miércoles, 7 de noviembre de 2012

Callejeros



En la tarde de un cálido domingo del mes de agosto, Guillermo Carrascales pasea su aturdimiento congénito por las calles de Oviedo. Perseverante por naturaleza (Guillermo consiguió ser niño prodigio a los treinta y dos años), intenta atisbar algún síntoma que lo traslade al optimismo, en estos tiempos sombríos que padecemos. Carrascales no es optimista (no ve la botella medio llena), ni pesimista (no la ve medio vacía); Carrascales es inteligente, pregunta: "¿qué hay en la botella?".
En estas horas tórridas en las que lo encontramos, sus certidumbres se tambalean: acaba de ver la portada de una revista en la que se anuncia que Scarlett Johansson tiene celulitis. Medita con pesar sobre esta cuestión, cuando una dulce voz lo rescata de las sombras: "por favor... ¿la calle Martínez Marina?". A su lado, una muchacha salida de un cuento de hadas con final feliz le regala una mirada limpia y clara, como recién amanecida. Los ojos de Guillermo la ven linda, el corazón la ve buena. Lamentando no ser ventrílocuo, responde: "¿conoces la calle Rosal?". "No". "¿Y la calle Cabo Noval?" "Tampoco". "¿Y la de Manuel Llaneza?" "No". "Yo tampoco. De hecho, no creo que exista en Oviedo. Te acompaño, no vaya a ser que termines en la Tenderina". Y Guillermo, en esa compañía, se siente por unos minutos un marqués. Al despedirse, piensa si no habrá sido todo un sueño.
Poco después, la soledad y la tristeza forman un ménage à trois con la nostalgia, en el alma zarandeada de Carrascales. Delante del teatro Campoamor, se abalanza sobre él una mujer -supone- de andares inciertos, el Marca bajo el brazo, en la comisura de los labios un cigarrillo de alegría, el tatuaje del ex futbolista Butragueño en el cuello, con aspecto de habitar en la calle del Olvido, escupiéndole: "¿oye, colega: la calle Uría?". "Mira, tronco, allí tienes un municipal, pregúntale", le responde Guillermo, resignado a refugiarse en la bebida. 

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