martes, 3 de noviembre de 2009

Eduardo Galeano



Eduardo Galeano es un escritor uruguayo nacido en Montevideo en 1940. Su obra literaria es vasta y atípica; atento siempre al sufrimiento de los más débiles, la mayoría de sus libros son recopilaciones de historias mínimas (no me refiero a que sus protagonistas sean bajos de estatura, sino a que son una especie de microrrelatos) en las que destacan la sensibilidad y el uso exacto del lenguaje. Otros libros suyos en forma de ensayo son: "Las venas abiertas de América Latina" -ya un clásico, de nuevo de actualidad al regalárselo Hugo Chávez a Obama-, en el que analiza el expolio cometido durante el descubrimiento y conquista de América y "Patas arriba. La escuela del mundo al revés", acerca de la situación internacional, sus contradicciones y disparates. Aquí pongo una entrevista suya, que puede servir para conocer un poco mejor al ser humano; es tan linda que apetece coger inmediatamente uno de sus libros y ponerse a leer.






El punto de vista. Entrevista a Eduardo Galeano

Eduardo Galeano: La diversidad pasa por la diversidad de los puntos de vista posibles: desde el punto de vista del Sur, el verano del Norte es invierno. Y desde el punto de vista de un gusano, un plato de fideos es una orgía; donde los hindúes ven una vaca sagrada, otros ven una gran hamburguesa. Desde el punto de vista de Hipócrates, Galeno, Maimónides y Paracelso, existía una enfermedad llamada indigestión, pero no existía una enfermedad llamada hambre. Desde el punto de vista del búho, del murciélago, del bohemio y del ladrón, el crepúsculo es la hora del desayuno. La lluvia es una maldición para el turista y una bendición para el campesino. Desde el punto de vista del nativo, es el turista el pintoresco. Desde el punto de vista de los indios de las islas del Caribe, Cristóbal Colón, con su sombrero de plumas y su capa de terciopelo roja, era un papagayo de dimensiones jamás vistas…


La diversidad hoy parece bajo ataque por la capacidad homogeneizadora de la globalización. ¿Qué pasa entonces con las culturas, con las identidades?



E. G. : En esta civilización que confunde la cantidad con la calidad, la obesidad con la buena alimentación, en la que triunfa la basura disfrazada de comida, la industria está colonizando los paladares del mundo y está destruyendo las tradiciones de las cocinas locales, Los hábitos de la buena cocina que llegan desde lejos. En algunos países, esas tradiciones tienen a sus espaldas milenios de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo, ya que se encuentran en las casas de todos, no sólo sobre la mesa de los ricos. Estas tradiciones, estas señas de identidad cultural, estas fiestas de la vida están siendo aplastadas de manera fulminante por las imposiciones del sabor químico y único. La globalización viola con éxito el derecho a la autodeterminación de la cocina, derecho sagrado, porque la boca es una de las puertas del alma.


¿Qué es para ti la pobreza?
E.G. : Los pobres, los verdaderos pobres, son todos aquellos que no tienen tiempo para perder tiempo. Los verdaderos pobres, son aquellos que no tienen silencio y no pueden comprarlo. Son aquellos que tienen piernas pero se han olvidado de caminar, como las alas de las gallinas han olvidado volar. Son aquellos que comen basura y la pagan como si fuera comida. Son aquellos que tienen el derecho de respirar mierda como si fuera aire. Son aquellos que tienen sólo la libertad de elegir entre un canal de televisión y otro. Son aquellos que viven dramas pasionales con las máquinas. Son aquellos que estando entre muchos, están siempre solos. Los pobres, los verdaderos pobres, son aquellos que no saben que son pobres.


A menudo tus historias hacen las cuentas con la televisión, que tú definiste de manera sagaz como la "ametralladora televisiva". ¿Qué piensas de los medios de comunicación de masas?
E.G.: La siguiente es un historia verdadera que relató el sultán de Persia miles de años atrás, pero que yo no olvidé, porque es muy poderosa, muy importante. Miles de años atrás dijo el sultán de Persia: "¡Qué maravilla!"; él nunca había probado la berenjena y la estaba comiendo en fetas condimentada con jengibre y hierbas del Nilo. Entonces el poeta de la corte exaltó la berenjena que da placer al paladar y en la cama hace milagros porque para las proezas del amor resulta más estimulante que el polvo de dientes de tigre y que el cuerno rayado del rinoceronte. Un par de bocados después, el sultán dijo: "¡Qué asco!", y entonces el poeta de la corte maldijo la berenjena traidora que retarda la digestión, llena la cabeza de feos pensamientos y empuja a los hombres virtuosos hacia el abismo del delirio y la locura. Alguien malicioso comentó: "Apenas ha elevado a la berenjena al paraíso y ahora la está arrojando al infierno", pero el poeta, que era un profeta de los medios de comunicación de masas, puso las cosas en su lugar: "Yo soy un cortesano del sultán, no un cortesano de la berenjena".


¿Cuándo supo usted que se dedicaría a esto de escribir?


E.G.: Como todos los uruguayos, yo quise ser futbolista. Pero sólo era superestrella del fútbol mientras dormía; de día, era una vergüenza para la patria. Creo que escribí por eso: para hacer con las manos lo que fui incapaz de hacer con los pies.




¿Y empezó pronto?


E.G.: Empecé trabajando en una fábrica de insecticidas, a los 14 años. Antes, mi infancia fue la libertad: todo el día en las calles, en los descampados, en los cañaverales, en bicicleta, en la playa, jugando... Me dan mucha pena hoy los niños en las ciudades: son los más presos de entre los presos. Son rehenes del miedo. Del miedo a la violación, a la intemperie, prisioneros del pánico de la vida moderna.




¿Fue ahí cuando dejó de ser niño, al ponerse a trabajar?


E.G.: Creo que dejé de ser niño el día en que miré de otra manera las piernas de la maestra caminando entre las filas de pupitres.




¿Y por qué se puso usted a trabajar tan temprano?


E.G.: Hubo una crisis en la familia, y yo quise vivir por mi cuenta, ser libre, independiente. Fui también taquígrafo, cobrador de recibos, dibujante, cajero de banco...




No tuvo mucho tiempo de formarse, de estudiar.


E.G.: Sí lo hice, porque iba a los cafés de Montevideo. ¡Soy hijo de esos cafés! Sí: allí escuchaba a veteranos contadores de historias, narradores portentosos.




¿Por qué portentosos?


E.G: Esos narradores logran que lo que ocurrió vuelva a ocurrir mientras ellos lo cuentan. Si en la historia decían que llovía, ¡tú sentías la lluvia! Si contaban que hacía calor, ¡tú sudabas! Te hacían llorar.




¿Existen todavía contadores de historias así?


E.G.: Alguno. Pero por entonces había tiempo para perder tiempo.




De todas las frases que usted ha escrito, salve una de la quema.


E.G.: Escribí la historia real de un cura y una chica del Buenos Aires del siglo XIX, que se enamoraron y huyeron juntos. Les persiguieron y, al final, fueron fusilados. Por delito de amor. En un capítulo, yo tenía que explicar su primera noche de amor juntos, huidos, a solas. Pero contar el amor es como contar un chiste. ¿Cómo contar el amor con palabras? Es algo tan inexplicable, tan inenarrable...




No me ha dicho cuál es la frase.


E.G.: Espere: escribí y escribí, y le di a leer el capítulo a un amigo muy querido, y me dijo: "Corta". Recorté el texto, y me dijo: "¡Aún hay mucha piedra en las lentejas!". Y, al final, dejé sólo una frase para explicar esa noche de amor. Ésta: "Ellos son dos por error que la noche corrige".


Espléndida.


E.G: Gracias.




Qué suerte tener ese amigo implacable, ¿no?


E.G.: Sí. Mi mujer cumple ahora esa función. Es mi principal manía: que no haya una palabra que sobre en un texto, que estén únicamente las palabras estrictamente necesarias.




Si se excede, llegará al silencio.


E.G.: Sí, como le pasó a aquel pescadero que rotuló sobre la entrada de su tienda: "AQUÍ SE VENDE PESCADO FRESCO". Pasó un vecino y le dijo: "Es obvio que es 'aquí', no hace falta escribirlo". Y borró el AQUÍ. Pasó otro vecino y le dijo: "Es innecesario escribir 'se vende', ¿o acaso regala usted el pescado?".




Y borró el SE VENDE, ¿no?


Y sólo quedó PESCADO FRESCO. E.G.: Sí. Y pasó otro vecino y dijo: "¿Acaso cree que alguien piensa que vende pescado podrido, que escribe 'fresco'...?". Y borró FRESCO.




Ya sólo figuraba PESCADO..


E.G.: Así es... hasta que otro vecino pasó y le dijo al pescadero: "¿Por qué escribe 'pescado'? ¿Acaso alguien dudaría de que se vende otra cosa que pescado, con el olor que sale de aquí?".




¿Esto puede pasarle a usted?


E.G.: Sí, es mi temor, dada mi manía de eliminar palabras superfluas de mis textos. Mi norma es recurrir sólo a palabras que mejoren el silencio.

Sabría contarme una historia que explique qué es América?


E.G.: Le sucedió a mi amigo Juan Bustos, abogado chileno, del equipo de Allende, exiliado en Honduras tras el golpe de Pinochet. Se sentía culpable por estar vivo. Deprimido, se internó en el país y llegó a un pueblo, Yoro. Caminaba su melancolía por las calles, cuando se desató una lluvia feroz. Algo comenzó a golpearle en la cabeza: peces vivos. ¡Llovía peces vivos! Pensó que estaba loco. Trastornado, le gritó a un vecino: "¡Están lloviendo peces!" El vecino, tan tranquilo, con naturalidad, respondió: "Sí, aquí llueven peces". ¡Eso es América!




Lo real maravilloso.


E.G.: La hermosa locura de América. América te golpea con esa belleza violenta. ¡Yo he tenido la suerte de nacer allí!




¿Esa anécdota es real?


E.G.: Sí, sí. Es un fenómeno que se da: un tifón absorbe huevas de peces de la superficie del mar y, desde las alturas, caen crecidos. La realidad golpeó de tal modo a mi amigo Juan Bustos... que salió de su depresión.




¿Y qué debería hacer América para mejorar su futuro?


Ser ella misma. Tiene que elegir entre ser cara o ser caricatura. Si quiere copiar al norte, se convierte en caricatura, en una grotesca imitación del otro




O sea, debería recuperar su identidad.


E.G.: Eso es: ser. Juntarse sus países, afirmar su identidad perdida. Lula y Kirchner lo han sabido ver: es de sentido común. Hay que cooperar, como los patos




¿Los patos?


E.G.: Fíjese en cómo vuelan los patos. Forman un vértice, vuelan en grupo, en forma de punta de flecha. Eso les permite avanzar, eso hace posible su vuelo. Si no lo hicieran así, no lo conseguirían. ¡Ellos tienen más sentido común que nosotros!




Buen símil.


E.G.: Además, nadie se siente "subpato" por volar en la parte de atrás, porque luego pasa hacia adelante, y el de delante, que se cansa más, pasa hacia atrás. Sentido comunitario: sentido común.




Aboga usted por el grupo, por la colectividad.


E.G.: Es que estamos condenados a la ayuda mutua. ¡Sólo eso nos hizo posibles como especie! Si no, no hubiéramos durado ni un cuarto de hora. Deje a un bebé humano solo y no durará mucho. Somos tan frágiles... Para ilustrar esto que dice, Galeano me remite al primer texto de su libro "Bocas del tiempo" (un compendio de breves ¿relatos?, ¿artículos?, ¿historias?, ¿cuentos?... Todo eso son), que empieza así: "Oriol Vall, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien".




Entendido. Pero alguien podría decirle: ¿no es eso una utopía?


E.G.: Sí, pero utopía es ese lugar hacia el que caminas sin jamás llegar a él, porque es como la línea del horizonte: avanzas hacia ella diez pasos, y ella se corre otros diez pasos.




¿Y para qué sirve la utopía?


Para caminar.






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