo en un silencio...en una suerte de "collage": marionetas, al fin, de una obra de autor desconocido, en la que se nos escapa la figura que organiza el guiñol.