jueves, 24 de enero de 2013

Neandertales

En mi pueblo hay una cueva prehistórica. Estaba dando un día un paseo, mientras meditaba sobre la fascinante complejidad de la vida, capaz de entregarnos personas tan dispares como Brad Pitt y Cristóbal Montoro, cuando un coche, matrícula de Madrid, paró a mi lado y me interpeló: "Oiga, ¿usted viene de la cueva?" - así, sin "buenos días", ni nada-. "No. Yo tuve un virus de pequeño", respondí.
El filósofo francés Edgar Morin dice que, con la civilización, hemos pasado del hombre de las cavernas al problema de las cavernas del hombre. El gran Joseph Conrad tituló uno de sus libros imprescindibles "El corazón de las tinieblas" o, tal vez, "Corazón de tinieblas". El paso del primer título al segundo equivale a lo que, con otras palabras, explicaba Morin.
Uno, con una filosofía más de andar por casa, piensa que la evolución del ser humano ha hecho que pasemos del hombre de las cavernas al hombre de las tabernas.
Y ahora tenemos a un genetista intentando reproducir neandertales. Es lo mismo que, con otros medios, pretenden conseguir los gobiernos de turno: neandertales sociales, inoculados con el virus de la resignación infinita.
En espera de inmediatos y profundos acontecimientos, solacémonos con el fino humor de Urdangarín, cuya chabacanería parece ser proporcional a su codicia. Un neandertal sin clase, residente en una lujosa cueva de Alí Babá.

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