viernes, 30 de noviembre de 2012

Erich Fromm y Hermann Hesse

Supongo que la adolescencia -¡tan lejos ya...!- viene con un pack de serie integrado por la curiosidad, un cuestionamiento permanente de la realidad y  cierto inconformismo visceral. En aquellos años setenta del pasado siglo, en un país lúgubre y silencioso, entre curas, maestros y guardias civiles, uno sobrevivía leyendo a Erich Fromm. El aire, en lugar de oxígeno, venía cargado de represión. Había autoritarismo en el núcleo familiar, en la escuela el maestro te medía la anatomía con una regla y, en la calle, el guardia civil podía darte un par de hostias. Al miedo se le denominaba respeto.
Así que cogíamos a Fromm: "El miedo a la libertad", "La patología de la humanidad", "El arte de amar", "Tener o ser"...En este último, leíamos que el vivir bajo la dictadura del tener -otra más- nos cosificaba, incluso en el lenguaje: ya no "nos dolía la cabeza", sino que "teníamos un dolor de cabeza". De igual modo, una cosa era "tener autoridad sobre", y otra muy distinta, "ser una autoridad en". Levantábamos la vista del libro, y veíamos ejemplos prácticos por todas partes. Fundamentalmente, aquello era un país formado por autoridades y vasallos. Sumisión, resignación y planes de desarrollo.
Dejábamos a Erich Fromm y pasábamos a Hermann Hesse: del ensayo a la narrativa, prolongando la exaltación del individuo como centro de su vida, con un discurso teñido de orientalismo.
"El lobo estepario", "Demián", "Bajo las ruedas", "Siddharta" y otras obras nos confirmaban la impresión de que la vida, la verdadera, estaba en otra parte. Y que, con la sangre, no entraba la letra, sino el odio.
Leíamos compulsivamente empujados por una doble circunstancia: la lectura, como refugio ante la mediocridad ambiental irrespirable, y como asunción de la orden de alejamiento que la estética -otra dictadura más- nos había impuesto respecto a las chicas, en un mundo que aún no conocía a la prima de Riesgo. 
Fromm y Hesse, razón y corazón, son pues una pareja de hecho unida por el budismo, sin Iglesia que los bendiga.
 

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