lunes, 10 de octubre de 2011

Amor a la lectora





El escritor argentino Ricardo Piglia cuenta estas dos anécdotas ante unos cientos de estudiantes entregados: a la edad de tres años, cogió un libro de la nutrida biblioteca de su abuelo y aparentó leerlo, sentado en el porche de su casa...hasta que uno de los viandantes le indicó que lo tenía al revés. Y Piglia se pregunta: "en cierto modo, ¿no es eso lo que solemos hacer, leer al revés?". Mi reflexión se dirige en otro sentido: con su actitud, Ricardo demostró una curiosa precocidad; él desarrolló a los tres años una capacidad que Bush Jr. tardó décadas en dominar.
La segunda anécdota me parece preciosa -achácalo a mi enfermizo romanticismo si quieres-. Cuenta el escritor que tenía unos 16 años cuando se interesó por una muchacha que era especialmente lectora, mientras que a él simplemente le interesaba el fútbol. Cuando ella le preguntó qué estaba leyendo él improvisó como respuesta "La peste" de Camus, que acababa de ver en un escaparate. El asunto se complicó cuando ella le pidió que se lo prestase, con lo que no tuvo más remedio que comprar el libro y leerlo en una noche para llevárselo al día siguiente.
Aquí no estamos ante un caso de amor a la lectura, sino más bien de amor a la lectora, de lectura por amor; nada extraño, si pensamos que uno de los "efectos colaterales" del hecho de leer suele ser el mejor conocimiento y comprensión de los otros y de uno mismo: al fin y al cabo, un acto de amor.