sábado, 28 de octubre de 2017

Tener o ser


"Repártelo con tu amigo, o te doy dos hostias". Esta frase, pura "pedagogía" de la generosa solidaridad, escuché yo el otro día en el parque. La dirigía una madre a un pitufín de unos tres años.
A principios de los años setenta leía uno al psicólogo social Erich Fromm: "El miedo a la libertad", "Tener o ser"...En este último, Fromm decía que si te empeñabas en que un crío repartiese una manzana con su hermano, el guaje odiaría al hermano, a la manzana y a quien le impusiese el reparto.
Fromm afirmaba que había fases naturales -el egoismo en los primeros años, por ejemplo- que había que pasar, y que estas fases naturales se convertían en patológicas cuando se realizaban a destiempo. Gatear en los primeros meses es natural y necesario para posteriormente caminar. Pero si gateas con veinte años -las salidas extemporáneas de los pubs en algunas madrugadas, no cuentan-, entonces tenemos un problema.
Es decir, Fromm aseguraba que el egoísmo era intrínseco, consustancial a los primeros años. Pero ese egoísmo, instalado en una sociedad adulta, la hacía ser patológica: una sociedad egoísta es una sociedad enferma. 
No hace falta ser muy lúcido para acertar en el diagnóstico del mundo en el que vivimos. Lo malo es que no parece haber laboratorios que generen la medicina adecuada que acabe con la epidemia.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Especular



En uno de los magistrales relatos de Jorge Luis Borges, se puede leer esta frase devastadora: "...los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres". Aunque mis numerosos naufragios nunca me han llevado a la isla Misantropía, vislumbro que la relación del ser humano con el espejo es complicada.
¿Qué vemos cuando nos vemos? Se cuenta que, en China, un campesino marchó a la ciudad para vender su cosecha de arroz, y allí compró un espejo. A su regreso, lo dejó sobre la mesa y salió al campo. Su esposa lo cogió y comenzó a llorar desconsoladamente. Al verla, su madre le preguntó qué le ocurría. "Mi marido me engaña con otra", contestó. "A ver..." dijo su madre mientras cogía el espejo. "No te preocupes: es muy vieja"...
Cuando nos sumergimos en una obra de arte, de alguna manera nos enfrentamos a un espejo, que nos interpela y nos habla de nosotros mismos.
Es curioso que el término "especular" que, entre otras cosas, remite a la actividad medular de este casino global en el que se ha convertido el mundo, nos sirva también para referirnos a aquello que es relativo al espejo. Si algo positivo puede tener la monumental estafa a la que estamos asistiendo es la posibilidad de enfrentarnos, en un espejo virtual, a nuestro sistema de valores, y replantearnos la validez de ciertos dioses que se pretenden inmutables.

Valle Inclán, en "Luces de bohemia", nos habló del esperpento: "Los héroes clásicos reflejados en espejos cóncavos dan el Esperpento". Con el mundo zozobrando en la tormenta capitalista, estrellándose contra obscenos arrecifes financieros, surge la figura de Donald Trump: un personaje de historieta que alcanza la Historia para instalar una plutocracia decadente. Trump no llega de un planeta remoto, de una lejana galaxia: el esperpéntico Trump es nuestra imagen deformada, reflejada en los cóncavos espejos del dinero y del poder. Cada vez que vemos al inmigrante como problema, a la mujer como objeto, al refugiado como peligro, al negro como inferior, en definitiva, al Otro como amenaza -el miedo paga sus peajes-, estamos alimentando un esperpento que no se nutre de héroes clásicos, sino de patanes contemporáneos.

En este tiempo convulso y vertiginoso, ya muy lejos del confortable "Hoy es siempre todavía" machadiano, somos espectadores perplejos de una mediocre obra de teatro, en la que Trump ocupa el centro del escenario. Un protagonista que -lo repito- no es un alienígena.

Aunque, por su peinado, pueda parecerlo.

lunes, 2 de octubre de 2017

Adolescentes


La adolescencia es una fase vital en el ser humano. Vital, en su doble acepción de fundamental y relativa a la vida.
Un terreno fértil que facilita la siembra de influencias de todo tipo. Una época en la que cimentamos la persona que seremos.
El adolescente es un vendaval de generosidad, inseguridad y hormonas. Con frecuencia pretende esconder su inseguridad bajo un entrañable manto de supuestas certezas: está aún lejos de descubrir que los años no le descifrarán los misterios esenciales, que el adulto es otro desvalido que simplemente ha aprendido a relativizar su naufragio, a hacer un pacto honesto con sus dudas, con su ignorancia.
Yo diría que el adolescente privilegia la vista en detrimento del oído: le calan ejemplos y le resbalan sermones.
Hace unos meses, vi una película nórdica, con protagonista adolescente, llena de delicadeza. Se titula "Sparrows". En cuanto a la literatura, cómo no citar a ese clásico de Salinger, "El guardián entre el centeno", lleno de sensibilidad y de frescura.
Compartir momentos, escuchar, comprender, evitar moralizar y, sí, también establecer límites, supongo que serán algunas de las actitudes que los adultos podemos enhebrar para que el adolescente encuentre, en el camino de la vida, su propio paso.
Por mi parte, mi advertencia al adolescente de turno es:"A tu edad, yo... tenía tus años".