martes, 2 de marzo de 2010

Refugio











En el refugio

"La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta" G. K. Chesterton.



Noviembre es un mes lleno de lunes: días más cortos, temperaturas más bajas, humedad en el cuerpo y en el alma. En el horizonte, inquietante, asoma la Navidad: alegría bañada en tarjeta de crédito, besos envueltos en papel de regalo, identidad expedida en el centro comercial. Durante unos días, la ternura cotiza en bolsa. Mas, para el frío de las ausencias devastadoras, no hay abrigos a la venta.


Era noviembre y me había trasladado a Candamo, un bello concejo eminentemente rural de gente noble y acogedora. Unos versos demoledores de Ángel González me definían: "...porque en ningún país puede arraigar tu corazón deshabitado. Nunca, y es tan sencillo, podrás abrir una cancela y decir 'buen día, madre' ". Pocos eran los efectos personales. Los afectos menos. Pero había descubierto un refugio.


Cuando llega noviembre, y hay muchos meses que son noviembre porque el tiempo ( la materia de la que está hecho el hombre, según Borges) deviene en estado de ánimo, encuentro un refugio en el telecentro de Candamo. En él, por algún resquicio secreto, un trozo de cielo entra a diario para quedarse. Allí, C. es un espejo tan limpio que en él reflejamos lo mejor de nosotros mismos: con fulgores de cariño, enciende los ojos más apagados, y tomamos apuntes prodigiosos que cicatrizan nuestras heridas; durante el sortilegio pensamos que el mundo no está mal hecho, y la vida cobra sentido. Con magia de la buena, consigue música del instrumento más desafinado.


Hay, además, páginas web solitarias, humildes, con vínculos que llevan a lugares fecundos, como estaciones de tren varadas en el olvido que enlazan con otras luminosas y alegres: seres humanos de existencia anónima y frágil, islas recónditas que no están en el mapa, de ternura volcánica, sin viajero que las visite.


La vida es un viaje que nos obliga al aprendizaje, nos dice Kavafis en su admirable poema "Itaca", y, si la encontramos pobre, nos recomienda sutilmente que improvisemos otras "Itacas": es preciso encontrar el enlace adecuado y continuar el trayecto.


En mi viaje personal, tal vez el señor Alzheimer, ladrón de recuerdos, me visite algún día, escondido en los harapos del Tiempo. Ahora que puedo, necesito decirle que, en un lugar secreto de mi corazón, allí donde guardo lo que más quiero, siempre vivirán C. y nuestro telecentro, inaccesibles a su despojo.


Escribí esto hace cuatro años. No es un espacio de tiempo desdeñable: más que suficiente para que una persona caiga y se levante, reafirme unas amistades, se difuminen otras, cauterice heridas, improvise ilusiones, acepte derrotas, reconozca límites...en fin, arena de playa moldeada por las olas de la vida. Si vuelvo a poner lo que escribí entonces, mínimamente depurado, es porque el corazón lo identifica hoy día con el mismo cariño con que lo interpretó en aquellos momentos.
Mientras finalizo esta entrada, escucho a Patty Griffin, una cantante a la que acabo de descubrir: "Dear Old Friend", dedicada a las víctimas del huracán Katrina. A mis queridos viejos amigos se unen otros nuevos, viviendo en parcelas no urbanizables de mi corazón, adonde no llega la especulación urbanística: gente admirable e imprescindible para protegerse de los devastadores huracanes del alma.

























































lunes, 1 de marzo de 2010

Monadas



Estaba merendando un café con magdalenas cuando, al mirar la televisión, ví a un chimpancé con un teléfono móvil. Comprobé que tenía la tele encendida, y que lo que estaba presenciando no era mi propio reflejo. ¿ O sí? En cualquier caso, presté atención, que es lo único que se puede prestar en estos tiempos de megacrisis, ciclogénesis, pandemias virtuales, terremotos y festival de Eurovisión.


El reportaje - de interés humano, sin duda - contaba cómo unos turistas, en el zoológico de Saint-Paul (Minesota, EE.UU.), se habían acercado a su jaula (la del chimpancé) con la intención de sacarle una foto y, al hacerlo, el móvil les había caído dentro. Por lo visto, la reacción del mono fue la de acercar el aparato a la oreja y emitir una serie de sonidos guturales ( vamos, igual que si se tratase de un participante en Gran Hermano). Lo mejor vino después, cuando intentó - se veía claramente, estos programas de National Geographic son una maravilla- sacar una foto a sus visitantes. Amagó el inicio del enfoque, les miró, movió la cabeza a uno y otro lado con un gesto que parecía desaprobatorio y les lanzó el móvil en una acción más emparentada con la decepción que con el enfado.


Acabé la merienda sacando la conclusión de que un chimpancé con un teléfono móvil, aunque éste sea de última generación, sigue siendo un chimpancé.


"Con la civilización hemos pasado del problema del hombre de las cavernas al problema de las cavernas del hombre" piensa con meridiana lucidez el filósofo francés Edgar Morin. En el fondo, seguimos siendo aquel hombre primitivo, sin respuesta para las grandes preguntas existenciales: ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Dejará de ser hortera Cristiano Ronaldo?


Si me permiten los herederos de Joseph Conrad y la Sgae, yo diría más o menos lo mismo que Edgar Morin con estas otras palabras: "Del corazón de las tinieblas hemos pasado a las tinieblas del corazón".


"Papá, cambia de canal", dijo un niño a su padre cuando vió que la mañana estaba desapacible. Ante la ciclogénesis de hiperinformación y mundos virtuales, quizá sólo quepa como recurso defensivo cerrar las puertas con la sutil llave de una verdadera cultura humanista, en la que el hombre ( y la mujer ) sean los dueños de una desbocada tecnología que debe ser instrumento del ser humano y no su dios.