jueves, 31 de mayo de 2012

Topos en el Vaticano



Hay topos en el Vaticano. El topo, el viejo topo marxista, que los científicos neoliberales habían declarado extinto (como si hiciese falta enterrarlo), sigue horadando el subsuelo, excavando galerías, minucioso, minero obstinado y lúcido que sabe que la verdad, el mundo real, se halla siempre por debajo de la superficie.
En las cloacas del catolicismo, un submundo de sangre, lágrimas y mierda, el topo chapotea, como un ciego clarividente, bajo obscenos salones engalanados de riqueza. Arriba, entre oropeles, los hábitos de posmodernos hechiceros dejan asomar dagas ambiciosas, reflejando su brillo en la vajilla dorada; una liturgia ociosa y ceremonial, preñada de vacua rutina y gestos melifluos, encubre apenas un cosmos degenerado de envidias, odios y cadáveres sedosos.
Inmovilista y prosaico, el Vaticano recurre a la figura del mayordomo, sempiterno culpable en las viejas novelas policiales, como chivo expiatorio de una conjura de sotanas, cardenales y hostias consagradas como bonos del Tesoro.
Mientras  el Pontífice se apresura a estrangular a su víctima, el topo, sabio y discreto, prosigue su documentada peregrinación por las catacumbas del Banco Vaticano. Un reguero de sangre bendita, nauseabunda, se filtra por las cañerías.
Como terapia, recomiendo la audición del clásico "Simpathy for the devil", de Rolling Stones.


 

jueves, 24 de mayo de 2012

Desinformación


Creo que los orígenes de la expresión "cuarto poder", relativa a la prensa, se remontan a los tiempos  de la Revolución Francesa. Durante muchos años, como una suerte de quijotes, los diarios "desfacían entuertos", llevando a lomos a la sociedad. Y uno recuerda con nostalgia la bendita y gratificante lectura del periódico, informativa y formativa.
Se ha dicho que, en todas las guerras, la verdad es la primera víctima. En esta Tercera Guerra Mundial, más conocida como "crisis", la censura económica ha dejado muda a la libertad de expresión; los medios de comunicación -títeres en manos del sistema financiero- se limitan a ser voceros obedientes del discurso neoliberal, abanderados de los recortes públicos y las hiperganancias privadas.
Hace unos días, una cadena de televisión introducía un anuncio de Repsol en su informativo de máxima audiencia; seguidamente, emitía la noticia de la nacionalización argentina de YPF: imparcialidad garantizada.
El editorial de "El Comercio" calificaba al gobierno italiano de "equipo técnico solvente". Recordemos que el Primer Ministro (también de economía) Mario Monti, puesto a dedo por los etéreos y omnipotentes Mercados, procede de Goldman Sachs, uno de los bancos inversores americanos que iniciaron la "fiesta" con su quiebra.
Para "La Nueva España", hay que "trabajar más y ganar menos", según editorial de hace unos meses. Vamos, lo de la inscripción a la entrada del campo de concentración de Auschwitz: "El trabajo os hará libres". La especialidad de este rotativo es la palabra "ahora": "Fulanito dice ahora...", una sutil información tendenciosa. En frase de El Roto, "los periódicos deberían compensar las pérdidas en ingresos por publicidad, cobrando la propaganda".
Ahora mismo, en el monótono horizonte de la prensa española, no se puede leer ni un solo ejemplar de inclinaciones progresistas.
En el batiburrillo de Internet, capaz (como la vida) de ofrecer lo mejor y lo peor, hallamos en parte la tierra prometida, frente a tanto vacío informativo, estéril y manipulador: con una adecuada criba podemos encontrar un huerto fértil, frente al desierto de la censura capitalista. 
En definitiva, y volviendo una vez más al Roto: "antes de escucharles, mira a ver quién es el que paga el micrófono".

jueves, 10 de mayo de 2012

Intersecciones


En un excelente prólogo de "La hoja roja" de Delibes, Francisco Umbral comentaba que, para Voltaire, la tesis central del Quijote era que, a cierta edad, había que inventarse pasiones para ejercitarse, para estar vivo. Por su parte, el poeta Constantino Cavafis, en el magistral poema "Itaca", nos dice que la vida es un viaje que nos obliga al aprendizaje, y que debemos improvisar senderos  si  nos defrauda el trayecto.
Para Wittgenstein, "los límites de mi lenguaje, son los límites de mi mundo". Según Oscar Wilde, "el pensamiento es hijo del estilo, no su padre".
En "Memorias de Adriano", Marguerite Yourcenar escribe: "a la larga, la máscara se convierte en rostro". Jorge Luis Borges, en "La intrusa", dice que "todos terminamos pareciéndonos a la imagen que los demás tienen de nosotros".
"Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros", indica Groucho Marx. "En estos tiempos, para actuar con ética hay que tener moral", dice F. Marqués.

miércoles, 9 de mayo de 2012

En-tren-ando



Guillermo Carrascales se dirigía, parsimonioso y ausente, hacia la estación de ferrocarril. Su indolencia era legendaria; Carrascales era un acumulador de pérdidas: paraguas, chaquetas, libros, bufandas, novias (una de ellas, en los tiempos anteriores a la telefonía móvil, al pie del altar: Guillermo desapareció durante una semana). Ajeno a modas y esteticismos, ese día su armonía era impecable, con su paso lento y su jersey de morado. Llevaba un libro bajo el brazo, "Trenes rigurosamente vigilados", del escritor checo Bohumil Hrabal. Contínuamente Guillermo, de ironía perezosa y casual, era el involuntario protagonista de situaciones paradójicas: al llegar a la estación, encontró la sala de espera cerrada, los servicios clausurados, el personal de FEVE ausente. Un triste papel en la pared exponía un número teléfonico como tabla de salvación para el naufragio del resignado viajero; debajo de él se leía: "teléfono de la esperanza". Guillermo echó mano al bolígrafo que llevaba en la cazadora y, despacio, corrigió la última palabra, poniéndola con mayúscula; con ello, creaba una invitación al pecado, si Dios y el obispo de Alcalá no lo remediaban.
Miró a su alrededor. El paisaje exhibía el vacío desolador equiparable al mapa neuronal de Belén Esteban. Echado en el andén, un personaje singular realizaba unos abdominales. Entusiasmo y capacidad de asombro no eran huéspedes habituales en el edificio emocional de Guillermo; lentamente, se acercó al atleta. "Buenos días, ¿sabe si el tren que va para Oviedo viene por este andén?", le preguntó. "No, viene por la vía", respondió el deportista. "Gracias", le contestó, con la gratitud de Teseo al recibir el hilo de Ariadna. Abrió el libro y se dispuso a leer.
Ochenta y tres páginas después, apareció el tren. Como de costumbre, subió en el primer vagón; pese a ello, era tal su flema que, indefectiblemente, llegaba a Oviedo en el segundo. Con una mirada distraída, comprobó que a esas horas el convoy iba desierto; ni siquiera un mísero revisor con quien intercambiar unas palabras sobre el tiempo caprichoso, la prima de riesgo, el logopeda de Rajoy.
Apenas se había sentado cuando a su lado surgió el maquinista, alto, bronceado, inquieto y con la mirada agradecida de quien ha encontrado a su hada benefactora. "¡Hola! Soy Carlos Trencillas, el maquinista, y hoy es mi primer día de trabajo en el que voy solo. Me encuentro raro. ¿Te importaría acompañarme? Serás mi copiloto". "No hay problema", respondió Guillermo, para quien el Apocalipsis sería tan sólo una pequeña contrariedad. 
En la cabina, Carlos accionó los mandos; el tren permaneció impasible, como un banquero ante la solicitud de un crédito. Tras varios intentos del maquinista, el convoy, inmutable, se negaba a reaccionar. Fue entonces cuando Guillermo, de forma inverosímil, vociferó: "¡Trata de arrancarlo, Carlos! ¡Por Dios! ¡Trata de arrancarlo!".

jueves, 3 de mayo de 2012

Humor


El humor es ese escudo imprescindible que nos protege de los zarandeos de la vida. La saludable capacidad de reírse de uno mismo, de no tomarse excesivamente en serio  -alejada de la vacía solemnidad de los mediocres arrogantes-, de adoptar una mirada irónica, de jugar con las palabras, anuncian una actitud distendida y una inteligencia muy dignas de agradecer. Si el humor ingenioso es siempre benéfico, su existencia, en estos lúgubres días de repago sanitario, cobra categoría de medicina milagrosa. A continuación incluyo unas anécdotas, como escapada momentánea del oscuro pesimismo que parece impregnar estos tiempos:
Siendo Manuel Fraga Iribarne ministro del Interior y Joaquín Viola alcalde de Barcelona, visitan esta ciudad los Reyes. Titular de una revista de la época: "Fraga recibe al Rey y Viola a la Reina".
Poco antes, con el tecnócrata Laureano López Rodó de ministro, la mítica revista "La Codorniz" publicaba una historia en la que un campesino llamado López asciende una colina, cargando con muchas dificultades un cerdo. De repente, el hombre desfallece y el cerdo cae ladera abajo; el comentario de la última viñeta es: "y el cerdo de López rodó".
La misma revista había incluído, en pleno franquismo, el siguiente parte meteorológico: "reina un fresco general procedente de Galicia".
En la biografía de Luis Buñuel, un libro fascinante titulado "Mi último suspiro", se lee que un periódico anarquista de principios del siglo XX publica así esta noticia: "un grupo de obreros subía tranquilamente por la calle La Montera, cuando, por la acera contraria, bajaban dos curas; ante tal provocación...".
En el Parlamento inglés una mujer increpa a Churchill: "¡Señor Churchill, si fuese su mujer le echaría cianuro en el café!". Respuesta del Primer Ministro: "Señora, si estuviese casado con usted, me lo tomaría con gusto".
En el cesto del humor elegante, hecho con mimbres de higiénico escepticismo, no caben  la zafiedad, la simpleza grosera, la vulgaridad vestida de racismo, homofobia, sexismo. El genial Groucho Marx dejó frases deslumbrantes para todo tipo de situaciones y épocas; una de ellas, adecuada a estos momentos calamitosos: "cuando muera quiero que me incineren, y que tiren el diez por ciento de mis cenizas sobre mi empresario".  Para finalizar, qué mejor que recordar a este genio del humor en la escena inicial de "Una noche en la ópera":