lunes, 27 de julio de 2009

Vida, literatura y otras soledades



Sándor Márai es un excelente escritor húngaro de quien se está editando toda su obra. A la preciosa biblioteca que tenemos en este pueblín acaba de llegar "Diarios 1984-1989", en donde el autor nos relata sus últimos años: decrepitud física, hundimiento anímico, una persona devastada por la vida (libro no aconsejable para leer cuando uno está en el pozo). Después de haber sufrido los embates del nazismo primero y del comunismo después, Sándor se encuentra exiliado en San Diego, donde se dedica a cuidar a su mujer enferma y a una serie de lecturas recurrentes: poetas húngaros, Cervantes, Esquilo, Sófocles. En el lapso de unos pocos años, fallecen sus hermanos menores; el declive de su esposa se acentúa, y sucumbe tras una larga agonía; también muere, repentinamente, un hijo a quien el matrimonio Márai había adoptado. El propio escritor se encuentra medio ciego y casi imposibilitado para caminar...Sus reflexiones acerca de la vida son de una amargura absoluta: Sándor Marai se siente estafado. Finalmente, compra un revólver y, dos años después de adquirirlo, le da el uso que pretendía : se suicida pegándose un tiro.

Cambio de tema (o no tanto). La decepción de Sándor Márai ante la vida me lleva a recordar un poema de Constantino Kavafis, poeta de Alejandría:




Cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo,


lleno de aventuras, lleno de experiencias.


No temas a los Lestrigones ni a los Cíclopes*,


ni al colérico Poseidón,


seres tales jamás hallarás en tu camino, si tu pensar es elevado,


si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.


Ni a los Lestrigones ni a los Cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás,


si no lo llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante tí.


Pide que el camino sea largo. Que sean muchas las mañanas de verano


en que llegues -¡con qué placer y alegría!-a puertos antes nunca vistos.


Detente en los emporios de Fenicia y hazte con hermosas mercancías,


nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes voluptuosos,


cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas.


Ve a muchas ciudades egipcias a aprender de sus sabios.


Ten siempre a Itaca en tu pensamiento. Tu llegada allí es tu destino.


Mas no apresures nunca el viaje: mejor que dure muchos años


y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino


sin aguardar a que Itaca te enriquezca. Itaca te brindó tan hermoso viaje.


Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte.


Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.


Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,


entenderás ya qué significan las Itacas.


*Eso son monstruos mitológicos.




Y, como dicen de las cerezas, una cosa lleva a otra; después de Kavafis, me da por pensar en la poesía y su carácter minoritario dentro de la literatura. Si leer, al menos en este país, no se puede considerar como algo masivo, leer poesía es más raro que ceder el asiento en un transporte público (el ingenioso -y obeso- escritor inglés G. K. Chesterton decía que había cedido el asiento en el metro, y que lo habían ocupado tres señoras).


En el epílogo de su libro "Cálculo de estructuras", el poeta catalán Joan Margarit comenta, entre otras cosas: "a la poesía no le quedan más características que la diferencien de la prosa que la concisión y la exactitud. Un poema ha de entenderse. Lo que no puede ser es que a una persona que lleva años leyendo se le diga que no entiende un poema porque la poesía es difícil....una especie de ceremonia de autodestrucción de algunos intelectuales que parecen aspirar a una poesía que no dice nada leída por nadie. Escribir un mal poema que no se entienda es lo más fácil. Esta absurda posición ha provocado el alejamiento de la poesía de muchos lectores y lectoras".


Finalmente, dos poemas de este autor, en los que se ve que predica con el ejemplo (en el primero, es importante saber que una hija se le murió muy joven):






NOCHE DE JUNIO




Cuando salí del cine ya había oscurecido.


En aquel viejo parking, sin luz,


iba subiendo la rampa áspera y sucia


porque había aparcado en la terraza.


Dentro de mí también era dura la cuesta:


eran aquellos días, los primeros sin ti.


Pero al llegar arriba, en la intemperie había un cálido silencio


envolviendo la sombra de algún coche:


las baldosas rojizas, las barandas de hierro, delicadas y sencillas,


y latas con hortensias. De repente, al salir a cielo abierto,


un velo se rasgó y surgió la noche de un patio


con sus limpias galerías y sus iluminadas cristaleras


Me detuve sintiéndote muy cerca.


Y sintiendo que ya, en cualquier instante


podría hacer surgir tesoros de la muerte.






EL PRICE, 1948


Por la mañana, los domingos,


íbamos con mi padre. Me sentía perdido


entre la multitud que rugía, implacable,


alrededor del cuadrilátero.


Un luchador le daba una paliza al otro.


en el último asalto, sin embargo,


este se revolvía y lo arrojaba


desde el ring por encima de las cuerdas.




Era una función casi religiosa.


Dentro de mí aquel niño vive aún


entre el mismo fragor, pero hoy endurecido


como los luchadores. Igual que ellos,


ha debido aprender una estrategia:


saber que, en ocasiones, ha de ser abatido.


Que del fracaso y el dolor no salvan


la inteligencia ni la lucidez.


Que el final será siempre un mal final.




Sándor Márai, Constantino Kavafis, Joan Margarit... y tantos otros: antídotos contra la soledad, espejos para encontrarse a uno mismo.

P.D. : El de la foto de arriba es Sándor Márai.

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