jueves, 17 de diciembre de 2009

Belén Esteban y Proust



Estaba en la tarde de ayer tomando un café con magdalenas, delante del televisor, cuando salió en la pantalla Belén Esteban hablando de Proust. "¿Será posible?" me dije. Me pregunté si la transformación que estaba presenciando era en realidad una alucinación mental propia de mi avanzada edad, si tal vez el programa exhibía un refinado espectáculo del reputado mago D. Copperfield o si, simplemente, el frío de estos días me había llevado a pasarme con las gotas de coñac en el café. Sea como fuere, presté atención: "Prefiero a Stendhal; al principio me resultó más áspero, pero ahora no puedo prescindir de su compañía". "De todas formas, no hay día de paseo por el parque en el que no lleve conmigo a los dos; cada uno tiene su atractivo y, en el fondo, me sirven de apoyo". "Lo que me resulta más duro es quitárselos a mi hija Andrea (la niña de mis ojos); creo que en lo de sensible es igual que su madre".

No salía de mi estupor. "!Seas quien seas, sal de su cuerpo!" me dije, lamentando que mi atávico agnosticismo me impidiese reclamar los servicios del necesario exorcista. "Por lo visto, su nuevo aspecto ha trascendido al interior, proyectando en él una nueva personalidad", pensé boquiabierto (para introducir una magdalena). Tal vez eso es lo que, en el fondo, buscan quienes se meten en los temibles quirófanos a enfrentarse a gratuitas - en la necesidad, no en el bolsillo- operaciones estéticas: dejar de ser quienes son, insatisfechos consigo mismo, incorporando una nueva personalidad a golpe de talonario.

Seguí escuchando: "Y es que mi Alain era muy cariñoso; aburrido, sí, pero la pareja más cariñosa que he tenido en toda mi vida. Si no fuese por esa manía tan rara que tenía de pasarse horas y horas leyendo...Tengo muy buen recuerdo suyo de él: ya ves que hasta le puse el nombre de sus dos escritores favoritos a mis perros, a pesar de que Andrea estaba empeñada en ponerles Kevin y Borja Mari".

Terminé de merendar, dando paso a la digestión, y me dije que la vida , esencialmente, no era la simple acumulación de años sino el adecuado metabolismo de lo que se ha introducido en ellos, y que un rostro que renuncie al mapa de sus vivencias es como una de esas carpetas que tenemos guardadas en nuestro ordenador, vamos al apartado "Documentos", la abrimos... y resulta que está vacía.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Memorias de ultratumba




Cuenta Eduardo Galeano que en un cuartel de Sevilla ponían a un soldado de guardia delante de un banco. Llevaban haciéndolo treinta y cuatro años. Un día un comandante se preguntó la finalidad de esa medida y, revolviendo papeles en su despacho, encontró la resolución del enigma: resulta que, hacía más de tres décadas, lo habían pintado y, para evitar que alguien se sentase en él, habían establecido el servicio de guardias. Y así seguían. Esta anécdota ilustra muy bien el sinsentido y la rutinaria vulgaridad del mundo cuartelero.

Tenía pendiente una entrada en el blog para referirme al servicio militar. El título de arriba, "Memorias de ultratumba", lo robo de la obra de Chateaubriand, para evitar ese otro tan socorrido de "Historias de la puta mili". Si el temible alzheimer es una amenaza cobijada en un futuro más o menos distante, la desmemoria selectiva es una bendición que nos permite echar por la borda obstáculos y aflicciones que entorpecen nuestro viaje. Pese a su benéfica compañía, rescato aquí algunas escandalosas imágenes que fotografían un poco aquello tan absurdo como patético conocido con el nombre de servicio militar obligatorio.



Andén de la estación de la Renfe de Oviedo, julio de 1976: mientras que el país se viste de calor y esperanza, un grupo de chavales forman en dos filas custodiados por un sargento vocinglero que patea la gramática, adelantado del celebérrimo Tejero. Una isla sin derechos civiles, en medio de un enjambre apresurado que nos contempla con curiosidad: "¿Pepe, esos van presos? -"Seguramente; serán demócratas o algo peor" "¿Compraste el Marca?". En un intento de alejarme lo más tarde posible de mi condición de persona civil, llevo en la mano un libro de Francisco Umbral, "Memorias de un niño de derechas", que acabo de comprar.

Campamento de Camposoto (Cádiz): hacemos ejercicio de tiro con unas armas en condiciones de precariedad absoluta -como nuestros ánimos-. Delante de mí, sale una ráfaga que se estrella contra el suelo, rebota y se instala en el abdomen de un pobre chaval. Ante la tragedia, los mandos deciden un cambio de planes; abandono del escenario y, en un elemental tratamiento psicológico de choque ("evitemos que piensen"), nos ponen a conquistar un hipotético territorio enemigo infestado de avispas. Por unas horas, los cerebros se desplazan del compañero moribundo a las molestas picaduras.

Había un joven unos cuantos años mayor que los demás que había postergado la entrada en el servicio militar al estar realizando estudios de literatura en París (nada menos que en la Sorbona). Hacía unos días que me había pedido el libro de Umbral, y se encontraba a mi lado en formación mientras el teniente coronel - habían echado mano de un alto cargo, la cosa era grave- nos arengaba utilizando (en el sentido más peyorativo y obsceno que se pueda concebir) al chaval que agonizaba: "estuve visitándolo en el hospital, y me dijo que lo único que sentía era no poder jurar bandera con vosotros y servir así a la patria". Y continuó : "los que nacimos para mandar..." En ese momento, el sentido cívico del que estaba a mi lado, empapado de aroma francés, no pudo aguantar y dijo." !Quería más que se hubiese cagado en mi madre!".

Nuestro compañero falleció dos días después.



Al campamento llegaron unos legionarios realizando una campaña de propaganda para captar gente para su cuartel: tenían un permiso extra de recompensa a partir de cierto número de "convencidos". Pusieron diapositivas ensalzando el espíritu aventurero, descamisado y veloz de la Legión, rematando el discurso con un argumento que a nadie dejaba indiferente (y más en nuestras circunstancias): los legionarios cobraban más. Que "cobraban más" se pudo comprobar enseguida, en el barco que trasladaba a los voluntarios recorriendo el estrecho de Gibraltar. Concretamente, a un vecino de mi pueblo le rompieron un tímpano y, con las complicaciones subsiguientes, pasó más de un mes en el hospital. Lamentablemente, de los asturianos que habíamos llegado al campamento se fueron para la Legión un ochenta por ciento. Como siempre pensé que lo más sensato de esa institución era la cabra, me dispuse a ir para donde me tocase. Y ese "donde" fue Regulares de Tetuán, nº 3, Ceuta.

Era un cuerpo militar de gran tradición, creado con tropas indígenas, en donde había estado Franco de teniente. Precisamente en mi compañía - no pretendo decir que Franco estuviese conmigo, la "compañía" era la palabra que designaba a un grupo de soldados que convivían bajo el mismo techo- había una foto del susodicho enfrente de mi cama; fue entonces cuando cogí la costumbre de dormir boca abajo. Las actividades de un día normal consistían en gimnasia, instrucción militar y salida al monte "a pegarse barrigazos" . La comida del mediodía era aceptable; el desayuno, líquido turbio desconocido; a la cena, ni se iba..!pa qué!. De todas formas, la calidad de lo que comíamos dependía totalmente del capitán encargado de supervisarla cada mes y estaba directamente relacionada con su mayor, menor o nula honradez. De hecho, dependiendo de a quien le tocase de "capitán de cocina", ya sabíamos con anticipación qué tal íbamos a comer. El presupuesto para comida era inalterable, pero la honestidad mudaba.

La higiene dejaba mucho que desear; abrir el grifo y que no saliese agua era lo habitual. Como había que afeitarse, lo hacíamos con Casera (!no íbamos a hacerlo con cerveza!). No muy lejos del cuartel había una peluquería con unas duchas, que ingresaba mucho más dinero por este servicio que por el corte de pelo.

El corte de pelo que obligatoriamente teníamos no era, naturalmente, por higiene: era, como todo lo demás, una medida destinada a despersonalizarnos, a uniformarnos: llevábamos uniforme para no distinguirnos individualmente, la instrucción y el desfile consistían en hacer todos los mismos movimientos al mismo tiempo -desde fuera se veía una masa sin distinguir sus componentes- y el razonamiento, la lógica y el preguntarse por qué eran algo tan admitido como un solomillo en una reunión de un club vegetariano. Objetivo claro: arrebatarte todo tipo de personalidad, que el individuo dejase de ser un ente como tal y se transformase en cosa masificada. Obediencia ciega a la jerarquía cerril, semianalfabeta, que se llenaba la boca con la palabra patria; servicios a la patria eran, por ejemplo, que uno que ejercía de fontanero en la vida civil fuese a arreglar las averías del agua a casa del comandante...sin cobrar, claro. Había ocasiones en las que las cañerías averiadas eran de todo tipo y la cosa se complicaba, ya se sabe lo delicado que es la infiltración del honor en el terreno militar.

Algunos compañeros escogidos formaban el S.I.M. (servicio de inteligencia militar). Se encargaban de infiltrarse en las conversaciones de la gente, vistiendo ropajes de camaradería, para denunciar a aquellos sospechosos de ideas separatistas, revolucionarias, independentistas o que pudiesen atentar contra el orden establecido. Los vascos les daban mucho juego. Si conseguían buenos resultados, es decir, si denunciaban a muchos compañeros, se ganaban permisos extras.

Teníamos un veterano que no había podido disfrutar de su permiso: había coincidido con la "Marcha verde" sobre el Sáhara y se tragaba la mili entera, sin tregua. Este se escribía cartas a sí mismo. "La soledad era esto" tituló años después Millás una de sus mejores novelas. También había un andaluz, estragado de fatigar el campo, que ganaba cien pesetas en cada apuesta por comerse lagartijas...!vivas!. Pienso que este hombre sería hoy en día la atracción central de un programa de máxima audiencia en televisión.

Finalmente, muchos años después y mucho más viejos, nos licenciábamos: los cabos primeros, un día antes, para no coincidir en el mismo barco que los compañeros soldados; de lo contrario, el buque se convertía en el escenario de un ajuste de cuentas largamente esperado. Ya se sabe que para medir la catadura moral de un individuo basta con verlo mandar sobre alguien.

Se le atribuye al inmenso Goethe esta frase : "Prefiero la injusticia al desorden". Esta majadería fascistoide resulta, en el fondo, consoladora: no sólo los mediocres decimos estupideces. Tal vez le faltó entrar en detalles: "Prefiero la injusticia al desorden, salvo que la injusticia me atropelle a mí". Desde mi antiautoritarismo visceral (colegio de San Luis y Regulares de Tetuán son escenarios de los que no se puede salir indemne) me gustaría preguntarle :¿Qué clase de orden se puede construir desde la injusticia? Quizá el de la arbitrariedad caprichosa, tal vez el del despotismo, acaso el del gran hermano de Orwell...

lunes, 30 de noviembre de 2009

Elogio de la mujer (elogio del horizonte)



La semana pasada hubo un día dedicado a la "violencia de género" (expresión, por cierto, bastante inexacta -quizá sería preferible decir "brutalidad degenerada"- pero no vamos a entrar aquí en delicias lingüísticas con la que está cayendo en este tema). Es evidente que esto de los "días de" no sirve para nada: el "Día sin coche", el "Día sin tabaco", el "Día sin Belén Esteban", etc... En cuanto a las horribles barbaridades que se cometen bajo el racional argumento de "la maté porque era mía", parece ser que la cuestión es lo suficientemente compleja como para no limitar sus causas a orígenes ligados a la nacionalidad, la instrucción ni la edad.
Es cierto que Condolezza Rice, Mercedes Milá o Margaret Thatcher son mujeres (bueno, en alguno de estos casos no estoy muy seguro), pero mi apreciación sobre la mujer en general coincide con la de Albert Camus: "el referente del paraíso en la tierra". Tengo para mí que, a diferencia de nosotros los "ultrasur", cuando el dedo señala a la luna ellas no miran para el dedo, dando prioridad a lo esencial; muchas llevan incorporados rayos láser que nos ven por dentro, mientras que nosotros, ingenuamente, pretendemos venderles una película de ciencia ficción sin argumento pero con defectos especiales. Especialistas en atisbar la escarcha en el corazón que origina la bruma de los ojos, el mal llamado sexo débil lleva siglos demostrando ser el sexo fuerte: dando sin recibir, sosteniendo sin apoyos, "perteneciendo a" más que "compartiendo con", caminando detrás mucho más que al lado, siendo a menudo más necesitadas por los adultos-niño que queridas.
En ocasiones me he sentido un privilegiado al recibir de algunas su amistad y sus "calabazas", mostrándome con lo primero su generosidad y con lo segundo su buen gusto. Para ellas, este quejumbroso poema, a ver si alguna, movida por la lástima, tiene a bien fabricar una particular ong de cariño para este indigente afectivo:





Digo "te tengo cariño":



hipertenso enamorado,


que necesita café y


pide descafeinado,




viejo marino sin mar


ni nave que navegar,


con el viento de costado;




ave que quiere volar


y no puede despegar,


atrapada en su pasado;









un insólito volcán


con la nieve en su desván,


pero por dentro incendiado.


P.D. Espero con inusitada expectación los comentarios a esta entrada. Varones y mujeres mayores de 102 años, abstenerse.

viernes, 27 de noviembre de 2009

!Socorro!


Se acerca, inquietante, la Navidad, visita puntual cuyo paso es un huracán que zarandea nuestras emociones más escondidas. La obligación de parecer feliz en un mundo con sabor a estafa, en una vida con realidad distanciada de las expectativas. Somos una tarjeta de crédito que cumple su liturgia en el centro comercial, nuevo templo de la posmodernidad. Hielo en la calle, bruma en los ojos y escarcha en el alma. Los altavoces nos dicen que los peces beben en el río y los desvalidos afectivos en los chigres: ¿dónde se compran los abrigos contra el frío de las ausencias devastadoras? La soledad golpea donde más duele a los que más sienten. Caen copos de nieve, lágrimas blancas congeladas que habíamos enviado lejos creyendo que nunca regresarían. "!Help!", que decían mis venerados Beatles. Gélidos mendigos regateando el hambre, limosnas hinchadas adormeciendo conciencias. Abrazos por exigencia del guión conviven con besos dulces de sabor ácido; en una tregua de nieve los puñales se esconden bajo el papel de regalo. Bajan las temperaturas y suben las caricias cosméticas: la ternura cotizando en bolsa.

Urge un Ministerio de Defensa ante la Navidad con este lema en la fachada: "Whit a little help from my friends" ("Con una pequeña ayuda de mis amigos"). De nuevo, Beatles. La amistad como refugio imprescindible ante el bombardeo del sentimentalismo oficial impuesto por decreto.
!Sálvese quien pueda!.

Fútbol y vida




Con cuatro piedras formábamos dos porterías, y el dueño del balón jugaba siempre. Días de infancia sin colesterol, alergias ni grietas en el corazón. Tardes de verano en las que no se ponía el sol, en la mano un bocadillo para merendar y el suelo desapareciendo bajo nuestros pies. Ríos de sudor, heridas en las rodillas y la callejuela del barrio como mundo virtual. Amistad tejida de empujones, discusiones y regates. Y, al final, "paleobotellón" de naranja como expresión espontánea de una comuna sin adultos ni adulteración. Fútbol de barrio contra barrio, en un ingenuo e incipiente nacionalismo local, sin constituciones de por medio. "Hoy debutas" le dije un día al portero que estrenábamos; "sí, pero de las viejas", me respondió.



Años juveniles: campos reglamentarios, entrenamientos, charcos y balones como piedras; con un ojo mirábamos al balón y con el otro a las hermanas de los compañeros, que aplaudían desde la banda. La inocencia persistía, pero vestida con otros ropajes. Entrenadores- educadores para toda la vida: uno echa la vista atrás, y no ve tácticas sino valores. Aprendizaje con un libro de texto hecho de actitudes más que de aptitudes.



En la edad adulta nos trasmutamos de entrenado a entrenador; un intento de recorrer el mismo camino con otro vehículo: antes, en el asiento de atrás; ahora, de conductor. El deporte, un medio; hacerse personas, el objetivo. Años felices, en los que, tal vez, nuestra incompetencia abortó alguna carrera deportiva en ciernes; por otra parte, insospechadamente, también se crearon sólidas amistades a prueba de años y jerarquías (la vida tiene en ocasiones destellos a los que merece la pena ponerles Marcos).



Y, como enseñanza, en el terreno de juego como en la vida, algo elemental: que cada participante desarrolle aquello para lo que está dotado. A menudo, los conflictos surgen al exigir a alguien lo que no nos puede dar, mientras que desaprovechamos lo mucho de bueno que posee.



Finalizo con un lindo proverbio (para alguien, como yo, "fanático-dependiente" de la amistad):



"Quiéreme cuando menos lo merezco, porque es cuando más lo necesito".

martes, 24 de noviembre de 2009

Borges y otros juegos



Hace años, el argentino Jorge Luis Borges editó una biblioteca personal en la que expresaba sus gustos particulares sobre autores y obras; la denominó - no podía ser de otro modo - "la biblioteca de Babel". De Borges, escritor preciso y minucioso donde los haya, de vastísima cultura, creador de mundos metafísicos plagados de laberintos, espejos y tiempo ("el material de que está hecho el hombre", decía), quizá el más grande literato en castellano del siglo XX y lo que llevamos de XXI, cabía esperar una elección teñida por la amenaza del sopor. Sorprendentemente, lo que nos encontramos es diversión, entretenimiento, ligereza no exenta de calidad, en definitiva encanto. "Encanto" es precisamente la palabra que usa Borges para referirse a Oscar Wilde, uno de los publicados, en el prólogo del libro. "No sé si he sido un buen escritor, pero creo que he sido un buen lector", dice en una de las introducciones. O sea, lo que vemos en Borges es, por encima de todo, un sentido lúdico de la lectura.


Y es este sentido lúdico el que a uno le gustaría reivindicar, no sólo en la lectura, sino, en un sentido más amplio, en la vida en general, lo cual no entra en contradicción con la necesaria profesionalidad y el carácter responsable de cada cual. !Que los dioses nos libren de la solemnidad pomposa y vacía de personajes de cartón (reyes, bunburys, etc,..)! . !Qué sería de los próceres del mundo sin el vacío protocolo!.


Volviendo a Wilde: "Adoro los placeres sencillos: son el último refugio de los hombres complejos"; efectivamente, pocas cosas me resultan más placenteras que tres o cuatro buenos amigos dando cuenta de una comida o cena ( no hace falta que sea la más exquisita) y hablando por los codos. Digo esto porque el espejo - una de las fijaciones de Borges- me comunica insistentemente mi complejidad.


Vivimos tiempos de infancia estirada a impulsos de permisibilidad, pero hurtada a golpes de exigencia: ausencia de límites por una parte, búsqueda obsesiva de resultados y éxitos por la otra. Tras las horas de clase, "escuela" de fútbol, "escuela" de ciclismo, "escuela" de tenis, de danza, de ganchillo...; en fin, formalismo alejado del juego por sí mismo que debe caracterizar los años de niñez. Y la sobreocupación del tiempo, con lo educativo que es el aprender a aburrirse y que la "cabecina" nos suministre recursos, como una farmacia ambulante que nos dispensara medicamentos contra el tedio.


Finalmente, para rematar tanta deriva temática, un poema de Borges:




El remordimiento




He cometido el peor de los pecados


que un hombre puede cometer.


No he sido feliz.


Que los glaciares del olvido me arrastren


y me pierdan, despiadados.


Mis padres me engendraron


para el juego arriesgado y hermoso de la vida,


para la tierra, el agua, el aire, el fuego.


Los defraudé. No fui feliz.


Cumplida no fue su joven voluntad.


Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte


que entreteje naderías.


Me legaron valor. No fui valiente.


No me abandona. Siempre está a mi lado


La sombra de haber sido un desdichado.




viernes, 20 de noviembre de 2009

Bertolt Brecht



Bertolt Brecht fue un poeta y dramaturgo alemán que vivió los agitados tiempos del nazismo. Heterodoxo y comprometido, su obra parece en la actualidad un poco olvidada; sin embargo, su vigencia no puede ser discutida en esta época de sombras y gurús vestidos por Armani, de crisis de euros y valores, de desesperanza Aguirre y casinos financieros en el aire, de negocios con la guerra y con el hambre. Recuerdo esto un 20 de noviembre, aniversario en este país del fallecimiento por muerte natural ( la que él no permitió a cientos de miles de españoles) de un general acunado -como siempre- por ese negocio en forma de secta de éxito, la iglesia católica, la misma que se manifiesta en la calle en defensa de la vida.

En días como éste, ahí van dos poemas de Bertolt Brecht:




General, su tanque es un vehículo poderoso


General, tu tanque es más fuerte que un coche.
Arrasa un bosque y aplasta a cien hombres.
Pero tiene un defecto:
necesita un conductor.
General, tu bombardero es poderoso.
Vuela más rápido que la tormenta y carga más que un elefante.
Pero tiene un defecto:
necesita un piloto.
General, el hombre es muy útil.
Puede volar y puede matar.
Pero tiene un defecto:
puede pensar.




Cuando acabó la última guerra
Hubo vencedores y vencidos.


Entre los vencidos,


el pueblo humilde pasó hambre.
Entre los vencedores


el pueblo humilde también pasó hambre.




"Me llena de orgullo y satisfacción" (¿a qué me sonará esto?) comprobar que los diarios -al menos los que miré por alto- no hacen referencia alguna a la efeméride del generalísimo. Pura higiene cívica. Otra cosa es la justa reinvindicación de las víctimas de la contienda: pasar página, pero leyéndola antes.




Por otro lado, la ministra de Economía, Elena Salgado, pronostica un próximo año 2010 aún peor que los anteriores en lo relativo al empleo, que es algo así como si un entrenador de fútbol dice que la próxima temporada la campaña no sólo va a ser tan mala como la pasada, sino peor(con la diferencia de que a éste lo echarían, lógicamente). Otra vez Bertolt Brecht:




Cuando la casa de los poderosos se derrumba
Cuando la casa de los poderosos se derrumba


muchos humildes mueren aplastados.


Los que no comparten la fortuna de los poderosos


a menudo comparten sus desgracias.


El carro que se despeña por el precipicio


arrastra consigo los sudorosos caballos.




Preguntas de un obrero que lee




Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?


En los libros se mencionan los nombres de los reyes.


¿Acaso los reyes acarrearon las piedras?


Y Babilonia, tantas veces destruida,


¿Quién la construyó otras tantas?


¿En que casas de Lima, la resplandeciente de oro,


vivían los albañiles?


¿Adónde fueron sus constructores


la noche que terminaron la Muralla China?


Roma la magna está llena de arcos de triunfo.


¿Quién los construyó?


¿A quienes vencieron los Césares?


Bizancio, tan loada,


¿Acaso sólo tenía palacios para sus habitantes?


Hasta en la legendaria Atlántida,


la noche que fue devoradapor el mar,


los que se ahogaban clamaban llamando a sus esclavos.


El joven Alejandro conquistó la India.


¿Él sólo?


César venció a los galos;


¿no lo acompañaba siquiera un cocinero


Felipe de España lloró cuando se hundió su flota,


¿Nadie más lloraría?


Federico Segundo venció en la Guerra de Siete Años,


¿Quién más venció?


Cada página una victoria


¿Quién guisó el banquete del triunfo?


Cada década un gran personaje.


¿Quién pagaba los gastos?


A tantas historias, tantas preguntas.




Y para los radicales, inconformistas, exacerbados críticos de un sistema que llevó al hombre a la luna (aunque quizá también lo alejó de sí mismo - nada es perfecto-), en fin, para esa revolucionaria chusma, siempre descontenta, que se atreve a plantear un cambio de sistema, Bertolt Brecht escribió cosas como ésta:




Parábola del Buda y la casa en llamas
Gautama, el Buda, enseñaba la ciencia de la rueda de la codicia,


de la que estamos tejidos,


y recomendaba prescindir de la avidez,


para así entrar sin deseos en la Nada, que él llamaba Nirvana.
Un buen día, un discípulo le preguntó:


-“¿Cómo es la Nada, maestro?


Todos queremos liberarnos de la avidez,


tal como tu predicas,


pero dinos si la Nada a la que iremos


es algo así como fundirse con todo lo creado,


como cuando uno está echado en el agua a mediodía,


con el cuerpo ligero, casi sin pensamientos,


o durmiéndose, apenas notando como uno se acomoda bajo la manta,


hundiéndose rápidamente;


es decir, si esta Nada es una Nada alegre,


una buena Nada o si, por el contrario,


tu Nada sólo es una Nada fría, vacía y sin sentido”.
El Buda permaneció en silencio mucho tiempo


antes de decir alegremente:
-“Vuestra pregunta no tiene respuesta”.
Pero por la tarde, cuando se habían marchado,


el Buda seguía sentado debajo del algarrobo


y contaba a los otros discípulos,


a los que no le habían preguntado, la siguiente parábola:
“Hace poco vi una casa. Estaba ardiendo.


Por el tejado salían llamas.


Me acerqué y vi que todavía había gente dentro.


Le di una patada a la puerta


y grité que había fuego en el tejado,


advirtiendo a los moradores que salieran deprisa.


Pero no parecían tener prisa.


Uno de ellos quería saber,


mientras el fuego ya le chamuscaba una ceja,


cómo era la vida ahí fuera,


si no estaría lloviendo,


si soplaba el viento,


si había otra casa cerca,


y muchas cosas más.


Sin responder volví a salir de la casa.


Esta gente –pensé- tiene que quemarse


antes de dejar de hacer preguntas.


De verdad os digo, amigos,


que no tengo nada que decirle


a los que todavía no tienen el suelo bastante caliente


para cambiarlo por otro y se quedan donde están”.
Así habló Gautama, el Buda.




¿Queda algún ingenuo que se extrañe aún de que en televisión no haya prácticamente programas de literatura?: un rebaño es mucho más fácil de manipular que un montón de individuos.


P.D.: Fijaibos qué cara de simpático tenía B.B. (Bertolt Brecht, no Brigitte Bardot) pa lo que escribía y los tiempos en que lo escribió.


miércoles, 4 de noviembre de 2009

Inocentes criaturas



"!!Alevines de terroristas!!", vociferó con rugido de león, impregnado de orden y certezas D. Manuel López de la Torre, alcalde de Pravia, ex presidente del Praviano C.F., dueño de una imprenta, director del colegio San Luis de Pravia, prócer excelso, eximio padre de la patria, guardián de todas las esencias. Los así interpelados éramos un montón de chavales que el día anterior, festividad de santo Tomás de Aquino, habíamos tenido el atrevimiento de no asistir a clase. En ningún sitio de Asturias era lectivo, excepto alli. Yo lo justificaba diciendo que en el San Luis era el día de santo Tomás de Aquí no. "!Todos para casa, y no volváis hasta que llamemos a vuestros padres!", continuó. "Mira por donde, ser huérfano también tiene sus ventajas", pensé. Fueron unas inesperadas vacaciones bañadas por un sorprendente sol de enero.


"Fernández Marqués, pase por secretaría" , resonó por la megafonía del colegio (iba a poner penal). La indicación era, como siempre, para que explicase alguna ausencia a clase, horas de estudio, etc,. Instalé el piloto automático y puse la habitual cara de "yonofui". Cuando entré, un alumno interno reclamaba su cartilla de notas: había suspendido cinco asignaturas y pretendía cambiar de colegio (mejor dicho, ir por fin a un colegio). "Espere un momento, Cañizares, lleva aquí ya cuatro años, esto lo podemos arreglar. Vamos a ver: Física, ésta la podemos pasar; Francés, también; !Dibujo!, hombre, por Diós, a quién se le ocurre suspender Dibujo; sin problema. Latín... no se preocupe, ya hablaré yo con D. José Luis. ¿Conforme?" Muchas gracias". "Pues hala, a estudiar, que el saber no ocupa lugar". Miré su silueta bulímica y dije para mí: "Pues entonces tú bien burro eres, miñiño". "¿Y usted que quería, Marqués?" "Nada, venía con Cañizares". "Hala, !a trabajar!" (decía mucho "!hala!", seguramente con la intención de que el tiempo le pasara volando; todos sabíamos que la ortografía no era lo suyo).


Hay que tener en cuenta que en aquellos antediluvianos años sesenta y pico - setenta los alumnos externos pagábamos al mes cerca de tres mil pesetas -incluído un concepto etéreo denominado "gastos generales"-, por lo tanto un alumno externo les daba a ingresar una pasta importante, y no era cosa de dejarlo marchar así como así.


Aparte de los profesores, la organización del colegio incluía una sección de infantería: eran los "vigilantes", y no de la playa precisamente. Estos tenían la misión de dar hostias. Normalmente eran pobres hombres a quienes, en algunos casos, toreábamos sin compasión. Cuando se podía, porque alguno, como uno de Proaza, parecía deportista de lucha libre. A éste lo echaron porque pegó una paliza tan inmensa a un pobre chaval que casi lo manda al más allá con billete de ida.


Teníamos un peculiar vigilante/profesor muy excéntrico, que se salía del ambiente mediocre, cerrado y conventual de la institución. Lo habían expulsado de un colegio de Gijón por obsesionarse con cambiar una ventana de sitio. Pues a éste le dio por realizar una campaña sobre la limpieza del colegio, poniendo unos pasquines donde expresaba que a Adán y Eva no los habían expulsado del paraíso por comer la manzana, sino por tirar la cáscara al suelo. Eso le valió la enemistad permanente con el cura (nunca más se hablaron).




Pedíamos material escolar - que venía de la imprenta "adecuada"- y el gasto se incorporaba al recibo mensual, con lo que era como si dispusiésemos para ello de una anticipada e invisible tarjeta bancaria. Por otra parte, cada dos por tres había corte de pelo, no importaba cómo lo tuviésemos de largo; a menudo, el colegio incorporaba a un peluquero y, si no estaba disponible ese día, a uno de Agones que esquilaba ovejas. Este era tan feo que lo llamábamos "el monstruo delAgonés". El colegio llevaba una comisión por cada corte de pelo (de nosotros, como de los cerdos, se aprovechaba todo).




El colegio vendía algo muy fácil en aquellos tiempos: disciplina (hostias, horarios absurdos- una clase a las nueve, a lo mejor la otra a las cinco y la siguiente a las siete, rodeadas de horas de estudios por todas partes-) y, como aparente consecuencia, aprobados. Un amigo mío de quien no diré el nombre para no ofenderle, "trípitió" cuarto curso y no consiguió aprobarlo hasta que no aterrizó allí.

La vida estaba, naturalmente, en otra parte: dejábamos de asistir a clase y al salón de estudios para recrearnos con grandes partidas al subastao en el antiguo Balbona, al cinquillo en el Siola, al futbolín en la Bombilla (por cierto, un día estábamos jugando y...! marchó la luz!)


Luego, como externo que uno era, íba a comer al Ferroviario, en donde un matrimonio encantador nos trataba de maravilla y nos ponía vino a discreción...con lo que si alguno cometía el error de asistir a alguna clase de por la tarde se encontraba con que iba a tono con el profesor, normalmente también "inspirado". Otros alumnos externos llevaban la comida de casa; a éstos les ponían a comer en un aula al lado de los servicios que emitían unos efluvios espantosos.

En resumidas cuentas, uno llevaba puesta de casa una mochila con pocas ganas de estudiar, y allí se encargaban de vaciarla. Es verdad que no todos los que estudiaron allí salieron como yo, y algunos consiguieron ser gente de provecho, pero eso no gracias al colegio sino a pesar de él.


También es cierto que si en aquellos tiempos hubiese sido mixto, como en la actualidad, yo hubiese asistido más a clase, con lo que hoy sería un hombre de orden (ellas siempre nos llevan a la perdición).

Pero sin ellas estaríamos perdidos.

En definitiva, muchos de mi generación compartimos la frase de Bernard Shaw: "ya de pequeño tuve que interrumpir mi educación para empezar al colegio".

martes, 3 de noviembre de 2009

A duras penas



Había que elegir con esmero la película, procurando que el argumento fuera sencillo y la forma narrativa no utilizara demasiados saltos en el tiempo, huyendo de temas escabrosos y con demasiada violencia. Era nuestra particular censura. Y el lunes íbamos al cine a Oviedo: se había convertido en un rito.



Cogíamos el tren que nos dejaba en la capital en unos cuarenta y cinco minutos. Seguíamos una rutina que nos protegía - ya se sabe que la costumbre es un manto que protege a los vulnerables; nosotros lo éramos, y mucho-: comíamos en un bar al lado de la calle Uría, reconciliándonos por un día con el colesterol; allí nos trataban con una dedicación exquisita, dándonos una plusvalía de amabilidad; luego, leíamos un poco el periódico y marchábamos hacia el cine. Con nuestro torpe deambular, nos llevaba nuestra buena hora caminar distancias que la gente normal realizaba en unos diez minutos. Frecuentábamos los "Brooklyn", un grupo de siete salas situado al lado de la plaza de América.


Se me vienen a la cabeza algunas películas de aquella época: "El paciente inglés" (mala elección, demasiados " flashbacks"), "La vida es bella", "101 dálmatas", "Ana y el rey". Esta última resultó inolvidable, todo un éxito, por los comentarios de mi acompañante: " !Vaya guapo que ye el rey!""Baja un poco la voz", le contestaba. "Pero, ¿nun ves lo guapo que ye?" - "Oye, que yo tampoco toy tan mal", le decía. Esta película la siguió entera, sin perderse detalle. De vez en cuando, nos salía alguna que otra un tanto espesa, y entonces ella echaba una cabezadina.


Algunos días, a la salida, parábamos en la confitería Santa Cristina; a ella le gustaba mucho porque la encontraba luminosa y muy ordenada. En eso del orden creo que yo no he salido mucho a mi madre. Cogíamos unos pasteles y el tren de regreso.


Unos meses después de su fallecimiento, me impuse volver al cine; ni siquiera sabía qué película ponían. Me parecía un acto necesario. Superé la proyección bastante bien; mas, a la salida por una especie de túnel que daba a otra calle lateral, los recuerdos me asaltaron bruscamente y una especie de congoja me atravesó dejándome sin fuerzas. Entré en la primera cafetería que encontré y tomé un coñac.


A veces pienso que deberíamos disponer, como esos perros de san Bernardo, de un pequeño barril, donde almacenásemos todas las lágrimas que la vida nos va a demandar. Así, cuando lo necesitásemos, abriríamos la llave y seguiríamos mirando hacia adelante. De otra manera, las lágrimas se quedan dentro, sin verter, y se vuelven turbias y el alma vidriosa.


Somos, como Ulises, nostálgicos del hogar y, como Ulises también, morimos varias veces a lo largo de nuestra vida: cada vez que la vida nos golpea con una ausencia irreparable. Y esos abandonos definitivos no se quedan atrás, olvidados en el tiempo, sino que se incorporan a nosotros haciéndonos distintos. En ocasiones, se rezagan transitoriamente para asaltarnos de improviso envueltos en un sonido, un paisaje, una melodía.

Los últimos diez años de vida de mi madre - casi inválida- el hijo egoísta que siempre fui le devolvió una centésima parte de lo que ella me había dado. Durante ellos, no tuve ni un solo día libre. Fue un privilegio: los diez mejores años de mi existencia. Aunque el sistema nervioso me lo recrimine.

¿Qué queda de todo esto? : Vacío, cansancio, la relativización de todas las fatalidades (incluso de la final), la creciente dificultad de autoengañarse y echar para adelante...

Y el barril de san Bernardo sin abrir....

Eduardo Galeano



Eduardo Galeano es un escritor uruguayo nacido en Montevideo en 1940. Su obra literaria es vasta y atípica; atento siempre al sufrimiento de los más débiles, la mayoría de sus libros son recopilaciones de historias mínimas (no me refiero a que sus protagonistas sean bajos de estatura, sino a que son una especie de microrrelatos) en las que destacan la sensibilidad y el uso exacto del lenguaje. Otros libros suyos en forma de ensayo son: "Las venas abiertas de América Latina" -ya un clásico, de nuevo de actualidad al regalárselo Hugo Chávez a Obama-, en el que analiza el expolio cometido durante el descubrimiento y conquista de América y "Patas arriba. La escuela del mundo al revés", acerca de la situación internacional, sus contradicciones y disparates. Aquí pongo una entrevista suya, que puede servir para conocer un poco mejor al ser humano; es tan linda que apetece coger inmediatamente uno de sus libros y ponerse a leer.






El punto de vista. Entrevista a Eduardo Galeano

Eduardo Galeano: La diversidad pasa por la diversidad de los puntos de vista posibles: desde el punto de vista del Sur, el verano del Norte es invierno. Y desde el punto de vista de un gusano, un plato de fideos es una orgía; donde los hindúes ven una vaca sagrada, otros ven una gran hamburguesa. Desde el punto de vista de Hipócrates, Galeno, Maimónides y Paracelso, existía una enfermedad llamada indigestión, pero no existía una enfermedad llamada hambre. Desde el punto de vista del búho, del murciélago, del bohemio y del ladrón, el crepúsculo es la hora del desayuno. La lluvia es una maldición para el turista y una bendición para el campesino. Desde el punto de vista del nativo, es el turista el pintoresco. Desde el punto de vista de los indios de las islas del Caribe, Cristóbal Colón, con su sombrero de plumas y su capa de terciopelo roja, era un papagayo de dimensiones jamás vistas…


La diversidad hoy parece bajo ataque por la capacidad homogeneizadora de la globalización. ¿Qué pasa entonces con las culturas, con las identidades?



E. G. : En esta civilización que confunde la cantidad con la calidad, la obesidad con la buena alimentación, en la que triunfa la basura disfrazada de comida, la industria está colonizando los paladares del mundo y está destruyendo las tradiciones de las cocinas locales, Los hábitos de la buena cocina que llegan desde lejos. En algunos países, esas tradiciones tienen a sus espaldas milenios de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo, ya que se encuentran en las casas de todos, no sólo sobre la mesa de los ricos. Estas tradiciones, estas señas de identidad cultural, estas fiestas de la vida están siendo aplastadas de manera fulminante por las imposiciones del sabor químico y único. La globalización viola con éxito el derecho a la autodeterminación de la cocina, derecho sagrado, porque la boca es una de las puertas del alma.


¿Qué es para ti la pobreza?
E.G. : Los pobres, los verdaderos pobres, son todos aquellos que no tienen tiempo para perder tiempo. Los verdaderos pobres, son aquellos que no tienen silencio y no pueden comprarlo. Son aquellos que tienen piernas pero se han olvidado de caminar, como las alas de las gallinas han olvidado volar. Son aquellos que comen basura y la pagan como si fuera comida. Son aquellos que tienen el derecho de respirar mierda como si fuera aire. Son aquellos que tienen sólo la libertad de elegir entre un canal de televisión y otro. Son aquellos que viven dramas pasionales con las máquinas. Son aquellos que estando entre muchos, están siempre solos. Los pobres, los verdaderos pobres, son aquellos que no saben que son pobres.


A menudo tus historias hacen las cuentas con la televisión, que tú definiste de manera sagaz como la "ametralladora televisiva". ¿Qué piensas de los medios de comunicación de masas?
E.G.: La siguiente es un historia verdadera que relató el sultán de Persia miles de años atrás, pero que yo no olvidé, porque es muy poderosa, muy importante. Miles de años atrás dijo el sultán de Persia: "¡Qué maravilla!"; él nunca había probado la berenjena y la estaba comiendo en fetas condimentada con jengibre y hierbas del Nilo. Entonces el poeta de la corte exaltó la berenjena que da placer al paladar y en la cama hace milagros porque para las proezas del amor resulta más estimulante que el polvo de dientes de tigre y que el cuerno rayado del rinoceronte. Un par de bocados después, el sultán dijo: "¡Qué asco!", y entonces el poeta de la corte maldijo la berenjena traidora que retarda la digestión, llena la cabeza de feos pensamientos y empuja a los hombres virtuosos hacia el abismo del delirio y la locura. Alguien malicioso comentó: "Apenas ha elevado a la berenjena al paraíso y ahora la está arrojando al infierno", pero el poeta, que era un profeta de los medios de comunicación de masas, puso las cosas en su lugar: "Yo soy un cortesano del sultán, no un cortesano de la berenjena".


¿Cuándo supo usted que se dedicaría a esto de escribir?


E.G.: Como todos los uruguayos, yo quise ser futbolista. Pero sólo era superestrella del fútbol mientras dormía; de día, era una vergüenza para la patria. Creo que escribí por eso: para hacer con las manos lo que fui incapaz de hacer con los pies.




¿Y empezó pronto?


E.G.: Empecé trabajando en una fábrica de insecticidas, a los 14 años. Antes, mi infancia fue la libertad: todo el día en las calles, en los descampados, en los cañaverales, en bicicleta, en la playa, jugando... Me dan mucha pena hoy los niños en las ciudades: son los más presos de entre los presos. Son rehenes del miedo. Del miedo a la violación, a la intemperie, prisioneros del pánico de la vida moderna.




¿Fue ahí cuando dejó de ser niño, al ponerse a trabajar?


E.G.: Creo que dejé de ser niño el día en que miré de otra manera las piernas de la maestra caminando entre las filas de pupitres.




¿Y por qué se puso usted a trabajar tan temprano?


E.G.: Hubo una crisis en la familia, y yo quise vivir por mi cuenta, ser libre, independiente. Fui también taquígrafo, cobrador de recibos, dibujante, cajero de banco...




No tuvo mucho tiempo de formarse, de estudiar.


E.G.: Sí lo hice, porque iba a los cafés de Montevideo. ¡Soy hijo de esos cafés! Sí: allí escuchaba a veteranos contadores de historias, narradores portentosos.




¿Por qué portentosos?


E.G: Esos narradores logran que lo que ocurrió vuelva a ocurrir mientras ellos lo cuentan. Si en la historia decían que llovía, ¡tú sentías la lluvia! Si contaban que hacía calor, ¡tú sudabas! Te hacían llorar.




¿Existen todavía contadores de historias así?


E.G.: Alguno. Pero por entonces había tiempo para perder tiempo.




De todas las frases que usted ha escrito, salve una de la quema.


E.G.: Escribí la historia real de un cura y una chica del Buenos Aires del siglo XIX, que se enamoraron y huyeron juntos. Les persiguieron y, al final, fueron fusilados. Por delito de amor. En un capítulo, yo tenía que explicar su primera noche de amor juntos, huidos, a solas. Pero contar el amor es como contar un chiste. ¿Cómo contar el amor con palabras? Es algo tan inexplicable, tan inenarrable...




No me ha dicho cuál es la frase.


E.G.: Espere: escribí y escribí, y le di a leer el capítulo a un amigo muy querido, y me dijo: "Corta". Recorté el texto, y me dijo: "¡Aún hay mucha piedra en las lentejas!". Y, al final, dejé sólo una frase para explicar esa noche de amor. Ésta: "Ellos son dos por error que la noche corrige".


Espléndida.


E.G: Gracias.




Qué suerte tener ese amigo implacable, ¿no?


E.G.: Sí. Mi mujer cumple ahora esa función. Es mi principal manía: que no haya una palabra que sobre en un texto, que estén únicamente las palabras estrictamente necesarias.




Si se excede, llegará al silencio.


E.G.: Sí, como le pasó a aquel pescadero que rotuló sobre la entrada de su tienda: "AQUÍ SE VENDE PESCADO FRESCO". Pasó un vecino y le dijo: "Es obvio que es 'aquí', no hace falta escribirlo". Y borró el AQUÍ. Pasó otro vecino y le dijo: "Es innecesario escribir 'se vende', ¿o acaso regala usted el pescado?".




Y borró el SE VENDE, ¿no?


Y sólo quedó PESCADO FRESCO. E.G.: Sí. Y pasó otro vecino y dijo: "¿Acaso cree que alguien piensa que vende pescado podrido, que escribe 'fresco'...?". Y borró FRESCO.




Ya sólo figuraba PESCADO..


E.G.: Así es... hasta que otro vecino pasó y le dijo al pescadero: "¿Por qué escribe 'pescado'? ¿Acaso alguien dudaría de que se vende otra cosa que pescado, con el olor que sale de aquí?".




¿Esto puede pasarle a usted?


E.G.: Sí, es mi temor, dada mi manía de eliminar palabras superfluas de mis textos. Mi norma es recurrir sólo a palabras que mejoren el silencio.

Sabría contarme una historia que explique qué es América?


E.G.: Le sucedió a mi amigo Juan Bustos, abogado chileno, del equipo de Allende, exiliado en Honduras tras el golpe de Pinochet. Se sentía culpable por estar vivo. Deprimido, se internó en el país y llegó a un pueblo, Yoro. Caminaba su melancolía por las calles, cuando se desató una lluvia feroz. Algo comenzó a golpearle en la cabeza: peces vivos. ¡Llovía peces vivos! Pensó que estaba loco. Trastornado, le gritó a un vecino: "¡Están lloviendo peces!" El vecino, tan tranquilo, con naturalidad, respondió: "Sí, aquí llueven peces". ¡Eso es América!




Lo real maravilloso.


E.G.: La hermosa locura de América. América te golpea con esa belleza violenta. ¡Yo he tenido la suerte de nacer allí!




¿Esa anécdota es real?


E.G.: Sí, sí. Es un fenómeno que se da: un tifón absorbe huevas de peces de la superficie del mar y, desde las alturas, caen crecidos. La realidad golpeó de tal modo a mi amigo Juan Bustos... que salió de su depresión.




¿Y qué debería hacer América para mejorar su futuro?


Ser ella misma. Tiene que elegir entre ser cara o ser caricatura. Si quiere copiar al norte, se convierte en caricatura, en una grotesca imitación del otro




O sea, debería recuperar su identidad.


E.G.: Eso es: ser. Juntarse sus países, afirmar su identidad perdida. Lula y Kirchner lo han sabido ver: es de sentido común. Hay que cooperar, como los patos




¿Los patos?


E.G.: Fíjese en cómo vuelan los patos. Forman un vértice, vuelan en grupo, en forma de punta de flecha. Eso les permite avanzar, eso hace posible su vuelo. Si no lo hicieran así, no lo conseguirían. ¡Ellos tienen más sentido común que nosotros!




Buen símil.


E.G.: Además, nadie se siente "subpato" por volar en la parte de atrás, porque luego pasa hacia adelante, y el de delante, que se cansa más, pasa hacia atrás. Sentido comunitario: sentido común.




Aboga usted por el grupo, por la colectividad.


E.G.: Es que estamos condenados a la ayuda mutua. ¡Sólo eso nos hizo posibles como especie! Si no, no hubiéramos durado ni un cuarto de hora. Deje a un bebé humano solo y no durará mucho. Somos tan frágiles... Para ilustrar esto que dice, Galeano me remite al primer texto de su libro "Bocas del tiempo" (un compendio de breves ¿relatos?, ¿artículos?, ¿historias?, ¿cuentos?... Todo eso son), que empieza así: "Oriol Vall, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien".




Entendido. Pero alguien podría decirle: ¿no es eso una utopía?


E.G.: Sí, pero utopía es ese lugar hacia el que caminas sin jamás llegar a él, porque es como la línea del horizonte: avanzas hacia ella diez pasos, y ella se corre otros diez pasos.




¿Y para qué sirve la utopía?


Para caminar.






jueves, 29 de octubre de 2009

Invierno en otoño


Desde hace algunos años, los gobiernos de turno están empeñados en desbarajustar nuestros precarios ritmos vitales con el soporte argumental del ahorro de energía: finaliza octubre y nos lanzan a la cabeza el decreto ley que nos transforma en canarios -me refiero a las islas- y a éstos en no sé qué. De momento ya noto a mi alrededor un acento melodioso y musical en alguna de las personas a las que trato (por ejemplo, en el Eroski).

A mí no es que me cueste adaptarme a la llegada oficiosa del invierno en pleno otoño; ya es sabido que el estrés produce ansiedad, hipertensión y otros efectos que no me voy a apresurar a decir, y el sosiego propio de la última estación del año nunca está de más, pero estas imposiciones despiertan en mí la aletargada insumisión ácrata característica de tantos españoles: mucho me temo que esto sea sólo un ensayo con vistas a trastocar la primavera en verano, éste en otoño, el invierno en primavera, y así desubicarnos vitalmente a todos y controlarnos mejor -siempre quieren más-: una vez confundidos, a tragar cualquier historia que nos cuenten (ya lo hacen ahora).

Asoma esa época devastadora llamada Navidad, fomentada por una coalición entre el Corte Inglés y el Vaticano que deja en el campo de batalla corazones asolados por ausencias irreparables y presencias indeseadas, tarjetas de crédito en jirones (¿aún más?) y muchos peces en el río. Un poco contra todo ello, ahí van dos poemas de esos que se entienden, de Vicente Garcia, un chaval de Gijón; el primero parece concebido pensando en gente como yo:


Canción de otoño en primavera

La vida no volverá a ser sombra o paraíso

sino tan sólo un orden

en el que no serás feliz ni desdichado

acorde con los años que te quedan

Como una biblioteca arrinconada

cuyos últimos libros

verás casi por alto

sin esperar ningún deslumbramiento

Aunque tal vez en eso

esté lo que tu buscas,en la paz

de la rutina y de la certidumbre

ajena a la aventura

Serán días monótonos

que vayan preparando

la sorpresa final que los disuelva.
El segundo se lo dedico a una amiga/hermana a la que quiero mucho, sin cuya complicidad la vida sería mucho más chunga, y que cumple años este sábado, día 31. !!Muchas felicidades, A.M.!!
Después de tantos años

Después de tantos años,

La lluvia te ha calado hasta los huesos

Y tú sigues en pie bajo la lluvia

Con la esperanza, al menos

De hallar en las palabras

No tan sólo hermosura, sino ánimo,

Aunque a veces encuentres el desánimo,

Aunque a veces encuentres la tristeza.


martes, 20 de octubre de 2009

Dos películas



Entre las películas del último año que más me han gustado se encuentran "Revolutionary road" de Sam Mendes, y "Gran Torino" del excelente Clint Eastwood. La primera de ellas, protagonizada por Leonardio di Caprio (estupendo) y Katy Winslet (inconmensurable), está basada en una novela del escritor Richard Yates, últimamente bastante olvidado - y, por lo que parece, más que interesante-. Es una impecable e implacable disección de una pareja con ambiciones muy distintas, conservador él, vitalista ella; los diálogos, como corresponde a un buen texto, lúcidos, corrosivos e intensos. Una atmósfera de desencanto recorre el paisaje de la película, crónica acerca de la gran distancia que suele existir entre las aspiraciones y los logros: la insatisfacción resignada viviendo con la resignación satisfecha.
Por otra parte, el gran director en que se ha convertido Clint Eastwood nos regala (bueno, a mí no, que pagué la entrada) otra película redonda que abarca multitud de temas: el multiculturalismo, el papel de robinsones de los viejos en el "mundo desarrolllado", la xenofobia, las bandas juveniles, la violencia latente - y también explícita- en una sociedad cada vez más tecnificada...y egoísta, todo ello con la sutileza y la fuerza de sus mejores películas. El final, aparentemente abocado a condensarse en una masacre, se resuelve con una elegancia en las antípodas de los primeros films de este extraordinario cineasta.

viernes, 16 de octubre de 2009

Woody Allen



Descubrí a Woody Allen en la década de los setenta. Sus primeras películas eran una sucesión de gags disparatados, unidos por un argumento muy endeble; en aquellos tiempos, su humor inteligente y un punto surrealista supuso una novedad en las pantallas de este país, demasiado acostumbrado al trazo grueso de las comedias hispanas de tortilla, seiscientos, suecas y boina. De esa época son "Toma el dinero y corre", "Bananas", "El dormilón" o la ya más afinada "La última noche de Boris Gruschenko". Posteriormente, a partir de la estupenda "Annie Hall", su cine eleva el vuelo con guiones más sólidos, con historias más depuradas: como tantos otros creadores que se mueven habitualmente en el terreno de la comedia, Woody no sólo es un pesimista -supongo que todo inteligente lo es-, sino también un frustrado director de dramas. No en vano su director emblemático es Ingmar Bergman.


Por lo demás, cuando protagoniza sus películas suele desarrollar un personaje vulnerable, neurótico e hipocondríaco al que superan las circunstancias y de quien uno se puede sentir bastante cerca, antítesis de aquellos superhéroes americanos que salvaban la civilización del ataque de los marcianos, los rusos o los vietnamitas.


Trabajador infatigable, acaba de llegar a las salas su última película: "Si todo funciona", y tengo curiosidad por verla, después de haberme decepcionado las, en mi subjetivísima opinión, muy malas "El sueño de Cassandra" y "Vicky, Cristina, Barcelona". En fin, pese a Baudelaire, "nadie es sublime sin interrupción".


Para finalizar, aquí van unas pocas frases de este creador quien, unas veces con más inspiración y otras con menos, supone un lujo para los tiempos que corren:


“La marihuana causa amnesia y… otras cosas que no recuerdo.”
“Los japoneses no miran, sospechan.”
“Mi cerebro: es mi segundo órgano favorito”
“Para usted, yo soy ateo, para Dios, yo soy la Leal Oposición”
“Sólo quien ha comido ajo puede darnos una palabra de aliento.”
“Todo hermano se interesa por una hermana, sobre todo si esa hermana es de otro.”
“Unos se casan por la iglesia, otros por idiotas.”
“Y mis padres por fin se dan cuenta de que he sido secuestrado y se ponen en acción inmediatamente: alquilan mi habitación”
“La inactividad sexual es peligrosa, produce cuernos”
“Hay quienes estropean relojes para matar el tiempo.”
“El diabético no puede ir de luna de miel.”
“El eco siempre dice la última palabra.”
“Amaos los unos sobre los otros.”
“Algunos matrimonios acaban bien, otros duran toda la vida.”
“Mis padres no solían pegarme; lo hicieron sólo una vez: empezaron en Febrero de 1940 y terminaron en Mayo del 43”.
“Nietzsche dice que nosotros viviremos la misma vida nuevamente. Dios!, yo tendré que ver de nuevo a mi agente de seguros”
. “En Beverly Hills no tiran la basura, la convierten en televisión.
” Hoy vi un crepúsculo rojo y gualda y pensé ¡Qué insignificante soy!. Naturalmente, también pensé eso ayer, y llovió. Me sentí asaltado por el odio hacia mí mismo, y proyecté de nuevo suicidarme... esta vez aspirando hondo cerca de un vendedor de seguros”.
“Yo fui expulsado del colegio por copiar en el examen de metafísica; miré en el alma del muchacho que se sentaba al lado de mí”.
“Si Dios me hiciera una señal, como abrirme una buena cuenta en un banco suizo…”
“. Yo sufría de incontinencia cuando era pequeño, y como solía dormir con una manta eléctrica, estaba continuamente electrocutándome.”

miércoles, 14 de octubre de 2009

Caracoles,mendigos y reyes



Voy saliendo de la gripe con la velocidad que caracteriza a los caracoles. Por cierto, el otro día fui a coger unos cuantos - la crisis y sus devastadoras consecuencias- y se me escaparon tres. Este dato muestra suficientemente mi lamentable estado físico.





En una entrada anterior hablaba algo sobre inteligencia emocional, un poco también para esconder mi limitada capacidad de inteligencia "tradicional" (soy de aquellos estudiantes que veían un quebrado sólo y trataban de hallarle el común denominador). Con relación a dicho tema me acordé un día de un sagaz artículo del escritor Juan José Millás en el que exponía que un amigo suyo trabajaba de editorialista en un periódico, en cuya labor exhibía una capacidad deslumbrante: en unas líneas plenas de lucidez analizaba el conflicto de Oriente Medio, la situación en América Latina, la línea emergente de India y China.... en fin, lo que se le pusiera por delante. Sin embargo, al llegar a casa encontró a su mujer llorando porque se le había roto una taza, y no había encontrado explicación posible. "Pues haz un editorial sobre ello", dice Millás que le aconsejó. Finísimo.


Leo en el periódico que el Ayuntamiento de Oviedo piensa sacar unas normas que incluyen multas de hasta 3.000 euros para reprimir una serie de actividades de mal gusto realizadas en la calle: escupir, orinar, beber en la calle, la mendicidad...


Vamos a ver... antes de nada, tengo que indicar que soy muy mal ejemplo para la juventud, así que mi opinión sobre este tema no coincidirá en absoluto con la de la gente adulta, sensata y juiciosa - lo cual está muy bien, pocas cosas tan aburridas como la unanimidad-.



Lo de beber en la calle, ¿quiere decir que estoy tranquilamente tomando un vino en el Fontán, en Casa Ramón, veo pasar a un amigo por delante del bar, salgo a llamarle con el vaso en la mano y llega un municipal con un papel y un boli a recaudar (pues de eso se trata, de sacar dinero a la gente)? ¿van a prohibir las terrazas? ¿las fiestas populares? ¿los chiringuitos?.



Pero lo más kafkiano del tema -estos días estoy releyendo (que diría un político) "El proceso" de Kafka- es lo de la mendicidad. Siempre pensé que el principal objetivo del político honesto debería de ser la lucha contra la pobreza; es cierto que la derecha considera esta lacra social como una consecuencia de la incompetencia del individuo, no como un resultado de la injusticia del sistema. Por otra parte, las diferencias mínimas entre la derechona y la izquierda "light", pseudoizquierda, socialdemócratas y demás organizaciones descafeinadas pienso que residen en que mientras que la derecha no quiere ver al pobre, los otros simplemente lo colocan en una esquina mal iluminada. Claro que con esos sueldos que se ponen algunos concejales y alcaldes no es extraña su falta de empatía con los menesterosos. Y si hace falta, bebida y coches oficiales por doquier, a cargo del dinero público. Es que esos pedigüeños son unos viciosos, apáticos y negligentes: les ofreces entrar a trabajar en una Consejería con un buen enchufe, como debe ser, y no quieren, que se curra demasiado...Esto de prohibir la mendicidad me parece una idea inspirada en aquella del insigne intelectual Bush de talar los árboles para evitar los incendios forestales.


Y ahora, una confesión particular: soy partidario de los botellones. A mí que los jóvenes se junten, cambien impresiones y se diviertan juntos me parece muy bien ( ya avisé más arriba que soy un mal ejemplo). Lo de la bebida: está mal si es alcohólica y los jóvenes son menores. Por lo demás, no entiendo lo de tantos adultos que se rasgan las vestiduras. Particularmente, estoy seguro de que si yo tuviese dieciocho años participaría en esas movidas juveniles. En mi juventud (épocas antediluvianas) veíamos una película, leíamos un libro... etc, y hablábamos de ello con los amigos mientras tomábamos algo. Pues eso. Los tiempos cambian - y los precios de las bebidas también-.


Respecto a conductas poco cívicas en la vía pública: menos represión para sacar los cuartos a la gente y más inversión en educación pública y cultura. Después de todo, tenemos un rey no elegido ( venía con el pack de la Constitución ) que se permite decir a alguien:" ¿Por qué no te callas?", -más que nada para defender la labor depredadora de las multinacionales españolas en el extranjero-, y la plebe lo jalea. Sí , ya sé que se lo dijo al "monstruo" oficial de la "independiente" prensa española, pero ni con esas.



viernes, 9 de octubre de 2009

A las barricadas



Días de gripe. Como todo el mundo sabe, son buenos momentos para reflexionar sobre las eternas preguntas filosóficas: "¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Existe realmente la duquesa de Alba? ¿Hay vida antes de la muerte?". Con la pereza que me concede la convalecencia, paso a copiar un artículo del columnista del periódico "El País", Enric González.




Bancos,


Enric González




José María Goirigolzarri, ex consejero delegado del BBVA, se ha jubilado con una pensión anual de tres millones de euros. En efectivo, si no he entendido mal. Comprendo que la gente se queje, pero hay que apreciar el gesto del banco: algo es algo.

Como recordarán, el Gobierno puso a disposición de la banca un fondo de 30.000 millones, ampliable hasta 50.000. Se trataba de que los bancos pudieran venderle al contribuyente sus activos tóxicos, es decir, las operaciones financieras en las que habían metido la pata. El objetivo consistía en que los bancos dispusieran de liquidez y dieran créditos, para que no se frenaran la producción y el consumo. Los bancos entendieron el objetivo, pero pensaron que había una forma mejor de estimular la economía. Y la aplicaron: en 2008, los consejeros y altos ejecutivos se subieron el sueldo más del 50%. De esta forma, consejeros y ejecutivos disponían de más recursos y gastaban más. Comprendan que para el sector de la construcción no es lo mismo vender un chalé de lujo por seis millones, que un pisillo por 300.000. De acuerdo, la operación no tuvo éxito y todos, menos ellos y unos cuantos más, seguimos en apuros. Pues mala suerte.
Ya que hablamos en concreto del BBVA, por Goirigolzarri, conviene señalar que los jefazos de dicha entidad sólo se subieron el sueldo un 15%. Quizá por esa cicatería seguimos en recesión. Ahora, además, tenemos una enorme deuda pública. El Gobierno, lógicamente, ha decidido subir los impuestos, mayormente los indirectos (esos que suponen la misma cantidad para el rico que para el pobre), para tapar un poco el agujero. La culpa es nuestra: si no nos quedáramos en paro y no nos empeñáramos en seguir comiendo y pagando la casa, no habríamos llegado a esto. Por fortuna, el BBVA ha decidido arrimar el hombro. Y ha prejubilado a Goirigolzarri con tres milloncejos de pensión. El interesado asegura que pagará el IRPF completo, del 43%. Eso supone que Hacienda ingresará casi 1,5 millones. En cuanto la banca prejubile en las mismas condiciones a unos 20.000 ejecutivos más, queda compensado el fondo que les prestamos.
Y nosotros, quejándonos.




Sobran los comentarios. El terrorismo es inadmisible.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Afinidades electivas



Hace unos días me dirigí a un hospital para visitar a un chavalín muy majo ( y gran lector). Ví una peluquería de paso y, como me sobraba tiempo, entré. Era el único cliente, y el peluquero, seguramente con antepasados ingleses -dado su sentido del humor- aplaudió cuando me vió llegar: "efectos de la crisis", apuntó. Posteriormente, con una parsimonia digna de un experto en budismo zen, pasó a ejercer su profesión. "Llevo cuarenta años de profesión y nunca había visto una cabeza tan complicada"; "!Pues si la ves por dentro...!", respondí. Pasamos luego a conversar sobre frivolidades de todo tipo: la caída del cabello -"lo mejor para evitarla es ponerse a un lado" dijo con entonación de experto-, la importancia del pelo - "si fuera muy importante iría por dentro de la cabeza, como las ideas", sentenció, y, para coronar su particular filosofía peluquera me estimuló con esta frase: "al paso que vas, cuando vuelvas por aquí ya tendrás poco y sólo te cobraré la mitad". A todo esto, llevaba allí sentado una hora y diez minutos, y el asunto no tenía visos de finalizar. "Me interesaba ver hoy el informativo de Iñaqui Gabilondo", sugerí (en ese momento eran las doce y diez de la mañana). Finalmente me quitó el trapo que tenía por encima, cobró, me hizo una reverencia y me pidió un autógrafo: "cosas de la crisis", volvió a decir.

Marché para el hospital. Llevaba en la mano un libro de un autor relativamente poco conocido -Saki-. Nada más entrar, localicé al chaval a quien iba a ver, en brazos de una enfermera que le estaba suministrando una dosis de cariño, ese suplemento vitamínico que a veces no tenemos en cuenta. "!Saki, me encanta!", dijo la enfermera en cuanto vió el libro. En la vida uno tiene que relacionarse durante años con infinidad de gente con la que es evidente que tiene poco que ver, y unos minutos bastan para distinguir a alguien con nuestro mismo sistema de valores.

Y, hablando de afinidades, aprovecho para indicar discretamente que en el día de hoy, 30 de septiembre, cumple años una chica muy salada que, junto a su pareja y sus dos niñas, en un tiempo récord, han conquistado una parcela no urbanizable de mi corazón.

!!Felicidades!!.

martes, 29 de septiembre de 2009

Inteligencia emocional



Desde hace unos años, proliferan las revistas, fascículos y libros cuya temática es la "autoayuda": cual recetarios de cocina elaborados con algo de pseudofilosofía, un poco de new-age, unas gotas de misticismo orientalista, unos cuentos con moralina y, si hace falta, algunos consejos de la abuela, pretenden asesorar a la gente sumida en los arrabales de la tristeza sobre lo que deben hacer en su vida para reencontrar el norte. Y consiguen muchos "clientes" (de ahí su proliferación) : en unos casos, son gente que busca una puerta de salida a una situación material deteriorada; en otros, personas bañadas en el confort que sustituyen calor humano por objetos, emociones por cosas, - pero el status social no le sirve de alimento al corazón-.

Alejado de todo esto, hace tiempo surgió un libro que se convirtió con rapidez en best-seller: " Inteligencia emocional", de Daniel Goleman. Primero dejaré que hable el filósofo José Antonio Marina: "Existe una preocupación muy grande, acerca de la falta de equilibrio entre nuestra educación científica y técnica, cada vez más elevada, y nuestra capacidad para resolver problemas afectivos, que es cada vez menor. Esto supone el fracaso de una idea de la inteligencia de nuestra cultura, no de otras culturas; llevamos 25 siglos separando la inteligencia cognoscitiva de la inteligencia afectiva y eso no funciona".

Todos conocemos gente de una inteligencia "oficial" más que demostrada, de quienes huimos como de la gripe A: personas que no escuchan, encantadas de conocerse a sí mismos, sin un mínimo de empatía, que aplican silencios a los territorios que nos importan y palabras en las estaciones de invierno de los demás. En definitiva, agotan quitando espacio.

En el otro lado, también existen los "vulgares" seres de cociente intelectual normalillo, que, sin embargo, saben callar cuando es necesario, escuchar cuando los demás lo necesitan - en este mundo, todo aquel que sepa escuchar se convierte en terapeuta- y utilizar la palabra adecuada que abriga el alma.

Para finalizar, transcribo unas líneas de Daniel Goleman: " La inteligencia emocional tiene que ver con cómo gestionamos nuestras emociones y las de los demás. Considero cinco componentes:

Autocontrol, es decir, conocer tus sentimientos y utilizarlos para tomar decisiones acertadas; gestión de las emociones, sobre todo las negativas, especialmente para evitar que los estados de ansiedad te lleven a hacer cosas de las que luego te arrepientas; motivación, o sea, funcionar con objetivos; empatía, capacidad de ponerse en el caso de los demás, y, finalmente, percepción social, identificar las claves necesarias para interactuar, saber tratar a la gente para que se sienta mejor".

Quizá el desarrollo de este tipo de inteligencia no proporcione por sí mismo el acceso a una carrera universitaria, pero estoy convencido de que ayudaría a reducir el consumo de ansiolíticos.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

En medio de la mitad de la noche



En el fondo, creo que somos todos supervivientes en un naufragio, sea la balsa de oro o de rústicos maderos. Hace años, en una de mis numerosas visitas a un hospital, coincidí con un hombre que iba allí a visitar a su hermana; se hallaba ésta en una situación de postración absoluta, tras varias trombosis sucesivas. Su cuerpo era un mapa de vendajes que ocultaban apenas un montón de magulladuras. Su estado era, prácticamente, vegetativo.


Como todo el mundo sabe, las coincidencias entre los visitantes de enfermos suelen establecer necesarios lazos de complicidad ("¿Cómo está hoy tu hermana?; ¿Qué tal pasó la noche tu madre?, Toma, traje zumo de naranja; Ahí tenéis el periódico de hoy..."), una isla emocional desprotegida en medio de la ciudad, en donde las mentiras piadosas son obligatorias y la sinceridad a ultranza está prohibida. "Pues yo a tu hermana la encuentro mejor; cualquier día a tu madre le dan el alta".


En esos sitios, los minutos son paquidermos ; las horas, un espejismo incierto. Se puede y se necesita hablar. Así es como conocí la historia de aquella enferma (y víctima), contada por su hermano:


"Somos de Mieres. Mi hermana tenía dieciséis años cuando estalló la guerra civil y estaba locamente enamorada -quizá no debería expresarlo así- de un rapaz de El Entrego que trabajaba en la mina. Total que ya hablaban de la futura boda, cuando a él le tocó coger el fusil y marchar para el frente. Pasaron más de dos años sin que supiéramos nada de su situación, sólo rumores... que si estaba en tal sitio, en tal otro, que si estaba preso, que si lo habían fusilao. Finalmente, a finales del treinta y ocho, llegó una carta oficial, notificando su fallecimiento.


A partir de ahí, mi hermana puede decirse que dejó de existir: el dolor pudo más que ella. Estaba en el mundo sin estar. En aquellos tiempos, la palabra depresión no existía en la medicina, al menos en aquella España: mi hermana deambuló de un manicomio a otro, convirtiéndose cada vez más en un despojo humano. Al final de su vida, tuvimos que ingresarla en alguna institución gestionada por monjas (por cierto, las magulladuras no me gustan nada), en donde ya no la quieren después de las últimas trombosis. Y ahí la ves, en estado vegetativo."


Pensé para mí que aquel sucinto relato explicaba mejor la España de la guerra y la posguerra que muchos documentales de la época.


Dije: "Pues yo hoy la encuentro mejor".


Sin llegar a alcanzar el grado de inmensa tragedia individual -dentro de la espantosa tragedia colectiva- que narra el episodio anterior, en el primer mundo del "corteinglés" y del sobreconfort habitan tristezas soterradas que, bajo un manto de sonrisas postizas, perseveran en eternizarse.


Veo a una antigua amiga de Trubia y, como amigo, no sólo le pregunto: "¿Qué tal?", sino que me paro a escuchar su respuesta. "Mejor", me dice; lleva puesto un chaleco muy guapo, que me hace recordar a otra amiga que elogia esta prenda diciendo que "abriga sin oprimir". Se lo digo: "ese chaleco tan lindo que llevas- haciendo juego contigo- es mi metáfora sobre las relaciones humanas ideales: abrigar sin oprimir".


Empieza a desgranarme su estrategia para "salir, del pozo en el que estaba, a la calle" ("mira que detrás de los adoquines está la playa", le dije un día recordando mayo del 68):


"Ante todo, pensé que debía dedicarme todos los días algo de tiempo a mí misma; ya estaba bien de vivir vitalmente a remolque de los demás. Así que una hora para caminar, que es muy bueno, y durante el paseo ver de verdad lo que miraba: a veces, pasas todos los días por un sitio, ves el árbol de todos los días, y no te fijas de qué color son las hojas , igual que a veces uno no se entera de la gente que tiene al lao aunque esté desangrándose.


Siempre me gustó la música, leer un rato, ver cine... ¿qué hacía yo viendo en la tele a Belén Esteban, diciendo que ponía a su hijo por testigo de que nunca utilizaría a su hijo?


Siempre me había gustado la pintura, y no me acordaba cuántos años pasaran desde la última vez que había ido a una exposición. Y lo mismo digo del cine. Así que cogí a Luis y !a la calle!" .


A veces hasta me "autoobligaba" un poco, porque lo que había planeado llegaba el momento y parecía que dejaba de interesarme. Y algo más, intentaba hacer lo del día con la mayor dedicación posible: en el trabajo de la tienda, ser lo más profesional que pudiese (a pesar de alguna clienta que otra un poco "plastas"), en casa, si cocinaba algo, -aunque esto lo hace mejor Luis-poniendo interés y cariño, a ver si me salía la mejor paella del mundo...!Qué quieres, tengo un marido estupendo, tenemos una niña preciosa...y , para colmo, unos amigos que sé que me quieren y me saben escuchar!" En este momento, al darme por aludido, me puse algo colorao, por lo que comentó "Veo que sigues poniéndote rojo"; " Sí , y no están los tiempos para ello, contesté".


Se despidió de mí dándome dos besos - uno por mejilla-, pese a mis protestas alegando antepasados franceses (concretamente, el Marqués de Sade), mientras yo recordaba una de tantas frases a tener en cuenta de ese sabio llamado José Luis Sampedro: "Llega uno a cierta edad en la que más que vivir para qué, uno se pregunta vivir para quién".




martes, 22 de septiembre de 2009

Malos tiempos para la lírica



En un artículo del excelente columnista de "El País", Enric González, leo que 23 trabajadores de France Télécom se han suicidado desde principios de 2008. Teniendo en cuenta que el número de trabajadores de la empresa ronda los 100.000 - antes de su privatización, eran 140.000 -, parece ser que la cifra no es escandalosa, comparada con las estadísticas de suicidio habituales, pero ello no ha impedido que se generara una encendida polémica sobre el asunto.

Dejemos a un lado, por una vez, las estadísticas cuando hablamos de personas (para el sistema capitalista somos "decimales humanos", decía Francisco Umbral):

Como empresa pública, France Télécom tenía como prioridad la creación de una sólida infraestructura y la producción de una tecnología solvente. En la actualidad, la única prioridad se llama beneficios. Transcribo a Enric González: "En la empresa quedan unos 70.000 trabajadores "antiguos" (funcionarios) y el resto, los nuevos, carece de privilegios. Es muy curioso comprobar que quienes soportan mal la situación son "los antiguos". Sin generalizar, la presión por la rentabilidad ha convertido a muchos jefes en tiranos y a muchos empleados de base en mártires vocacionales, a los que se les abre una úlcera cada vez que se habla de traslados o cambios de horario. Los "antiguos" tienden a calificar como insufrible la actual situación. Los "nuevos", fácilmente despedibles y fácilmente trasladables, vienen a decir que France Télécom, con su poderoso comité de empresa, es, en comparación con otras empresas, un lugar bastante cómodo.
No sé ustedes, pero yo, que soy un "antiguo" en este periódico, con mis trienios, mis pagas y mi indemnización en caso de despido, soporto cada vez peor que existan dos clases de trabajadores. No tengo ganas de perder mis derechos, pero tampoco considero admisible que los de la otra clase, en general más jóvenes y mejor preparados, tengan que resignarse al contrato-basura, el sueldito y la amenaza permanente. "


La dichosa hiperultramegacrisis, que ha venido muy bien a unos pocos y castiga a los de siempre:

el barco hace aguas, ¿un arreglo de averías y hasta la próxima, o cambiamos de transporte?