martes, 23 de febrero de 2010

Fontaneros



Huyendo de San Valentín, tomo el tren y me dirijo a Oviedo. Aceptando ser un romántico empedernido - siempre estoy "a dos velas"- , las celebraciones a golpe de calendario comercial siempre han suscitado en mí un visceral rechazo, quizá no del todo ajeno a mi físico de enigmática belleza: al preguntar a una chica la dirección de una calle ya rozo la violencia de género. Así pues, hago uso de mi medio de transporte favorito - el tren -, y voy hacia el Fontán, "fontanero " por un día buscando remedios para las tuberías dañadas del alma. Hoy, domingo, es día de mercado y conviven en buena vecindad ropa, comestibles, chamarileros, libros usados, cebollas, flores y todo tipo de objetos que imaginamos en una existencia anónima, olvidados en un desván, arrinconados en un baúl. Son viejos.
Y los viejos, a veces, son objetos.
Para el viaje, llevo dos gratas compañías: el libro "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar, y la música del cantautor cubano Silvio Rodríguez. De ambos pienso poner algo al final de esta entrada, en un intento de embellecer de algún modo este día "delcorteinglés".
A la llegada a Oviedo me recibe un sol de invierno, tímido y escurridizo, como esas apariciones que uno acoge con alborozo pero que, distantes, refulgen sin calentar. La calle de Uría, espaciosa y altiva, me lleva hasta el mercado en una especie de tránsito de lujo hacia arrabales más humildes y confortables. La plaza del Fontán, remodelada - no sé si con buen sentido o con poco respeto- continúa siendo una zona sumamente acogedora, aun para los nostálgicos lectores de "Tigre Juan" de Pérez de Ayala.
El batiburrillo propio del mercado difumina regocijos y pesadumbres, llevándonos de la mano a un perezoso deambular que, inconscientemente, persigue encontrar algo sin haberlo buscado, como tantas veces sucede en nuestra vida.
En el primer puesto de libros me encuentro con "Adiós a todo eso", de Robert Graves. La temprana autobiografía de un gran escritor a quien se suele relacionar con "Yo Claudio", pero que es mucho más: autor de un montón de libros entretenidísimos sobre mitología clásica, históricos, relatos cortos, poemas..., situó su residencia en Deià (Mallorca), tras la primera guerra mundial y un matrimonio fallido - quizá también podríamos decir tras un matrimonio que fue una guerra, y un mundo fallido - .
Con el libro en el bolsillo, avanzo unos metros para toparme de bruces con la célebre escultura dedicada a las vendedoras; un amanecido iluminado, maltrecho de todas las acometidas de la noche, le regatea precios con la disciplina de un turista en el bazar de Estambul. El surrealismo al lado de un puesto de berzas.
Casa Ramón es un lugar todo lo castizo que reclama su entorno; mientras que reposto allí, oigo gritos acalorados denunciando desde un puesto a una señora emperifollada que pretendía huir con las gafas que decía probarse. Crisis de decencia, gafas posmodernas para gente que no sabe mirar, salvo para hacerlo hacia su ombligo.
En tanto me dirijo al Campillín, que los domingos funciona como prolongación natural del Fontán, un travieso San Valentín me susurra al oído que - Corporación Dermostética al margen- la gente no debería de quererse porque se necesite, sino necesitarse porque se quiera. "Tenía que haberlo pedido con Casera", se me ocurre.
Allí encuentro los objetos más inesperados, envueltos en un concierto de voces discordantes que alaban una mercancía de venta imposible en muchas ocasiones. Todo un arte se desparrama, elogiando artículos de calidad más que dudosa; virtuosos de la charlatanería rivalizan cruzando palabras como espadas en el aire. "No se trata de huir de la soledad - tan fértil, por otro lado-, sino de sentir juntos, mirando en la misma dirección", vuelve a la carga Valen, que se ha puesto cursi. Adelantamos a una pareja de ancianos que, cogidos de la mano, comparten cariños y añoranzas: desarmado en su palabrería, el pelma del santoral desaparece como por arte de brujería. "Pelea feroz contra la rutina, y un pequeño San Valentín cada día", me digo, como si fuese un cardiólogo recetando a sus pacientes enamorados , un acomodador de una sala de cine que mira la película desde la distancia.
Las grandes composiciones suelen brotar de la desdicha, del desamor, del dolor humano en general. De un corazón devastado puede salir arte, de uno satisfecho sólo podemos esperar artificio. Como ejemplo, la letra de una canción de Silvio Rodríguez, sobre un amor imposible:


" Ojalá "


Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan


para que no las puedas convertir en cristal.


Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo.


Ojalá que la luna pueda salir sin tí.


Ojalá que la tierra no te bese los pasos.


Ojalá se te acabe la mirada constante,


la palabra precisa, la sonrisa perfecta.


Ojalá pase algo que te borre de pronto:


una luz cegadora, un disparo de nieve.


Ojalá por lo menos que me lleve la muerte,


para no verte tanto, para no verte siempre


en todos los segundos, en todas las visiones.


Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.


Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda.


Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz.


Ojalá las paredes no retengan tu ruido de camino cansado.


Ojalá el deseo se vaya tras de tí, a tu viejo gobierno de difuntos y flores.


Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.




Dice Silvio: "La compuse para una mujer que fue mi primer amor; fue un amor que tuve cuando estuve en el ejército, haciendo el servicio militar; la conocí cuando tenía 18 años, fue mi primer amor importante en el sentido de que fue el primer amor que me enseñó cosas. Era una muchacha mucho más evolucionada que yo, más inteligente, más culta. Me enseñó, por ejemplo, a César Vallejo. Después nos tuvimos que separar, estaba estudiando medicina y, en fin, no le cuadró. No sé por qué estudió medicina, cosa loca de ella, en realidad siempre fue de letras. Después estudió letras, se fue a su pueblo Camagüey a estudiar eso y yo me quedé solo aquí en La Habana, totalmente desolado. Pasaron los años y el recuerdo de aquel amor tan productivo, tan bonito, tan útil (ojo, no confundir con utilitario), enriquecedor, de aporte a uno...pues estaba obsesionado yo con esa idea. Y porque fue un amor frustrado, tronchado por las circunstancias, por la vida, no fue una cosa que se agotara, pues se me quedó un poco como un fantasma y por eso compuse esta canción en un momento quizá de delirio, de arrebato, de sentimiento un poco desmesurado: ojalá esto.., ojalá lo otro..."
Como anécdota, sólo me queda decir que la singular estrofa "a tu viejo gobierno de difuntos y flores" despistó a muchos, que interpretaron la canción como una proclama contra el infausto general Pinochet.
Lo de M. Yourcenar quedará para otro día, si es posible. Termino esta entrada en el blog con cierto tinte melancólico escuchando al maravilloso Neil Young y su canción "Such a woman": la fragilidad del corazón expuesta con una eficacia que nunca alcanzarán mis torpes palabras.(Está en Youtube).




jueves, 18 de febrero de 2010

¿Quién es ese hombre?



"Un estúpido nunca se recupera de un éxito", dijo tío Oscar (Wilde) en uno de sus aforismos más lúcidos- lo cual ya es decir, de una cabeza tan ingeniosa que los alumbraba a cientos-. Ahí arriba vemos el rostro prototípico de la mediocridad satisfecha: don José María Aznar Álvarez, una persona que debería de considerar plenamente recompensada su vanidad con el ejercicio de la presidencia de su comunidad de vecinos, haciendo un gesto de desprecio, desafío, chulería y, sobre todo, zafiedad, a la chusma que ha osado discrepar de sus disparates.


Hagamos un sucinto resumen del personaje: artículos de tinte falangista contra la Constitución y el Estado de las Autonomías en sus años de mocedad, para calentar motores. Diálogo político con el grupo ETA ( calificando a éste de Movimiento de Liberación de la Nación Vasca), y escándalo hipócrita cuando los demás hacen lo mismo. Austeridad oficial de boquilla y bodas imperiales en el Escorial. Colegueo con el otro unineuronal norteamericano (George Bush junior) a cuenta de miles de cadáveres de inocentes que viven en un país con el pecado de tener petróleo. Utilización sin escrúpulos de víctimas del terrorismo con intenciones electorales. Mentiras ("tienen armas de destrucción masiva", "la responsabilidad del atentado es de ETA, que me lo dijo el primo de Mariano que es científico"), alardes chulescos (nadie puede decirle a Él las copas que puede tomar antes de conducir un coche), desprecios y groserías varias (como introducirle un boli por el escote a una periodista); la boca llena con la palabra "democracia" para acto seguido "elegir a dedo" a su sucesor (por supuesto, el más servil ante sus estupideces)...


En una de las películas de sus primeros años como director, Woody Allen crea un personaje - "Zelig"- que poseía la particularidad de identificarse con el interlocutor que tenía delante, de forma desmesurada, en un intento permanente de agradar (la falta de personalidad es lo que tiene). O sea que si hablaba con un negro se convertía en negro, y le salía una larga barba si lo hacía con un ortodoxo judío. Esta es también una característica del personajillo a quien me estoy refiriendo : "!Estamos trabajando en ello!" vomitó pretendiendo inyectarle a esa chorrada un acento tejano. Naturalmente, los mediocres ejercitan "el síndrome Zelig" con los poderosos; con los vulnerables, débiles, golpeados por la vida, perdedores en general...todo lo contrario: !a la hoguera con ellos!: "Había un problema y se solucionó" fue su piadoso comentario cuando unos mendigos extranjeros fueron drogados e introducidos en un barco por la autoridad incompetente. Y mañana a misa con Ana y la mantilla, que es domingo.




¿A quién realiza el gesto don José María, el especialista en ademanes indecorosos - no olvidemos su foto con las patas sobre la mesa y babeando en compañía de su jefe Bush- , en la imagen de arriba?: no a la gente que le abucheaba en Oviedo. El dedo hacia arriba es la respuesta permanente que la insensatez hace a la cordura, lo irracional a lo ilustrado, la cutrez al saber estar, la mediocridad atrevida (perdón por la redundancia o pleonasmo) a la humildad, en este mundo en que vivimos (o quizá más bien dormitamos).



Llaman la atención estas salidas de tono en gente que siempre ha puesto la pompa y circunstancia por delante de la decencia, el lucro privado por encima de los más elementales derechos públicos, los ornamentos de clase frente a los esfuerzos de los desclasados. Gentuza que se escandaliza por los improperios maleducados de la plebe y hacen la ola orgiástica ante jubilaciones de 80 millones de euros.


De la misma forma en que diferenciamos la pobreza material de la miseria moral, uno cree oportuno no confundir la violencia inherente a la vida (ya al nacer nos dan una buena hostia para que sepamos a dónde llegamos) necesaria para que el agua circule y no se detenga, con la brutalidad que bendice - término apropiado, teniendo en cuenta los cómplices- un sistema político en el que los palacios se edifican a través de las chabolas.




En una escena de la película "Casablanca" le preguntan a Bogart: "¿Me desprecias?" . Respuesta: "Si me pudiese permitir perder el tiempo pensando en tí, seguramente".

Pero J.M.A. no corre el peligro de que sus admiradores le condenen al ostracismo: los adultos permanecemos en el mundo de Peter Pan cuando necesitamos fetiches - que a menudo son fantoches- con quienes identificarnos. Con frecuencia escogemos los más vulgares, para que su nivel no nos haga sentir disminuídos. La mediocridad que exhiben es sólo la imagen, en el espejo, de sus fervorosos seguidores.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Suicidios



En un corto espacio de tiempo (lo que va del verano a estos días) dos personas decidieron suicidarse en este país arrojándose por la ventana -en ambos casos, un octavo piso- encontrando en su trayectoria a pacíficos peatones que discurrían por las aceras. En el caso más reciente - hace una semana - el impacto evitó la muerte del suicida vocacional, una joven de 18 años, pero produjo el fallecimiento del peatón (una mujer de 89 años que venía de comprar el pan leyendo el Marca).


El asunto del suicidio siempre me ha inspirado un profundo respeto, disintiendo rotundamente de esas manidas opiniones que lo consideran una cuestión de cobardía, de huir de la vida por incapacidad para enfrentarse a sus dificultades. "Es bueno naufragar para ser buen navegante", dijo Séneca. "Pero siempre que no te ahogues", dice Marquesín.


Como en tantos otros temas, distintas culturas ven la cuestión con un enfoque diferente. Liv Ullman, actriz recurrente en las películas del famoso director sueco Ingmar Bergman y pareja suya durante años, comentaba hace tiempo la posibilidad de que su ex compañero estuviese planteándose el suicidio - finalmente falleció de muerte natural - y lo hacía con la naturalidad con que comentaría que estaba pensando cambiar de coche. Sin alejarnos del mundo cinematográfico, los cinéfilos recordarán la película "La balada de Narayama" (hubo al menos dos versiones) en la que, en una aldea del Japón, los ancianos se retiraban al cumplir los 70 años a un monte a esperar la muerte, una especie de excursión de elefantes de ojos rasgados en un fin de semana perpetuo.


En el caso al que me he referido al principio, y dejando a un lado el rocambolesco infortunio de la víctima (ya es mala suerte que fallezcas por un intento de suicidio ajeno, y quizá después de toda una vida cuidando el colesterol, los triglicéridos, la tensión arterial y haciendo ejercicio moderado) lo que me llama profundamente la atención es el personaje de la suicida frustrada.
Teniendo en cuenta que pertenece a lo que convencionalmente llamamos "el primer mundo", en el que las necesidades materiales básicas, mal que bien, suelen estar atendidas suficientemente, sorprende que la vida haya conseguido dibujar un paisaje tan desolado en las entrañas de una persona de tan sólo 18 años. Que el azar vestido de anciana le haya otorgado una segunda oportunidad es, además de un banquete de la reina casualidad, fascinante. Ahí tenemos un reportaje sugestivo, de los considerados "de interés humano". ¿Hacia qué derroteros orientará su vida: enfrentará su existencia con renovadas energías, acaso de misionera en África o corriendo el París-Dakar? ¿Volverá a intentarlo de nuevo, esta vez utilizando una técnica distinta para abandonar el mundo - quizá paseando contínuamente por la acera-? ¿Tal vez calmará su tendencia insaciable practicando "puenting"?.
Permanezcamos atentos a la pantalla.

P.D:: La foto que he puesto arriba es de un ilustre suicida de este país, Mariano José de Larra.