lunes, 4 de diciembre de 2017

A dos velas



Llega el invierno, y de nuevo tendremos que asistir a la trágica muerte de esa anciana, quemada en un domicilio iluminado por dos velas. Una tragedia que ya es todo un clásico navideño, como el turrón, el sorteo de la lotería o las campanadas de fin de año. Detrás de la mal llamada "pobreza energética" está el negocio de las eléctricas, recordándonos, una vez más, que ninguna necesidad básica del ser humano debería de ser objeto de especulación, que al interés general no debería poder hincarle el diente el negocio privado.
Un país que convierte a la pobreza en enfermedad mortal, es un país mortalmente enfermo. "Estar a dos velas" se hace literal sin perder su sentido metafórico: dos velas que radiografían esta sociedad, alumbrando sus rincones más sombríos, como dos faros en la noche de un mundo que ha perdido la luz de la decencia.
El dios de la codicia exige el ritual sacrificio de sus víctimas. Frente a la escenografía obscena de la revista Forbes, contra la oscura liturgia del Ibex 35, la verdad conmovedora de esta anciana emerge, incontestable, como un río de agua límpida que arrastra la mierda del ruido y la mentira.
Uno piensa que esa anciana es siempre la misma, repetida, una viejecita que vuelve cada Navidad para inmolarse religiosamente en la hoguera de las vanidades financieras, y expiar así nuestra indiferencia, ocupados como estamos en el diario afán de banales espejismos.
Esa vieja que muere calcinada esta Navidad, en la soledad de una vivienda con la luz cortada, en una ciudad engalanada de luces y villancicos, explica el estado de la Nación con el rigor que no llegan a alcanzar las gélidas estadísticas, con la veracidad que los interesados gráficos tratan de esconder, con la claridad que la charlatanería de los diputados oculta. Una anciana que quizá no sabe dónde está Panamá, que nunca estuvo en Suiza, ni tampoco en Gibraltar, ajena a estos y otros paraísos, pero que conoce muy bien el infierno cotidiano.
Una anciana ha muerto, rodeada de llamas de soledad y de silencio. 
 Altiva, vana, indiferente, en la ventana del vecino ondea una bandera.

jueves, 23 de noviembre de 2017

Pon un móvil en tu vida...





Considerar imprescindible el teléfono móvil, y no necesitar un móvil en la vida, es no mirar la luna y sí el dedo que nos la señala.
Con frecuencia, mi teléfono móvil se queja, me dice: "Necesito un respiro", y me hace llevarlo al balneario que, en su caso, es la tienda de reparaciones. Supongo que las aplicaciones, los whatsapps, la ingente cantidad de música que le incorporo, son para él vivencias análogas a nuestros achaques, decepciones, pequeñas alegrías. Son sus "vivencias tecnológicas". 
Y, ahora que no me escucha -lo tengo apagado- tengo que decir que vivo perfectamente sin él. Otra cosa es el móvil vital: ¿cómo vivir sin pasión, sin algo que tire de nosotros? Aquel que no se apasiona es un objeto con forma humana e interior vacío. Voltaire lo afirmaba respecto a la tesis central del Quijote: "A cierta edad, hay que inventarse pasiones para ejercitarse". Es decir, para estar vivos. En mi caso, zambullirme en un buen libro, ver una película que me emocione, pasear por la playa y ver el mar, y su reflejo en los ojos de los perrinos que por allí juegan, una botellina de sidra bien conversada con un amigo (si es amiga, mejor), dejar que el azar me regale momentos inesperados... 
El siempre recordado José Luis Sampedro decía que, llegada una edad, uno se planteaba más "vivir para quién" que "vivir para qué". Supongo que ambas cosas son compatibles. "El quién" - "la quien"- que me apasiona se beneficiará de mis pasiones, espero. 
Marcho a dejar el móvil en la tienda. Elsa Pataky no responde a mis llamadas.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Me duele todo



"El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad", dice Gabriel García Márquez. Si Gabo tiene razón, espero una ancianidad confortable. Para Margarite Yourcenar, "a cierta edad, para todo hombre la vida es una derrota aceptada" (Memorias de Adriano). Seguramente son comentarios emparentados. Lo que nos da la vejez es una colección de achaques, físicos y mentales. Perdemos audición y, sobre todo, capacidad de escucha; necesitamos gafas para cerca, gafas para lejos, gafas para encontrar las gafas. La mirada se vuelve torcida, esto es prejuiciosa. Bebemos cada vez menos y vamos a mear cada vez más; en lugar de interlocutores ("hablar entre"), pretendemos receptores pasivos (alguien dijo una vez que a Felipe González le cambiabas el interlocutor y no se enteraba...).

Nuestra presencia se vuelve difusa para los mayores e invisible para los jóvenes. La dictadura física nos impone virtudes ortopédicas. Nuestros mantras favoritos son: "en mis tiempos", "antes", "en mi juventud". Somos antepasados de nuestros antepasados. En la calle, la rubia de caderas ondulantes nos deja atrás con su ritmo de serpiente escurridiza y, no pudiendo seguirla, nos engañamos parándonos frente al escaparate de la tienda de pimientos morrones, que nos interesan menos que el nombre de los ansiolíticos que consume el logopeda de Rajoy.
Retornamos a la infancia y su catálogo de celos, vulnerabilidad, pretensión desaforada de reafirmación y protagonismo, sin viaje de vuelta, en tanto el tren del mundo continúa su trayecto, indiferente a unos espectadores reumáticos y atribulados. La memoria se va y...¿qué te estaba diciendo?.
Instalados en el otoño/invierno de la vida, "es benigno" son las palabras más bellas que podemos oír, según Woody Allen. Claro que eso lo dice un diplomado en hipocondría, que desayuna un plátano cortado en siete partes, desde que lo hizo por primera vez y no le sucedió nada malo. Una tontería: yo siempre lo corto en cuatro trozos. "¡Qué bien te veo!" no es un elogio, aunque necesitemos asumirlo como tal, sino la constatación de que estamos cerca de quien lo dice.
Una amiga me pregunta: "¿Cómo te encuentras?". "Con un GPS", estoy a punto de responderle. Pero la sinceridad se impone: "Me siento muy bien. Lo malo ye pa levantame".


sábado, 28 de octubre de 2017

Tener o ser


"Repártelo con tu amigo, o te doy dos hostias". Esta frase, pura "pedagogía" de la generosa solidaridad, escuché yo el otro día en el parque. La dirigía una madre a un pitufín de unos tres años.
A principios de los años setenta leía uno al psicólogo social Erich Fromm: "El miedo a la libertad", "Tener o ser"...En este último, Fromm decía que si te empeñabas en que un crío repartiese una manzana con su hermano, el guaje odiaría al hermano, a la manzana y a quien le impusiese el reparto.
Fromm afirmaba que había fases naturales -el egoismo en los primeros años, por ejemplo- que había que pasar, y que estas fases naturales se convertían en patológicas cuando se realizaban a destiempo. Gatear en los primeros meses es natural y necesario para posteriormente caminar. Pero si gateas con veinte años -las salidas extemporáneas de los pubs en algunas madrugadas, no cuentan-, entonces tenemos un problema.
Es decir, Fromm aseguraba que el egoísmo era intrínseco, consustancial a los primeros años. Pero ese egoísmo, instalado en una sociedad adulta, la hacía ser patológica: una sociedad egoísta es una sociedad enferma. 
No hace falta ser muy lúcido para acertar en el diagnóstico del mundo en el que vivimos. Lo malo es que no parece haber laboratorios que generen la medicina adecuada que acabe con la epidemia.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Especular



En uno de los magistrales relatos de Jorge Luis Borges, se puede leer esta frase devastadora: "...los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres". Aunque mis numerosos naufragios nunca me han llevado a la isla Misantropía, vislumbro que la relación del ser humano con el espejo es complicada.
¿Qué vemos cuando nos vemos? Se cuenta que, en China, un campesino marchó a la ciudad para vender su cosecha de arroz, y allí compró un espejo. A su regreso, lo dejó sobre la mesa y salió al campo. Su esposa lo cogió y comenzó a llorar desconsoladamente. Al verla, su madre le preguntó qué le ocurría. "Mi marido me engaña con otra", contestó. "A ver..." dijo su madre mientras cogía el espejo. "No te preocupes: es muy vieja"...
Cuando nos sumergimos en una obra de arte, de alguna manera nos enfrentamos a un espejo, que nos interpela y nos habla de nosotros mismos.
Es curioso que el término "especular" que, entre otras cosas, remite a la actividad medular de este casino global en el que se ha convertido el mundo, nos sirva también para referirnos a aquello que es relativo al espejo. Si algo positivo puede tener la monumental estafa a la que estamos asistiendo es la posibilidad de enfrentarnos, en un espejo virtual, a nuestro sistema de valores, y replantearnos la validez de ciertos dioses que se pretenden inmutables.

Valle Inclán, en "Luces de bohemia", nos habló del esperpento: "Los héroes clásicos reflejados en espejos cóncavos dan el Esperpento". Con el mundo zozobrando en la tormenta capitalista, estrellándose contra obscenos arrecifes financieros, surge la figura de Donald Trump: un personaje de historieta que alcanza la Historia para instalar una plutocracia decadente. Trump no llega de un planeta remoto, de una lejana galaxia: el esperpéntico Trump es nuestra imagen deformada, reflejada en los cóncavos espejos del dinero y del poder. Cada vez que vemos al inmigrante como problema, a la mujer como objeto, al refugiado como peligro, al negro como inferior, en definitiva, al Otro como amenaza -el miedo paga sus peajes-, estamos alimentando un esperpento que no se nutre de héroes clásicos, sino de patanes contemporáneos.

En este tiempo convulso y vertiginoso, ya muy lejos del confortable "Hoy es siempre todavía" machadiano, somos espectadores perplejos de una mediocre obra de teatro, en la que Trump ocupa el centro del escenario. Un protagonista que -lo repito- no es un alienígena.

Aunque, por su peinado, pueda parecerlo.

lunes, 2 de octubre de 2017

Adolescentes


La adolescencia es una fase vital en el ser humano. Vital, en su doble acepción de fundamental y relativa a la vida.
Un terreno fértil que facilita la siembra de influencias de todo tipo. Una época en la que cimentamos la persona que seremos.
El adolescente es un vendaval de generosidad, inseguridad y hormonas. Con frecuencia pretende esconder su inseguridad bajo un entrañable manto de supuestas certezas: está aún lejos de descubrir que los años no le descifrarán los misterios esenciales, que el adulto es otro desvalido que simplemente ha aprendido a relativizar su naufragio, a hacer un pacto honesto con sus dudas, con su ignorancia.
Yo diría que el adolescente privilegia la vista en detrimento del oído: le calan ejemplos y le resbalan sermones.
Hace unos meses, vi una película nórdica, con protagonista adolescente, llena de delicadeza. Se titula "Sparrows". En cuanto a la literatura, cómo no citar a ese clásico de Salinger, "El guardián entre el centeno", lleno de sensibilidad y de frescura.
Compartir momentos, escuchar, comprender, evitar moralizar y, sí, también establecer límites, supongo que serán algunas de las actitudes que los adultos podemos enhebrar para que el adolescente encuentre, en el camino de la vida, su propio paso.
Por mi parte, mi advertencia al adolescente de turno es:"A tu edad, yo... tenía tus años".

sábado, 30 de septiembre de 2017

Ethos, pathos, logos...y Mariano



En la Grecia de Aristóteles, ethos, pathos y logos eran tres instrumentos, tres medios de persuadir al otro, de seducir a la audiencia. Diríamos hoy, coloquialmente, de "vender la moto". Ethos implicaba conmover a los presentes desde la moral, desde la integridad del orador: creer en su decencia. Pathos, desde la emoción, suscitando empatía: compartir sentimiento. Logos, mediante la palabra, a través del razonamiento: convencer con argumentos.

Desde dónde encandila Rajoy a sus feligreses? Veamos. No parece posible que sea desde el ethos: preside el partido más corrupto de Europa. 
Tal vez desde el pathos? Si algo no transmite Mariano es emoción: leyendo el Marca, realizando marcha como un mecano convulso, viendo el Tour en Pontevedra... Es difícil empatizar con alguien cuya característica más notable es la ataraxia, la imperturbabilidad; alguien que, en la mayor catástrofe ambiental de España sólo vio "hilillos de plastilina". Y el logos? La dialéctica de Rajoy se nos presenta, a menudo, como la de un Groucho Marx pasado de albariño: "Es el vecino el que elige al alcalde, y es el alcalde el que elige al vecino...", etc.
La política, hoy en día, cada vez tiene más de publicidad, de eslogans que arrastran a un votante convertido en feligrés, en consumidor, en cliente. El respeto a la inteligencia ciudadana ha huido en la patera de la manipulación mediática. Ética, emoción, razonamiento: helenismos obsoletos.
¿Desde dónde seduce Mariano a sus clientes?: tal vez, desde la mediocridad compartida.

Café, democracia y...¡unos polvos!


En una sesión del Parlamento inglés, una rival política de Churchill le espetó: "Señor Churchill, si fuese su esposa le echaría cianuro en el café". Churchill respondió: "Señora, si usted fuese mi mujer me lo tomaría con gusto".
Para Churchill, la democracia era "el peor de los sistemas políticos, si excluímos a todos los demás". También aseguraba que la devoción por el sistema democrático desaparecía cuando uno charlaba cinco minutos con el votante medio.
Borges, que no prestaba especial atención a las cuestiones políticas -y eso le costó el Nobel de Literatura, con lo que perdió más el Nobel que el escritor- aseguraba que la democracia era simplemente una superstición estadística. Una opinión reaccionaria que convive mal con otra del mismo autor, en la que decía que esperaba que algún día el ser humano no necesitase gobiernos, algo que irradia un optimismo que a su vez se contradice con lo que Borges pone en boca de un personaje de uno de sus magistrales relatos: "El coito y los espejos son abominables, porque reproducen el ser humano" (cito de memoria, o sea con inexactitud). Esto último no lo comparto: soy un náufrago a quien la marea de la vida nunca ha dejado varado en la playa Misantropía.

Paso por delante de una tienda en la que se anuncian "Productos esotéricos". Efectivamente: pasar el agua, curación por el iris, relajación con música de Perales, etc,. Curiosamente, más abajo ponen que se utilizan "polvos exotéricos". Un cambio ortográfico que no sé si se refiere a que los productos que utilizan son extraños, mientras que los polvos son comunes, o si ello se debe a un error en el uso de la ortografía. Sospecho lo segundo: hoy en día, atareados en la lucha por la vida, los polvos suelen ser más esotéricos que exotéricos, más esporádicos que diarios.

En cuanto a la democracia, proclamo solemnemente que soy un súbdito con aspiración a ciudadano que cree en una profunda democracia.

Aunque estoy dispuesto a reconocer que lo de España también puede funcionar. Conciliador que es uno...

miércoles, 22 de marzo de 2017

Woody, Sócrates y una botella de sidra



Voy a ver la última película de Woody Allen, "Café Society". De camino, paso por delante de un gimnasio; veo gente sudorosa, jadeando sobre bicicletas estáticas, cintas rodantes. Pienso que es una metáfora de la vida: un interminable, inútil y absurdo pedaleo sobre algo que no nos lleva a lado alguno. Y, además, hay que pagar...
"Café Society" es una de tantas obras menores de Woody. No obstante, tal como suele estar la cartelera, una de sus obras menores es más interesante que la mayoría de las películas que nos ofrecen las salas comerciales. Su llegada, en las postrimerías del franquismo, supuso un soplo de aire fresco frente al humor casposo y zafio de la época, en muchos casos una sociología de la represión.
Unas pocas de las ocurrencias de Allen me vienen ahora mismo a la memoria:
"Los Ángeles es una ciudad muy limpia: la basura la reciclan y la convierten en programas de televisión".
"Tengo mucho cariño a este reloj: me lo dio mi abuelo en su lecho de muerte. Y a buen precio".
"Cuando tenía trece años, me secuestraron. Mis padres tomaron medidas inmediatamente: alquilaron mi habitación".
"Mi ex mujer era muy infantil. Acostumbraba a ir a mi bañera y hundirme los barquitos".
"¡Mucho tráfico hay hoy¡ ¿Vendría el Papa, o alguna otra figura del espectáculo?"
"Haz conmigo lo que quieras, pero prométeme que cuando llegue el embalsamador no me quite la sonrisa de la cara" (ante Charlize Theron).
En "Café Society" incluye una reflexión de Sócrates: "Una vida no examinada, no merece ser vivida". Particularmente, prefiero el aforismo de Schopenhauer: "Los primeros cuarenta años nos dan el texto; los treinta siguientes, el comentario".
Mi filosofía particular me lleva a corregir el citado pensamiento de Sócrates, en este sentido:
"Una botella no escanciada, no merece ser bebida". De sidra, naturalmente.