miércoles, 4 de noviembre de 2009

Inocentes criaturas



"!!Alevines de terroristas!!", vociferó con rugido de león, impregnado de orden y certezas D. Manuel López de la Torre, alcalde de Pravia, ex presidente del Praviano C.F., dueño de una imprenta, director del colegio San Luis de Pravia, prócer excelso, eximio padre de la patria, guardián de todas las esencias. Los así interpelados éramos un montón de chavales que el día anterior, festividad de santo Tomás de Aquino, habíamos tenido el atrevimiento de no asistir a clase. En ningún sitio de Asturias era lectivo, excepto alli. Yo lo justificaba diciendo que en el San Luis era el día de santo Tomás de Aquí no. "!Todos para casa, y no volváis hasta que llamemos a vuestros padres!", continuó. "Mira por donde, ser huérfano también tiene sus ventajas", pensé. Fueron unas inesperadas vacaciones bañadas por un sorprendente sol de enero.


"Fernández Marqués, pase por secretaría" , resonó por la megafonía del colegio (iba a poner penal). La indicación era, como siempre, para que explicase alguna ausencia a clase, horas de estudio, etc,. Instalé el piloto automático y puse la habitual cara de "yonofui". Cuando entré, un alumno interno reclamaba su cartilla de notas: había suspendido cinco asignaturas y pretendía cambiar de colegio (mejor dicho, ir por fin a un colegio). "Espere un momento, Cañizares, lleva aquí ya cuatro años, esto lo podemos arreglar. Vamos a ver: Física, ésta la podemos pasar; Francés, también; !Dibujo!, hombre, por Diós, a quién se le ocurre suspender Dibujo; sin problema. Latín... no se preocupe, ya hablaré yo con D. José Luis. ¿Conforme?" Muchas gracias". "Pues hala, a estudiar, que el saber no ocupa lugar". Miré su silueta bulímica y dije para mí: "Pues entonces tú bien burro eres, miñiño". "¿Y usted que quería, Marqués?" "Nada, venía con Cañizares". "Hala, !a trabajar!" (decía mucho "!hala!", seguramente con la intención de que el tiempo le pasara volando; todos sabíamos que la ortografía no era lo suyo).


Hay que tener en cuenta que en aquellos antediluvianos años sesenta y pico - setenta los alumnos externos pagábamos al mes cerca de tres mil pesetas -incluído un concepto etéreo denominado "gastos generales"-, por lo tanto un alumno externo les daba a ingresar una pasta importante, y no era cosa de dejarlo marchar así como así.


Aparte de los profesores, la organización del colegio incluía una sección de infantería: eran los "vigilantes", y no de la playa precisamente. Estos tenían la misión de dar hostias. Normalmente eran pobres hombres a quienes, en algunos casos, toreábamos sin compasión. Cuando se podía, porque alguno, como uno de Proaza, parecía deportista de lucha libre. A éste lo echaron porque pegó una paliza tan inmensa a un pobre chaval que casi lo manda al más allá con billete de ida.


Teníamos un peculiar vigilante/profesor muy excéntrico, que se salía del ambiente mediocre, cerrado y conventual de la institución. Lo habían expulsado de un colegio de Gijón por obsesionarse con cambiar una ventana de sitio. Pues a éste le dio por realizar una campaña sobre la limpieza del colegio, poniendo unos pasquines donde expresaba que a Adán y Eva no los habían expulsado del paraíso por comer la manzana, sino por tirar la cáscara al suelo. Eso le valió la enemistad permanente con el cura (nunca más se hablaron).




Pedíamos material escolar - que venía de la imprenta "adecuada"- y el gasto se incorporaba al recibo mensual, con lo que era como si dispusiésemos para ello de una anticipada e invisible tarjeta bancaria. Por otra parte, cada dos por tres había corte de pelo, no importaba cómo lo tuviésemos de largo; a menudo, el colegio incorporaba a un peluquero y, si no estaba disponible ese día, a uno de Agones que esquilaba ovejas. Este era tan feo que lo llamábamos "el monstruo delAgonés". El colegio llevaba una comisión por cada corte de pelo (de nosotros, como de los cerdos, se aprovechaba todo).




El colegio vendía algo muy fácil en aquellos tiempos: disciplina (hostias, horarios absurdos- una clase a las nueve, a lo mejor la otra a las cinco y la siguiente a las siete, rodeadas de horas de estudios por todas partes-) y, como aparente consecuencia, aprobados. Un amigo mío de quien no diré el nombre para no ofenderle, "trípitió" cuarto curso y no consiguió aprobarlo hasta que no aterrizó allí.

La vida estaba, naturalmente, en otra parte: dejábamos de asistir a clase y al salón de estudios para recrearnos con grandes partidas al subastao en el antiguo Balbona, al cinquillo en el Siola, al futbolín en la Bombilla (por cierto, un día estábamos jugando y...! marchó la luz!)


Luego, como externo que uno era, íba a comer al Ferroviario, en donde un matrimonio encantador nos trataba de maravilla y nos ponía vino a discreción...con lo que si alguno cometía el error de asistir a alguna clase de por la tarde se encontraba con que iba a tono con el profesor, normalmente también "inspirado". Otros alumnos externos llevaban la comida de casa; a éstos les ponían a comer en un aula al lado de los servicios que emitían unos efluvios espantosos.

En resumidas cuentas, uno llevaba puesta de casa una mochila con pocas ganas de estudiar, y allí se encargaban de vaciarla. Es verdad que no todos los que estudiaron allí salieron como yo, y algunos consiguieron ser gente de provecho, pero eso no gracias al colegio sino a pesar de él.


También es cierto que si en aquellos tiempos hubiese sido mixto, como en la actualidad, yo hubiese asistido más a clase, con lo que hoy sería un hombre de orden (ellas siempre nos llevan a la perdición).

Pero sin ellas estaríamos perdidos.

En definitiva, muchos de mi generación compartimos la frase de Bernard Shaw: "ya de pequeño tuve que interrumpir mi educación para empezar al colegio".

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