miércoles, 16 de enero de 2013

El tonto del pueblo

Eran tiempos oscuros de escuela, iglesia y cuartel, y calla que te doy una hostia. En la escuela había todo un arsenal de armas de tortura: palos, reglas, gomas del butano formaban la pedagogía del binomio conocimientos/sangre. En los bares se prohibía "blasfemar y hablar de política". La censura del cine llegaba a ser  surrealista, modificando diálogos, convirtiendo una relación adúltera en incestuosa ("Mogambo"). El campesino que cometía el desatino de trabajar su tierra en domingo, desafiando el Día del Señor, se arriesgaba a la multa subsiguiente. La mujer llevaba un burka social: necesitaba permiso de su marido -su dueño- para trabajar fuera de casa o abrir una cuenta corriente en un banco. La guardia civil clausuraba una romería o decidía la hora de cierre de un chigre, en función de la gratuita pitanza recibida. Libros prohibidos, músicas en exilio forzoso, lenguas perseguidas. Había detenidos en las comisarias que salían por las ventanas, sindicatos verticales y penas de muerte.
En este ambiente sórdido e irrespirable, la función del tonto del pueblo era terapéutica; de alguna forma, estaba subvencionada. Un país reprimido, inevitablemente, desemboca en el  humor zafio y cruel de reirse del débil, del vulnerable (la otra cara de la moneda es el baboseo peloteril ante el poderoso); de inteligente supervivencia, el humor deviene en sadismo encanallado. El tonto del pueblo era, pues, una figura entrañable, y realizaba una importante labor social, lenitiva y lubricante.
De aquellos años, de una dictadura militar tan añorada por algunos, hemos pasado, por el puente de una transición fraudulenta, a una dictadura financiera. ¿Ha desaparecido el personaje del tonto del pueblo, en estos tiempos de Internet y Jorge Javier Vázquez?, se preguntarán mis lectores de allende el Atlántico. Veamos: si tú coges, agarras y dices a un sueco -un suponer- que alguien ha calificado la mayor catástrofe ambiental de la historia del país como "unos hilillos de plastilina", que ese mismo individuo ha dicho que el cambio climático no existe "porque me lo ha dicho mi primo, que es científico", y que dicha eminencia se ha pronunciado sobre el problema del paro diciendo que "tengo las soluciones escritas en el papel, pero no entiendo mi letra", el sueco de marras te dirá que le estás hablando del tonto del pueblo.
Pues, no. Bueno, sí. Lo que pasa es que ahora el tonto del pueblo es el presidente del gobierno. En Europa han necesitado sólo dos tardes (aquellas en las que Jordi Sevilla mostraba a ZP los rudimentos de la economía) en advertir sus dos capacidades esenciales: incompetente y mentiroso. Bueno, vale, admitamos haragán como animal de compañía.
Lo malo es que el gobierno piensa que el tonto  del pueblo es el pueblo. Y en esas estamos.

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