martes, 28 de junio de 2011

Lo suyo (Poema de amor)




LO SUYO


El Gran Inquisidor Rouco Varela,

azote de las almas descarriadas,

no ve bien las acampadas

ni el rock, que lo suyo es la zarzuela

de botines, talantes y peperos,

cobijándose en obsceno concordato

-alejado del utópico insensato-

a la diestra del padre, Don Dinero.

Mercader del negocio del pecado,

flagelo obstinado de conciencias,

tres veces negando al desahuciado;

compañero de viaje de Eminencias

que rezan con fervor al dios Mercado:

lo suyo -compañero- es la indecencia.



viernes, 24 de junio de 2011

Vázquez Montalbán




Manuel Vázquez Montalbán nació en Barcelona en 1939 y murió en Tailandia en el 2003. Escribió, sobre todo, novela negra - con el inspector Carvalho como protagonista- y fue un lúcido analista político. En este terreno publicó libros como "Autobiografía del general Franco", "Pasionaria y los siete enanitos", "Un polaco en la corte del rey Juan Carlos", "La aznaridad". Estoy leyendo este último, gracias a la generosidad de un amigo y, como siempre , es una delicia comprobar la lucidez, la fina ironía y la exacta escritura de Vázquez Montalbán, desde su posición izquierdista insobornable, nada que ver con el panfleto o el forofismo estilo "manoloeldelbombo" de tanto ultrasur de la política.


"La aznaridad" analiza los ocho años del gobierno de Aznar, y alrededores, con una inteligente mirada transversal que desnuda a los principales actores políticos de aquellos años. Ahí van algunas perlas de las primeras páginas (qué quies, acabo de empezalo):


"Desde el comienzo, se vio que el presidente de Gobierno, mal aconsejado por su experto en imagen, gastaba la misma sonrisa en los bautizos que en los entierros"... "No representa ningún prototipo asumido en el catálogo de la fauna política ibérica: ni es el ogro comelotodo a lo Fraga, ni el vendedor de burros tuertos a lo González, ni el viejo zorro a lo Carrillo, ni el mensajero sacrificado y providencial a lo Suárez, ni el mesías del futuro como religión representado por Anguita"... "Aznar tenía en 1998 el mismo y respetabilísimo sistema de señales de un inspector de Hacienda o de un novio lento, seguro, con corbata, que va al cine con su novia y el hermano pequeño de su novia, siempre con el hermano pequeño de su novia"... "Tampoco se reía bien Felipe González en la oposición. Es la suya una risa de flan chino El Mandarín"... "Sospecho que cada vez que Madeleine Albright le concedía un baile a Solana, le metía en los bolsillos no el número de su habitación o de teléfono móvil, sino un albarán de pedidos militares...".


¡Qué inmensa nos resulta su ausencia en estos tiempos de porno duro político-financiero! "Cuando las decisiones políticas han de ser objetivamente reaccionarias, ¿no sería más sensato que las aplicara la derecha?". Palabra de Manuel Vázquez Montalbán.

miércoles, 22 de junio de 2011

Escuchar, oir, hablar

"¿Se me escucha desde el fondo?". "Se te escucha, pero no se te oye". Esta anécdota, comentada por el gran Fernando Lázaro Carreter en uno de sus amenos artículos - reunidos luego bajo el título de "El dardo en la palabra"- hace hincapié sobre la necesidad de expresarse con propiedad, sobre el uso correcto de las palabras. "Todo aquel con capacidad de escuchar, se convierte en médico" según el escritor Henry Miller. Para Oscar Wilde, el estilo era el padre del pensamiento: "cómo" lo decimos, es "qué" decimos.
Perdemos la actitud de escuchar al otro bastante antes de extraviar la audición. Los diálogos, tantas veces monólogos de sordos, suelen carecer de la disposición a la escucha, el talante adecuado para cambiar de opinión, y un acuerdo respecto al significado de las palabras empleadas. De ahí a sustituir el argumento por el volumen de voz empleado, sólo hay un paso. Y ese paso en España mide muy pocos centímetros.
El silencio armonioso entre dos personas es su prueba del algodón. El mutismo, algo muy valorado en lejanas culturas (pongamos, por ejemplo, las orientales), tiene mala prensa en estas latitudes. La charlatanería, el vocerío insustancial - basta presenciar un pseudodebate televisivo- suelen sustituir a la charla distendida, creativa, reflexiva y, sobre todo, respetuosa con el otro.
Paradójicamente, la megatecnología invasora, supuesta alfombra para el paso de la comunicación, ejerce en ocasiones de muro efectivo. Veo a tres personas compartiendo viaje en el tren, y, lejos de buscar paisajes comunes de encuentro, cada uno se sumerge en su teléfono, su ordenador portátil, su audio. Somos, en ocasiones, instrumentos de nuestros propios instrumentos. La charla virtual, aquella que no encuentra como aliada a la comunicación no verbal -que no es la que está exenta de verbos-, nunca podrá suplantar a comer pollo al ajillo con unos buenos amigos. Y si son amigas no te digo nada...
Finalmente, este aforismo exquisito del gran Bernard Shaw (Irlanda con su clima etílico y sus mentes privilegiadas): " Ella había perdido el arte de la conversación, pero no la capacidad de hablar".

P. D. Tras estas divagaciones, tres recomendaciones para mis múltiples seguidores de allende los Pirineos: una peli, "Primera plana", de B. Wilder, corrosiva comedia muy adecuada para estos aciagos tiempos; un libro, "Almas grises", de Philip Claudel, excelente novela que vale por todo un tratado de sociología y psicología; un disco, "Born to run", de Bruce Springsteen, con el gran - en todos los sentidos- Clarence Clemons, recientemente fallecido, al saxo.

martes, 21 de junio de 2011

Javier Marías / Un cuento chino



Cada libro de Javier Marías es recibido por la crítica como un acontecimiento de primer orden, algo comparable a la llegada a las librerías de la última obra de un Faulkner, Joyce, Proust, y en este plan. Desde luego, esa misma crítica le considera como el escritor más relevante e inspirado de la actualidad en este país. Ya sé que publica en la editorial Alfaguara, del grupo Prisa, pero a mí me parece que todo tiene un límite.


Estos días finalicé, con mucho esfuerzo, la lectura de su última obra, "Los enamoramientos". Antes de ella, había leído "Corazón tan blanco" y "Todas las almas", y de todas ellas se deriva la misma sensación: una historia aburrida, poco que contar, escrita de forma farragosa, llena de pesadísimas digresiones que hacen que algo que debería ser narrado en 150 hojas ocupe un espacio de cuatrocientas. Y una escritura embarullada, de pésimo escritor. Ahí van algunas perlas, situadas dentro de alguno de los libros citados:


"el cochecito de niño de mi niño nuevo"; "...supe más tarde que sucediera, sucedió cuando..."; "el profesor del Diestro llevaba muy avanzado el conocimiento trabado de su desconocida"; "aún se entretuvo en la sección viril, ahora probó dos aromas en el envés de sus sendas manos, pronto no le quedarían zonas incontaminadas de los perfumes dispares". Terrible. Un fraude que suena a cuento chino.


"Un cuento chino" es el título de una película hispano-argentina recién estrenada, protagonizada por el excelente actor Ricardo Darín. Una comedia amable que narra la relación de un ferretero huraño, solitario, obsesivo y misántropo, con un chino que no sabe una palabra de español. Seguramente la historia podía dar más de lo que se ve en la pantalla, o transitar por terrenos más ásperos y entregar una visión necesariamente ácida sobre el tema de la emigración, pero la película se deja ver con agrado, lo cual es casi un lujo con la cartelera de cine que encontramos habitualmente.


















lunes, 13 de junio de 2011

Teoría del iceberg




El relato corto, el cuento, las narraciones breves en general, son creaciones que conviven en armonía con estos tiempos apresurados y convulsos que vivimos. A diferencia de las novelas de largo aliento, no reclaman del lector su fidelidad ni una concentración prolongada. Si además hablamos de libro de bolsillo, ya tenemos en las manos el volumen ideal para llenar un viaje de media hora en el transporte público.
Utilizando un símil boxístico, diríamos que el escritor de relatos cortos pretende ganar por KO mientras que el novelista intenta hacerlo a los puntos. Algunos de mis favoritos en el arte de la brevedad narrativa son Guy de Maupassant, Juan Rulfo, O. Henry, Julio Ramón Ribeyro, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Ambrose Bierce, Flannery O, Connor, Anton Chejov, E.A. Poe, Horacio Quiroga, Saki, R. L. Stevenson, Eduardo Galeano, William Faulkner (éste, por supuesto, también gran novelista), Ray Bradbury, Raymond Carver, Ernest Hemingway...
De éste último parte la teoría del iceberg sobre el relato corto: en su opinión, lo narrado debe de ser sólo una pequeña parte de la historia, y sirve para que el lector "lea" lo que se encuentra sugerido y no expresado. Para García Márquez, "El gato bajo la lluvia" era uno de sus cuentos favoritos. Ahí va:

El gato bajo la lluvia,
Ernest Hemingway

Sólo dos americanos paraban en el hotel. No conocían a ninguna de las personas que subían y bajaban por las escaleras hacia y desde sus habitaciones. La suya estaba en el segundo piso, frente al mar y al monumento de la guerra, en el jardín público de grandes palmeras y verdes bancos. Cuando hacía buen tiempo, no faltaba algún pintor con su caballete. A los artistas les gustaban aquellos árboles y los brillantes colores de los hoteles situados frente al mar. Los italianos venían de lejos para contemplar el monumento a la guerra, hecho de bronce que resplandecía bajo la lluvia.El agua se deslizaba por las palmeras y formaba charcos en los senderos de piedra. Las olas se rompían en una larga línea y el mar se retiraba de la playa, para regresar y volver a romperse bajo la lluvia. Los automóviles se alejaban de la plaza donde estaba el monumento. Del otro lado, a la entrada de un café, un mozo estaba contemplando el lugar ahora solitario.La dama americana lo observó todo desde la ventana. En el suelo, a la derecha,un gato se había acurrucado bajo uno de los bancos verdes. Trataba de achicarse todo lo posible para evitar las gotas de agua que caían a los lados de su refugio. El gato tenía que estar a la derecha. Tal vez pudiera acercarse protegida por los aleros. -Voy a buscar ese gatito -dijo ella. - Iré yo, si quieres -se ofreció su marido desde la cama. -No, voy yo. El pobre minino se acurrucaba bajo el banco para no mojarse ¡Pobrecito! El hombre continuó leyendo, apoyado en dos almohadas, al pie de la cama. -No te mojes -le advirtió. La mujer bajó y el dueño del hotel se levantó y le hizo una reverencia cuando ella pasó delante de su oficina, que tenía el escritorio al fondo. El propietario era un hombre muy viejo y muy alto. Il piove -expresó la americana. El dueño del hotel le resultaba simpático. -Si, si signora, brutto tempo. Es un tiempo muy malo. Cuando la americana pasó frente a la oficina, el padrone se inclinó desde su escritorio.Ella experimentó una rara sensación. Se quedó detrás del escritorio, al fondo de la oscura habitación. A la mujer le gustaba. Le gustaba la seriedad con que recibía cualquier queja. Le gustaba su dignidad y su manera de servirla y de desempeñar su papel de hotelero. Le gustaba su rostro viejo y triste y sus manos grandes.
Estaba pensando en aquello cuando abrió la puerta y asomó la cabeza. La lluvia había arreciado. Un hombre con un impermeable cruzó la plaza vacía y entró en el café. El gato tenía que estar a la derecha. Tal vez pudiera acercarse protegida por los aleros.Mientras tanto, un paraguas se abrió detrás. Era la sirvienta encargada de su habitación, mandada sin duda, por el hotelero. -No debe mojarse- dijo la muchacha en italiano, sonriendo. Mientras la criada sostenía el paraguas a su lado, la americana marchó por el sendero de piedra hasta llegar al sitio indicado, bajo la ventana. El banco estaba allí, brillando bajo la lluvia, pero el gato se había ido. La mujer se sintió desilusionada. La criada la miró con curiosidad. -Ha perduto qualque cosa, signora? -Había un gato aquí- contestó la americana. -¿Un gato? -Si, il gatto. -¿Un gato? -la sirvienta se echó a reír -¿Un gato? ¿Bajo la lluvia? -Sí; se había refugiado en el banco -y después- ¡Oh! ¡Me gustaba tanto! Quería tener una gatito. Cuando habló en inglés la doncella se puso seria. -Venga, signora. Tenemos que regresar. Si no, se mojará. -Me lo imagino- dijo la extranjera. Volvieron al hotel por el sendero de piedra. La muchacha se detuvo en la puerta para cerrar el paraguas. Cuando la americana pasó frente a la oficina, el padrone se inclinó desde su escritorio. Ella experimentó una rara sensación. El padrone la hacía sentirse muy pequeña y a la vez, importante. Tuvo la impresión de tener una gran importancia. Después de subir por la escalera, abrió la puerta de su cuarto. George seguía leyendo en la cama. -¿Y el gato? -preguntó abandonado la lectura. -Se ha ido. -¿Y donde puede haberse ido? -dijo él, descansando un poco la vista. La mujer se sentó en la cama. -¡Me gustaba tanto! No sé por qué lo quería tanto. Me gustaba ese pobre gatito.No debe resultar agradable ser un pobre minino bajo la lluvia.

George se puso a leer de nuevo. Su mujer se sentó frente al espejo del tocador y empezó a mirarse con el espejo en mano. Se estudió el perfil, primero de un lado y después del otro, y por último se fijó en la nuca y en el cuello. -¿No te partece que me convendría dejarme crecer el pelo? -le preguntó, volviendo a mirarse de perfil. George levantó la vista y vio la nuca de su mujer, rapada como la de un muchacho. -A mí me gusta como está. -¡Estoy cansada de llevarlo tan corto! Ya estoy harta de parecer siempre un muchacho. George cambió de posición en la cama. No le había quitado la mirada de encima desde que ella empezó a hablar. -¡Caramba! Si estás muy bonita -dijo. La mujer dejó el espejo sobre el tocador y se fue a mirar por la ventana. Anochecía ya. -Quisiera tener el pelo más largo, para poder hacerme moño. Estoy cansada de sentir la nuca desnuda cada vez que me toco. Y también quisiera tener un gatito que se acostara en mi falda y ronroneara cuando yo lo acariciara. -¿Sí? -dijo George. -Y además quiero comer en una mesa con velas y con mi propia vajilla. Y quiero que sea primavera y cepillarme el pelo frente al espejo, tener un gatito y algunos vestidos nuevos. Quisiera tener todo eso.

-¡Oh! ¿Por qué no te callas y lees algo? -dijo George reanudando su lectura. Su mujer miraba desde la ventana. Ya era de noche y todavía llovía a través de las palmeras. -De todos modos quiero tener un gato -dijo-.Quiero un gato. Quiero un gato. ahora mismo. si no puedo tener el pelo largo ni divertirme, por lo menos necesito un gato. George no la escuchaba. Estaba leyendo su libro. Desde la ventana, ella vio que la luz se había encendido en la plaza. Alguien llamó a la puerta -Avanti- dijo george, mirando por encima del libro. En la puerta estaba la sirvienta. Traía un gran gato de color carey que pugnaba por zafarse de los brazos que lo sujetaban. -Con permiso -dijo la muchacha- el padrone me encargó que trajera esto para la signora.


Aun reconociendo la suprema maestría de gente como Borges, posiblemente el autor que más me ha hecho disfrutar en las distancias cortas ha sido Julio Cortázar. Este es un relato suyo tan breve como ingenioso:

Continuidad de los parques,
Julio Cortázar


Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.



Finalmente, el "minimicrorrelato" más famoso de la historia, perteneciente al guatemalteco Augusto Monterroso:


El dinosaurio, Augusto Monterroso


Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.



Curiosamente, una vecina le comentó al escritor que este relato le estaba gustando, aunque aún iba por la mitad de su lectura.

viernes, 10 de junio de 2011

Un pájaro, un burro y Mario Conde



Ayer entró un pájaro en el telecentro y el pobre tardó un siglo en poder salir. Tenía una puerta abierta para ello, pero el problema era que volaba demasiado alto y no encontraba su salida.


En Andalucía - creo que en Sevilla- hay un burro llamado Caramelo que va al trote como si fuese un elegante caballo andaluz. Su dueño, tras duros entrenamientos, saca trescientos euros por actuación; el burro, aplausos (¿a qué me recordará esto, en tiempos de megacrisis y "flexibilidad laboral"?.

Hubo una época en la cual los críos pretendían emular a Mario Conde, en vez de querer ser piratas, futbolistas, vampiros o bomberos (aunque tal vez el personaje sea una síntesis de todas esas cosas). Mario también quiso transitar por encima de su línea natural de vuelo, y tardó años en encontrar la salida.

"Llegar a ser quien soy", exponían los filósofos antiguos como plan vital del ser humano. Esto es, que lleguemos a ser en acto lo que somos en potencia, sin traicionar nuestra sustancia, sin desnaturalizarse como el burro andaluz.

Tal vez no sea lo más adecuado: en la actualidad, la copia suele ser más valorada que el original.



jueves, 9 de junio de 2011

Feliz "cumple"





El telecentro/paraíso donde escribo estas notas, cada vez más escasas y prescindibles, es un espacio acogedor que estimula la relación entre sus usuarios. M. viene los viernes, y, como no tenemos guarda de seguridad, en un tiempo récord nos ha robado nuestros corazones. ¿Y cómo es ella?, me diréis, que todo lo queréis saber, parecéis a Perales. Bueno, a las personas magníficas no se las define, simplemente las queremos y disfrutamos de la alegría que nos reporta su amistad; pero, por dar algunas pistas, diré que M. es sencilla, noble, cariñosa, sensata, respetuosa y con esa cualidad humana tan lógica, pero tan inusual, de tratar a los demás como le gustaría que le tratasen a ella. Es de esas personas que la vida, con cuentagotas, nos regala, para que formemos nuestro propio parapeto protector frente a las adversidades. En estos tiempos de vendedores de humo, tomboleros varios, banalidades y "sálvamedeluxe" , M. es de verdad, auténtica: como el algodón, no engaña.

Si escribo sobre esto es porque hoy cumple años, y, sobre todo, porque la queremos un montón.



Bueno, vale, es verdad que al poner esta entrada me ahorro el regalo, pero no estoy dispuesto a hablar de economía después de lo anterior.

miércoles, 1 de junio de 2011

El viajero




Cuando despertó, el ejecutivo todavía estaba allí. Con el ordenador portátil sobre las rodillas, hablaba por el móvil: una de tantas conversaciones de trabajo, dedujo. Mientras el tren engullía kilómetros, otro sonido -una popular melodía insertada en millones de teléfonos- se elevó, como el reptil de un faquir, del maletín. "Sí, cariño.... ya reservé mesa.... llegaré en media hora...yo también te quiero". "Mándales un fax", continuó, prosiguiendo su palique laboral en el móvil anterior. De un bolsillo del traje emergió un rugido trasnochado de Iron Maiden. Tras comprobar la llamada, le entregó el tercer teléfono: "Perdone, ¿le importaría sujetarlo? Limítese a escuchar la homilía y, cuando ella respire, conteste 'sí´(es mi mujer)", le comunicó sonriendo.

El viajero se levantó y, alejándose unos metros, acercó el aparato y musitó: "Dime, Laura".