martes, 30 de octubre de 2012

Felicidad



Mientras meriendo un café con magdalenas, veo una entrevista en televisión: "¿Es usted feliz?". "No, soy Feliciano". En efecto, es el famoso tenista Feliciano López.
A pesar de que se ha demostrado científicamente que el hombre es el animal que más tiempo puede mantenerse sin pensar, la felicidad no es duradera. No es un estado, sino un instante. Un instante breve (pleonasmo), pero  eterno (oxímoron) por la huella de su intensidad.
Así que es importante estar despiertos, para no dejar escapar las ráfagas de dicha que tengan a bien concedernos los dioses, como entomólogos obsesivos que transmutamos el cazamariposas por nuestro corazón.
Cantidad y calidad, duración e intensidad, son conceptos que no caminan de la mano; antes bien, siguen direcciones opuestas: es que se cruzan, y ni se saludan. "Hay que ser sublimes sin interrupción", dijo Baudelaire, el de "Las flores del mal". "Imposible", me dije. "Casi imposible", me digo, desde que conocí a cierta persona, la única  que lee, generosa y resignada, todas las entradas de este humilde, digno y prescindible blog.
Esos insólitos relámpagos de felicidad que nos deslumbran de forma inesperada, nos hacen pensar por un momento que el mundo está bien hecho, que la vida tiene sentido, que las estrellas justifican las cloacas. Hasta que la realidad, airada,  nos devuelve de un empujón a la vida y sus aristas.
Pese a todo, se recomienda no ahogarse en un exceso de sensatez y, navegando con un punto de locura, coleccionar instantes venturosos, como escudos infranqueables contra la prima de riesgo.
La felicidad, esa utopía, es el inalcanzable Eldorado de cualquier tiempo. Por algo tiene nombre de mujer.

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