miércoles, 25 de octubre de 2017

Especular



En uno de los magistrales relatos de Jorge Luis Borges, se puede leer esta frase devastadora: "...los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres". Aunque mis numerosos naufragios nunca me han llevado a la isla Misantropía, vislumbro que la relación del ser humano con el espejo es complicada.
¿Qué vemos cuando nos vemos? Se cuenta que, en China, un campesino marchó a la ciudad para vender su cosecha de arroz, y allí compró un espejo. A su regreso, lo dejó sobre la mesa y salió al campo. Su esposa lo cogió y comenzó a llorar desconsoladamente. Al verla, su madre le preguntó qué le ocurría. "Mi marido me engaña con otra", contestó. "A ver..." dijo su madre mientras cogía el espejo. "No te preocupes: es muy vieja"...
Cuando nos sumergimos en una obra de arte, de alguna manera nos enfrentamos a un espejo, que nos interpela y nos habla de nosotros mismos.
Es curioso que el término "especular" que, entre otras cosas, remite a la actividad medular de este casino global en el que se ha convertido el mundo, nos sirva también para referirnos a aquello que es relativo al espejo. Si algo positivo puede tener la monumental estafa a la que estamos asistiendo es la posibilidad de enfrentarnos, en un espejo virtual, a nuestro sistema de valores, y replantearnos la validez de ciertos dioses que se pretenden inmutables.

Valle Inclán, en "Luces de bohemia", nos habló del esperpento: "Los héroes clásicos reflejados en espejos cóncavos dan el Esperpento". Con el mundo zozobrando en la tormenta capitalista, estrellándose contra obscenos arrecifes financieros, surge la figura de Donald Trump: un personaje de historieta que alcanza la Historia para instalar una plutocracia decadente. Trump no llega de un planeta remoto, de una lejana galaxia: el esperpéntico Trump es nuestra imagen deformada, reflejada en los cóncavos espejos del dinero y del poder. Cada vez que vemos al inmigrante como problema, a la mujer como objeto, al refugiado como peligro, al negro como inferior, en definitiva, al Otro como amenaza -el miedo paga sus peajes-, estamos alimentando un esperpento que no se nutre de héroes clásicos, sino de patanes contemporáneos.

En este tiempo convulso y vertiginoso, ya muy lejos del confortable "Hoy es siempre todavía" machadiano, somos espectadores perplejos de una mediocre obra de teatro, en la que Trump ocupa el centro del escenario. Un protagonista que -lo repito- no es un alienígena.

Aunque, por su peinado, pueda parecerlo.

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