jueves, 31 de mayo de 2012

Topos en el Vaticano



Hay topos en el Vaticano. El topo, el viejo topo marxista, que los científicos neoliberales habían declarado extinto (como si hiciese falta enterrarlo), sigue horadando el subsuelo, excavando galerías, minucioso, minero obstinado y lúcido que sabe que la verdad, el mundo real, se halla siempre por debajo de la superficie.
En las cloacas del catolicismo, un submundo de sangre, lágrimas y mierda, el topo chapotea, como un ciego clarividente, bajo obscenos salones engalanados de riqueza. Arriba, entre oropeles, los hábitos de posmodernos hechiceros dejan asomar dagas ambiciosas, reflejando su brillo en la vajilla dorada; una liturgia ociosa y ceremonial, preñada de vacua rutina y gestos melifluos, encubre apenas un cosmos degenerado de envidias, odios y cadáveres sedosos.
Inmovilista y prosaico, el Vaticano recurre a la figura del mayordomo, sempiterno culpable en las viejas novelas policiales, como chivo expiatorio de una conjura de sotanas, cardenales y hostias consagradas como bonos del Tesoro.
Mientras  el Pontífice se apresura a estrangular a su víctima, el topo, sabio y discreto, prosigue su documentada peregrinación por las catacumbas del Banco Vaticano. Un reguero de sangre bendita, nauseabunda, se filtra por las cañerías.
Como terapia, recomiendo la audición del clásico "Simpathy for the devil", de Rolling Stones.


 

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