viernes, 27 de noviembre de 2009

Fútbol y vida




Con cuatro piedras formábamos dos porterías, y el dueño del balón jugaba siempre. Días de infancia sin colesterol, alergias ni grietas en el corazón. Tardes de verano en las que no se ponía el sol, en la mano un bocadillo para merendar y el suelo desapareciendo bajo nuestros pies. Ríos de sudor, heridas en las rodillas y la callejuela del barrio como mundo virtual. Amistad tejida de empujones, discusiones y regates. Y, al final, "paleobotellón" de naranja como expresión espontánea de una comuna sin adultos ni adulteración. Fútbol de barrio contra barrio, en un ingenuo e incipiente nacionalismo local, sin constituciones de por medio. "Hoy debutas" le dije un día al portero que estrenábamos; "sí, pero de las viejas", me respondió.



Años juveniles: campos reglamentarios, entrenamientos, charcos y balones como piedras; con un ojo mirábamos al balón y con el otro a las hermanas de los compañeros, que aplaudían desde la banda. La inocencia persistía, pero vestida con otros ropajes. Entrenadores- educadores para toda la vida: uno echa la vista atrás, y no ve tácticas sino valores. Aprendizaje con un libro de texto hecho de actitudes más que de aptitudes.



En la edad adulta nos trasmutamos de entrenado a entrenador; un intento de recorrer el mismo camino con otro vehículo: antes, en el asiento de atrás; ahora, de conductor. El deporte, un medio; hacerse personas, el objetivo. Años felices, en los que, tal vez, nuestra incompetencia abortó alguna carrera deportiva en ciernes; por otra parte, insospechadamente, también se crearon sólidas amistades a prueba de años y jerarquías (la vida tiene en ocasiones destellos a los que merece la pena ponerles Marcos).



Y, como enseñanza, en el terreno de juego como en la vida, algo elemental: que cada participante desarrolle aquello para lo que está dotado. A menudo, los conflictos surgen al exigir a alguien lo que no nos puede dar, mientras que desaprovechamos lo mucho de bueno que posee.



Finalizo con un lindo proverbio (para alguien, como yo, "fanático-dependiente" de la amistad):



"Quiéreme cuando menos lo merezco, porque es cuando más lo necesito".

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