miércoles, 3 de febrero de 2010

Suicidios



En un corto espacio de tiempo (lo que va del verano a estos días) dos personas decidieron suicidarse en este país arrojándose por la ventana -en ambos casos, un octavo piso- encontrando en su trayectoria a pacíficos peatones que discurrían por las aceras. En el caso más reciente - hace una semana - el impacto evitó la muerte del suicida vocacional, una joven de 18 años, pero produjo el fallecimiento del peatón (una mujer de 89 años que venía de comprar el pan leyendo el Marca).


El asunto del suicidio siempre me ha inspirado un profundo respeto, disintiendo rotundamente de esas manidas opiniones que lo consideran una cuestión de cobardía, de huir de la vida por incapacidad para enfrentarse a sus dificultades. "Es bueno naufragar para ser buen navegante", dijo Séneca. "Pero siempre que no te ahogues", dice Marquesín.


Como en tantos otros temas, distintas culturas ven la cuestión con un enfoque diferente. Liv Ullman, actriz recurrente en las películas del famoso director sueco Ingmar Bergman y pareja suya durante años, comentaba hace tiempo la posibilidad de que su ex compañero estuviese planteándose el suicidio - finalmente falleció de muerte natural - y lo hacía con la naturalidad con que comentaría que estaba pensando cambiar de coche. Sin alejarnos del mundo cinematográfico, los cinéfilos recordarán la película "La balada de Narayama" (hubo al menos dos versiones) en la que, en una aldea del Japón, los ancianos se retiraban al cumplir los 70 años a un monte a esperar la muerte, una especie de excursión de elefantes de ojos rasgados en un fin de semana perpetuo.


En el caso al que me he referido al principio, y dejando a un lado el rocambolesco infortunio de la víctima (ya es mala suerte que fallezcas por un intento de suicidio ajeno, y quizá después de toda una vida cuidando el colesterol, los triglicéridos, la tensión arterial y haciendo ejercicio moderado) lo que me llama profundamente la atención es el personaje de la suicida frustrada.
Teniendo en cuenta que pertenece a lo que convencionalmente llamamos "el primer mundo", en el que las necesidades materiales básicas, mal que bien, suelen estar atendidas suficientemente, sorprende que la vida haya conseguido dibujar un paisaje tan desolado en las entrañas de una persona de tan sólo 18 años. Que el azar vestido de anciana le haya otorgado una segunda oportunidad es, además de un banquete de la reina casualidad, fascinante. Ahí tenemos un reportaje sugestivo, de los considerados "de interés humano". ¿Hacia qué derroteros orientará su vida: enfrentará su existencia con renovadas energías, acaso de misionera en África o corriendo el París-Dakar? ¿Volverá a intentarlo de nuevo, esta vez utilizando una técnica distinta para abandonar el mundo - quizá paseando contínuamente por la acera-? ¿Tal vez calmará su tendencia insaciable practicando "puenting"?.
Permanezcamos atentos a la pantalla.

P.D:: La foto que he puesto arriba es de un ilustre suicida de este país, Mariano José de Larra.

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