martes, 7 de mayo de 2013

Trenes perdidos

 
El tren se deslizaba cruel y monótono, alejándole de una ciudad marítima, abierta y luminosa, en donde siempre hallaba una felicidad a jornada completa. Su cuerpo se hallaba en el vagón, pero su mente permanecía en la distancia. Sentía que el trayecto pendiente era infinitamente menor que el ya recorrido. Aquel día había cumplido años, los suficientes para saber que los sueños sólo se cumplen de noche, que la lucidez genera pesadillas, que a ciertas alturas el autoengaño es indispensable para sobrevivir. Sólo otra persona, ensimismada en la escritura, le acompañaba. Le dirigió una mirada distraída:  su compañero de viaje intentaba unas líneas en un cuaderno, mientras reclamaba inspiración en el techo del compartimento. Era un individuo de unos setenta años bien llevados, gafas y pelo blanco, con el aspecto de quien ha abrazado la vida.
Al verle cerrar el cuaderno, decidió compartir con él el viaje. Hablaron de literatura, de la vida, de poesia. De Baudelaire ("albatros"), Italo Calvino ("Los amores difíciles"), del maestro Borges... Hubo confidencias: la lectura de un poema para mitigar repentinos y fugaces distanciamientos, la irreparable desolación de los amores imposibles.
En la despedida, sintió que había disfrutado de un regalo inesperado: el encuentro con un alma cómplice, en el viaje caprichoso y atribulado de la vida.
En el último trabajo de Los Secretos, escojo esta canción: "Trenes perdidos"