lunes, 26 de noviembre de 2012

Inventario de desamores.

La mujer de Ernesto le ha dicho a Guillermo Carrascales, tomando una botella de sidra: "Cualquiera podría enamorarse de ti, incluso una mujer". Guillermo medita sobre dos cuestiones: la importancia en la frase del término "incluso", y si estará pagada la botella de sidra. Tras estas reflexiones, su cabeza le lleva a recordar brevemente su (lamentable, digámoslo ya) trayectoria sentimental.
Okupa involuntario, a muy corta edad, de una incubadora con los cristales ahumados, Guillermo tuvo su primer desencuentro amoroso en una clase particular, cuando, con acento entre tímido y dulce, una niña le preguntó: "¿Tienes un bolígrafo Bic?". "No me llamo Biz", le contestó Guille. Aquel fue el principio del final del comienzo de un idilio. 
Años después, ya adolescente, encontramos a Carrascales en una sidrería de la calle Gascona de Oviedo, donde piensa hacer la declaración (y no de la renta) a una muchacha de buen ver. En la mesa, un plato de lacón con grelos. Cuando Guillermo se sienta junto a  -ya dijimos que estaba "de buen ver"-  Ruperta, oye esta frase lapidaria: "No me gustas al lao". Guillermo se levanta y, sin decir palabra, se va. Mes y medio después, a punto de finalizar la caja de ansiolíticos, recibe una explicación: "Te dije que no me gustaba salao el lacón, majadero". Ya no hay vuelta atrás. No eran tiempos de Informática y su función "Reiniciar".
Queramos o no, estas experiencias marcan. Nuestro protagonista tiene dudas, sobre todo después de ver un documental sobre el budismo tibetano. Se plantea alejarse del mundo y sus peligros: esas mujeres que combinan un gran corazón con su buen gusto, regalándole simultáneamente amistad y calabazas. Pero una muchacha se cruza en su camino.
Estudiante de arqueología, curiosa y extrovertida, Guillermo cree ver en ella a su alma gemela: sólo le falta ser admiradora de Cruyff. La iglesia de Atapuerca se dibuja en el horizonte como prometedor certificado de un romance. La vida y Clotilde (los nombres de sus amadas no son generosos con Carrascales) le sonríen. Hasta que un día la evidencia se impone con toda su crueldad: está siendo utilizado -una ruina, al fin y al cabo- por su pareja para la tesis fin de carrera.
Tras la ruptura, Guillermo se refugia en la lectura de revistas y libros esotéricos: "Año Cero", "Caballo de Troya" y "La Segunda Transición", de José María Aznar. Pero, como yonki tras la heroína, nuestro amigo sólo tarda tres meses en reincidir. Una tarde del mes de agosto, mientras recoge hierba en un prado con la eficacia que le caracteriza (es decir, poca), una chica jovial le interpela: "Qué...¿de jardinero?". "No. Para eso, la Caja Rural". Ella, a lo suyo: "¡Qué bien, yo trabajo de jardinera en el Ayuntamiento de Avilés". Es el preámbulo del prólogo del prefacio de una amistad Yloquesurja, a prueba de malentendidos, difamaciones y sálvamedeluxes. La cosa promete. El corazón de Guillermo vuelve a latir con la ilusión de quien desconoce  decepciones. Pero el destino, como bien sabían los griegos, es inclemente. Críspula, como buena jardinera, le deja plantado una tarde primaveral en la que abre la puerta a un agente de libros del Círculo de Lectores, que le regala "Caballo de Troya", de J.J. Benítez. Guillermo intenta ahogar sus penas en un pub de Avilés cuando, inesperadamente, una joven le pide salir. "¿Contigo?", pregunta la ilusión por boca de Carrascales. "No, salir de aquí: son las cuatro de la mañana, y queremos cerrar".
Por primera vez en su vida, Carrascales medita acerca de la posibilidad de ponerse los hábitos: el hábito de beber, el hábito de fumar...Como medida inicial, recupera el póster de Humphrey Bogart y lo convierte en icono central de su habitación. Para desahogar su frustración, en un negocio de chinos adquiere un saco de boxeo, al que golpea con la saña con la que Mariano trata el Estado de Bienestar. Por unos meses (bueno, semanas; bueno, días..) los seres más lindos de la creación -no me refiero a los gatos-  se alejan de su cerebro. Hasta que un día, mientras merienda un café con suspiros (y también con galletas), al posar la mirada en el televisor ve a Soraya Sáenz de Santamaría...
(¿Continuará...por desgracia?).

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