martes, 4 de diciembre de 2012

Lo de Arturo

El actor -o lo que sea- Arturo Fernández ha ido a televisión, a decir que la gente que se manifiesta estos días en las calles es la gente más fea que ha visto en su vida. Lo ha dicho en Intereconomía, una cadena que se ajusta a Arturo con la precisión con la que lo hacen los trajes que con tanto esmero elige.
En sus inicios como proyecto de actor, Arturo escuchó que alguien (sin duda, con gran sentido del humor) lo citaba como "el Cary Grant español". Es como si vas al Alimerka, coges, agarras y a un tetra-brik de vino Don Simón le pegas una etiqueta de Marqués de Riscal. El caso es que parece ser que Arturo se lo creyó y, como dijo tío Oscar (Wilde), "un estúpido nunca se recupera de un éxito", que a un nivel más prosaico podríamos traducir por "un mediocre nunca se sobrepone a un elogio". Quizá de ahí provenga esa chulería rancia, pasada de moda, por la que el actor quedó paralizado en galán que se relaciona con las mujeres en un diálogo vertical señorito/criada, o su variante, señorito/mujer florero (o mujer/mujer, que dirían desde su Partido Popular). Y a ese personaje se ha consagrado, repitiéndose hasta la saciedad. Ya sé que también Bogart o John Wayne fueron actores arquetípicos pero, por favor, estoy hablando del tetra-brik Don Simón, no de Riojas Gran Reserva. A Don Simón hay que añadirle "Casera" (que serían los actores secundarios), para poder tragarlo.
Quedamos, pues, en que Arturo exhibe los ademanes decimonónicos del caballero que en el restaurante le coloca el abrigo a la señora, en un gesto obsequioso y demorado para, al llegar a casa, exigirle de forma imperiosa que le traiga las zapatillas. Arturo  frecuenta los salones volubles y anacrónicos de marquesas aburridas, mientras desconoce (y, por lo tanto, como todo ignorante, desprecia) el ilusionante y veraz latido de la calle. Por no conocer, ni siquiera parece haber llegado a él esa publicidad que dice: "La elegancia es una actitud".
Arturo, que repite de forma monocorde esas obritas teatrales acuáticas (incoloras, inodoras e insípidas) menosprecia, decimos, a la briosa gente de la calle, pretendiendo ridiculizarla. Una majadería que, como todas, define a quien la manifiesta.
Resulta paradójico el veredicto estético de este popular (y Popular) personaje, teniendo en cuenta sus inclinaciones políticas; un ejemplo: ese ministro de Economía y Desastre, un De Guindos en el que vemos al sargento chusquero estreñido de toda la vida. O ese Montoro, melifluo y taimado, como inquietante abuelito exhibicionista, que espera a los niños a la salida del colegio, cargado de caramelos. También ese Mariano, un tonto perpetuo que situaríamos de pantalón corto, jugando con un aro, en aquellos lejanos capítulo televisivos de "El chavo del ocho". Y qué decir del Aznar, melenudo a destiempo, con menos flexibilidad en el cerebro que en la mandíbula...
Arturo, pena me da decirlo, nació en Gijón. Nada es perfecto o, como decían al final de aquella espléndida comedia titulada "Con faldas y a lo loco", "nadie es perfecto". No  busquen a Arturo en películas de este nivel. Su cine se llama "No desearás la mujer de tu prójimo", "Tocata y fuga de Lolita", "Desde que amanece ya apetece"...títulos reveladores de la calidad de sus propuestas.
Y de su protagonista.
P.D. Este actor, tan patéticamente narcisista, no se merece una foto, así que pongo a un gato.
 
 

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