viernes, 29 de mayo de 2015

Erostratismo

Eróstrato fue un pastor de la antigüedad que para conseguir fama, para que se hablara de él, incendió el templo de la diosa Artemisa (o Diana); estamos hablando del año trescientos y pico antes de Cristo. Las autoridades de aquel tiempo prohibieron, bajo pena de muerte, que se le citara públicamente. Han pasado un montón de siglos: ha habido guerras de religión, guerras económicas (todas), inventos, supersticiones y hallazgos científicos, revoluciones y contrarreformas...incluso ha dado tiempo a que Leticia Sabater recupere la virginidad. Pero, dicho con la contundencia de Arturo Pérez Reverte -un autor a quien siempre relaciono con la cabra de la Legión-, la gente sigue perdiendo el culo por cinco minutos de fama. Y no me refiero a la fama como negocio comercial, como proyecto de vida (Paquirrines, Belenesestebanes y demás fauna), sino que hablo de aquella persona de la calle que se transmuta en friki delirante, ante el bochorno de sus allegados, con tal de que la tele de turno rellene unos minutos vacíos, destinados al contenedor donde habitan los vídeos vergonzosos.
No sé si la ley ofrece amparo a los familiares más cercanos de estos sujetos: ciertas compensaciones económicas, el derecho a renunciar a la relación de parentesco, la protección ante el saludo callejero del susodicho...De no ser así, algo habría que hacer...
El tema del erostratismo debería de ser tenido muy en cuenta desde los medios de comunicación; pienso ahora en el reciente asunto del piloto que decidió suicidarse haciéndose acompañar del resto de la tripulación del avión. Un suicidio bien alejado del anonimato que otros desesperados escogen para poner fin a su vida: tal vez la idea de viajar al más allá en grupo, y con ello hacerse famoso (aunque sea una especie de fama póstuma), resulte tentadora en la intrincada mente de algunos sujetos. El derecho a (y la obligación de)  informar, debería separarse escrupulosamente del amarillismo con el que suelen  tratarse estos casos, en los que, en la búsqueda de la audiencia a cualquier precio, se manipula la primaria visceralidad de la manera más zafia.