miércoles, 28 de marzo de 2012

Elogio del chigre

El asturiano, heroico marino superviviente de incontables naufragios, de espíritu socarrón y descreído, encuentra su particular templo laico en el chigre. Allí se dirige, llevando a cuestas infortunios y desdichas, alegrías y pequeños triunfos, a ocupar su lugar -siempre el mismo-, apoyándose en los amigos y una botella de sidra. El chigre es ese bar hermoseado de boina y madreñas, un lugar humilde y acogedor, con la calidez justa para que te sientas mejor que en casa, en el que alzamos la voz para ahuyentar la nostalgia y nos olvidamos del reloj si mañana no amanece. Un sitio de reunión sin cita previa, donde lamerse las heridas mandando al paro al psicoanalista; el refugio para el insoportable frío de la soledad que penetra el alma, en donde la melancolía se bate en retirada, vencida por la melalcoholía. Un espacio en el que corregir vidas ajenas, arreglar el mundo pero, también, encontrar la verdad en los matices; detrás de la barra, un cómplice anticipa nuestros deseos, y, confidente, nos da la absolución con una botella de cerveza.
Ahora que pretenden convertirnos en suizos arruinados, sanos, ordenados y neuróticos, es pertinente la reivindicación del chigre, ese centro social con derecho al pecado: un mar entrañable con mensajes en todas las botellas.

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