lunes, 1 de marzo de 2010

Monadas



Estaba merendando un café con magdalenas cuando, al mirar la televisión, ví a un chimpancé con un teléfono móvil. Comprobé que tenía la tele encendida, y que lo que estaba presenciando no era mi propio reflejo. ¿ O sí? En cualquier caso, presté atención, que es lo único que se puede prestar en estos tiempos de megacrisis, ciclogénesis, pandemias virtuales, terremotos y festival de Eurovisión.


El reportaje - de interés humano, sin duda - contaba cómo unos turistas, en el zoológico de Saint-Paul (Minesota, EE.UU.), se habían acercado a su jaula (la del chimpancé) con la intención de sacarle una foto y, al hacerlo, el móvil les había caído dentro. Por lo visto, la reacción del mono fue la de acercar el aparato a la oreja y emitir una serie de sonidos guturales ( vamos, igual que si se tratase de un participante en Gran Hermano). Lo mejor vino después, cuando intentó - se veía claramente, estos programas de National Geographic son una maravilla- sacar una foto a sus visitantes. Amagó el inicio del enfoque, les miró, movió la cabeza a uno y otro lado con un gesto que parecía desaprobatorio y les lanzó el móvil en una acción más emparentada con la decepción que con el enfado.


Acabé la merienda sacando la conclusión de que un chimpancé con un teléfono móvil, aunque éste sea de última generación, sigue siendo un chimpancé.


"Con la civilización hemos pasado del problema del hombre de las cavernas al problema de las cavernas del hombre" piensa con meridiana lucidez el filósofo francés Edgar Morin. En el fondo, seguimos siendo aquel hombre primitivo, sin respuesta para las grandes preguntas existenciales: ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Dejará de ser hortera Cristiano Ronaldo?


Si me permiten los herederos de Joseph Conrad y la Sgae, yo diría más o menos lo mismo que Edgar Morin con estas otras palabras: "Del corazón de las tinieblas hemos pasado a las tinieblas del corazón".


"Papá, cambia de canal", dijo un niño a su padre cuando vió que la mañana estaba desapacible. Ante la ciclogénesis de hiperinformación y mundos virtuales, quizá sólo quepa como recurso defensivo cerrar las puertas con la sutil llave de una verdadera cultura humanista, en la que el hombre ( y la mujer ) sean los dueños de una desbocada tecnología que debe ser instrumento del ser humano y no su dios.

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