martes, 7 de julio de 2009

Unos zapatos


Bajaba caminando hacia la estación del tren cuando, en la acera de la derecha, vi unos zapatos. No es raro que alguien pierda unos zapatos, teniendo en cuenta las muchas veces que algunos perdemos la cabeza. Lo que me llamó la atención fue que estaban recién lustrados, como para ser exhibidos y no desechados.

Recordé aquella novela de la escritora sureña Harper Lee, "Matar un ruiseñor", en la que un bondadoso y pacientísimo viudo educaba a sus hijos, al tiempo que defendía a un negro acusado de violar a una joven blanca. Este relato fue llevado al cine, y protagonizado por Gregory Peck. En él se decía que para conocer a alguien era necesario "ponerse en sus propios zapatos".

También me vino a la cabeza un comentario de J. J. Millás acerca de la importancia de la visión tangencial en la mirada literaria: "los zapatos de Mario Conde estaban impecables por las suelas -acostumbrados a pisar moqueta y no caminos intransitables-".

Sentí simpatía hacia aquellos zapatos abandonados, sin nadie para quien caminar, que mantenían una pulcritud digna y a contracorriente.

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