jueves, 29 de abril de 2010

Despedidas



El otro día vi en televisión, por azar, una película japonesa titulada "Despedidas", del director Yogiro Takita (más o menos). Es un film distinto, que se llevó hace pocos años el oscar a la mejor película extranjera. Cuenta la historia de un violonchelista de una orquesta que se acaba de disolver, que consigue un trabajo de embalsamador - con el disgusto inicial de su esposa- y se consagra a ello con delicadeza y entrega, logrando impregnar luminosidad en cuerpos ajados, y dignidad a lo que fueron vidas grisáceas y tortuosas. Es un tipo de cine poco visto (por desgracia), alejado del palomitismo y la coca-cola. Cine que revuelve interiores y expresa mucho con lo mínimo. De miradas y no de alaridos (éstos van por dentro). En definitiva, de ese orientalismo cuidadoso del detalle, respetuoso con la liturgia del ceremonial, de silencios que hablan y no de voceríos que aturden. Y en él aprendemos que la batalla más épica es la que nos ganamos a nosotros mismos.



Curiosamente, el director de esta película llevaba una amplia trayectoria dedicada al cine porno, lo cual seguramente daría para un sabroso comentario del mordaz Woody Allen, quien decía en una de sus obras ante la espectacular Charlize Theron: "Haz conmigo lo que quieras, pero prométeme que cuando llegue el embalsamador no me quite la sonrisa de la cara".



Finalmente, tres recomendaciones (para mis múltiples lectores de allende el Atlántico): una música, la canción "Dear Old Friend" de Patty Griffin dedicada a las víctimas del huracán Katrina en Nueva Orleans - está en youtube.com con unas imágenes impactantes-; un libro, los "Cuentos esenciales" de Guy de Maupassant - hay edición de bolsillo a 12,95 euros- que incluye, por supuesto, el magistral "Bola de sebo"; finalmente, una película, "El secreto de sus ojos" que contiene, como casi todas las grandes obras , una estupenda historia de amor. Bueno, en este caso, dos.

jueves, 8 de abril de 2010

Raros magníficos


Recuerdo una vez que vi a uno con una camiseta que ponía: "Raros somos todos". Efectivamente, solemos considerar rareza aquello que no coincide con nuestras costumbres, aficiones, inclinaciones... en definitiva solemos tener una inclinación a edificar un mundo uniforme a nuestro alrededor, como aquellos turistas que salen de su entorno con los ojos cerrados y el alma mustia, pretendiendo llevar en su espíritu la hamaca de la comodidad: el complejo ante lo distinto (lo distinto que, por cierto, tanto nos enriquece como seres humanos). Lo raro suele tener una connotación peyorativa, un sentido negativo. Es cierto que hay gente muy rara: aquellos que, acomplejados, no aceptan la diversidad, ni individual ni colectiva; aquellos que pontifican, ignorantes de todo y sabios en nada, de vuelta de todo sin haber ido a ninguna parte; aquellos en los que no merece la pena perder el tiempo hablando de ellos. Pero de los que yo quisiera hablar aquí es de los raros en el sentido de excepcionales, de muy poco frecuentes. Los raros en el sentido positivo. Son raros porque son una minoría. De no ser así, el mundo sería otro y mejor.
Al grano. Mañana cumplo 55 años; los de la cosecha (la palabra "cosecha" no es aquí del todo inocente) del 55 cumplimos 55 este año, y me apetece -sería más exacto decir "necesito"- referirme a aquella gente que, después de que he nacido, me ha dado la vida. Ahora mismo estoy pensando en una persona - nunca la nombraría aquí, ella sería "capaz de matarme"- que se levanta todas las mañanas con el piloto automático puesto para mejorar su entorno. Cariñosa, responsable, inteligente, sensible, me pone la mano en el hombro y no hay actimel que lo iguale: alimenta inyectando ilusión para vivir. Si no la viese con frecuencia, sería como no poder respirar. A un ateo como yo esto le produce dudas. Siento ser un torpe con las palabras y no poder expresar con claridad cuánto le debo, y cuánto la quiero.
Muy cerca de ella, un "santo-laico" me llena de cultura y me acompleja (por comparación: me digo," !pero qué desastre soy!"). Los miras y te dices que , en ocasiones, la vida es un regalo.
Hay un mundo real, el que no sale en la tele, gente que alienta frente a la desazón, que se incorpora cuando parece que la esperanza tiene orden de alejamiento; el mundo de los que no parecen sino que son. Algunos de ellos tengo la suerte de tenerlos como amigos. Saben lo que pienso de ellos, pero, sobre todo, saben lo que siento por ellos.
El nivel de masoquismo que evidencian al soportarme es algo que paso por alto.
Son mi familia.