jueves, 23 de febrero de 2012

Urdangarín


"Suelen al hombre perder/la soberbia o la codicia" ("Milonga de dos hermanos", Jorge Luis Borges)

En la Odisea de Homero leemos que los dioses envían desgracias a los hombres para que sean cantadas por las generaciones posteriores. A Urdangarín la calamidad le ha llegado en forma de avaricia desmedida (pleonasmo), y, para más agravio, no con el objeto de que sus percances sean glosados por un sensible trovador de siglos venideros, sino para inútil y vacuo entretenimiento de "Sálvamedeluxe".
En la balanza de la estimación popular, el duque pone a su favor el porte atlético y elegante, junto a su pertenencia a la casa real, algo que el populacho suele contemplar con una mirada admirativa. Incluso las artes de tahur en su latrocinio podían ser objeto de cierta complicidad, en un mundo en el que las trapacerías son vistas con cierta comprensión por ser liturgias necesarias para acceder al becerro de oro. Sin embargo, los tiempos aciagos y devastadores que transitamos convierten en imponente cabreo la antigua devoción hacia los oropeles del encausado.

Esperemos que a esta justificada indignación no se le añadan unas gotas de provocativa impunidad, formando con ello un cóctel explosivo que desate la comprensible ira de los humillados y ofendidos.

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