martes, 24 de noviembre de 2009

Borges y otros juegos



Hace años, el argentino Jorge Luis Borges editó una biblioteca personal en la que expresaba sus gustos particulares sobre autores y obras; la denominó - no podía ser de otro modo - "la biblioteca de Babel". De Borges, escritor preciso y minucioso donde los haya, de vastísima cultura, creador de mundos metafísicos plagados de laberintos, espejos y tiempo ("el material de que está hecho el hombre", decía), quizá el más grande literato en castellano del siglo XX y lo que llevamos de XXI, cabía esperar una elección teñida por la amenaza del sopor. Sorprendentemente, lo que nos encontramos es diversión, entretenimiento, ligereza no exenta de calidad, en definitiva encanto. "Encanto" es precisamente la palabra que usa Borges para referirse a Oscar Wilde, uno de los publicados, en el prólogo del libro. "No sé si he sido un buen escritor, pero creo que he sido un buen lector", dice en una de las introducciones. O sea, lo que vemos en Borges es, por encima de todo, un sentido lúdico de la lectura.


Y es este sentido lúdico el que a uno le gustaría reivindicar, no sólo en la lectura, sino, en un sentido más amplio, en la vida en general, lo cual no entra en contradicción con la necesaria profesionalidad y el carácter responsable de cada cual. !Que los dioses nos libren de la solemnidad pomposa y vacía de personajes de cartón (reyes, bunburys, etc,..)! . !Qué sería de los próceres del mundo sin el vacío protocolo!.


Volviendo a Wilde: "Adoro los placeres sencillos: son el último refugio de los hombres complejos"; efectivamente, pocas cosas me resultan más placenteras que tres o cuatro buenos amigos dando cuenta de una comida o cena ( no hace falta que sea la más exquisita) y hablando por los codos. Digo esto porque el espejo - una de las fijaciones de Borges- me comunica insistentemente mi complejidad.


Vivimos tiempos de infancia estirada a impulsos de permisibilidad, pero hurtada a golpes de exigencia: ausencia de límites por una parte, búsqueda obsesiva de resultados y éxitos por la otra. Tras las horas de clase, "escuela" de fútbol, "escuela" de ciclismo, "escuela" de tenis, de danza, de ganchillo...; en fin, formalismo alejado del juego por sí mismo que debe caracterizar los años de niñez. Y la sobreocupación del tiempo, con lo educativo que es el aprender a aburrirse y que la "cabecina" nos suministre recursos, como una farmacia ambulante que nos dispensara medicamentos contra el tedio.


Finalmente, para rematar tanta deriva temática, un poema de Borges:




El remordimiento




He cometido el peor de los pecados


que un hombre puede cometer.


No he sido feliz.


Que los glaciares del olvido me arrastren


y me pierdan, despiadados.


Mis padres me engendraron


para el juego arriesgado y hermoso de la vida,


para la tierra, el agua, el aire, el fuego.


Los defraudé. No fui feliz.


Cumplida no fue su joven voluntad.


Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte


que entreteje naderías.


Me legaron valor. No fui valiente.


No me abandona. Siempre está a mi lado


La sombra de haber sido un desdichado.




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