miércoles, 22 de julio de 2009

De película



A mis años, el peine ya no se utiliza tanto para ordenar cuatro pelos como para capturar recuerdos: era un tórrido día de finales del mes de agosto, mediada la década de los años setenta, y nos encaminábamos al cine del pueblo. Cerca de él, una humilde mujer de nombre Socorro vendía diversas chucherías. "Voy al puesto de Socorro", dijo uno de mis amigos. "¿Ya?", le pregunté, perplejo ante ese gesto de terapia preventiva. A la entrada del cine, una ternera me miraba con ternura. "¿Qué hará esto aquí?", pregunté a mi amigo Alfredo. "¿No sabes que cada mes sortean una con el número de la entrada?" me contestó. "Lo llaman el día del espectador"; me explicó, al ver mi gesto de extrañeza.



Entramos. La película, "Sola en la oscuridad", de la encantadora Audrey Hepburn, parecía atractiva. La historia iba de una ciega a quien acosa un asesino sin escrúpulos. Dos personas, sentadas en las primeras filas, cogieron sus asientos - cuyos tornillos habían presenciado el inicio histórico del cine mudo- y marcharon con ellos para sentarse más atrás. De pronto, un inmenso trueno invadió el espacio; "aquí llega la tradicional tormenta de verano", pensé. Al instante, unas inmensas gotas de agua cayeron sobre las filas de delante; se abrieron unos paraguas. Una señora de mediana edad salió corriendo por el pasillo detrás de una gallina.



Recuerdo que dije para mí "ya no puede ocurrir nada más". Pues sí: de repente, se abrió bruscamente la puerta, irrumpiendo la ternera que rifaban; un espectador iracundo le dió un pase con un jersey, hubo una ovación generalizada y ... marchó la luz.


Afortunadamente, apareció el acomodador del cine provisto de linterna y paciencia, y unos minutos después consiguió desalojar al animal (la ternera). Esperamos que volviese la luz, mientras hablábamos de temas banales; uno de mis amigos me contó su cansancio en la última relación amorosa : su reciente novia se llamaba Visitación, y no era capaz de sacarla de casa.


Cuando llevábamos cincuenta minutos de oscuridad, alguien tomó la iniciativa de salir a reclamar la devolución del dinero de la entrada; detrás de unos fuimos otros, y el impactante argumento para no devolvernos ni un duro fue: "La película ya terminó, ¿no véis que ye ´sola en la oscuridad´?.


Eran los últimos coletazos de un cine humilde, entrañable y venido a menos; pronto llegarían, con la apertura, cines como el Palladium de Oviedo en donde, por fin, tendríamos la oportunidad de ver películas míticas (y sin censura). Sería nuestra particular llegada a la luna.

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