lunes, 20 de julio de 2009

Días prescindibles



Desde luego, hay días en que es mejor no salir de casa. Y con mayor motivo si ya tenemos la autoestima en la UVI.

Era un viernes del mes de octubre; parecía que disfrutábamos de un verano tardío y melancólico. Subí al tren en las afueras de Oviedo, concretamente en un apeadero de nombre Las Campas. Llevaba en cada mano una bolsa de comestibles, y en el rostro la huella desfallecida de quien había recorrido un montón de calles a paso de legionario, huyendo de la tenaz persecución de una mujer (que pretendía venderme lotería). Nada más subir al vagón, comprobé que no había asientos desocupados; un señor longevo a quien le gustaban las flores - era octogeranio- se levantó para que me sentase. Apenas le había dado las gracias, cuando llegó el revisor: en vez de entregarme el billete, me miró fíjamente, quedó un momento en silencio y me dió dos euros.

Llegué a San Román entregado a amargas reflexiones. Nada más iniciar el camino hacia casa, una furgoneta cargada con lápidas se paró a mi lado y me preguntó si iba para el cementerio.

No repuesto todavía de tanto despropósito emocional, un coche matrícula de Madrid se detuvo y me lanzó a quemarropa : "¿Usted viene de la cueva?*" Ya no me quedó más remedio que improvisar en defensa propia: "No, lo mío fue de un virus que cogí en la infancia".

Hay días, incluso de calor, que es mejor cavar una zanja y meterse dentro.



*Cueva de La Peña, San Román de Candamo (Asturias)



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