miércoles, 22 de febrero de 2012

Lecturas


En casa no había televisión; estaban unos pocos libros y, casi a diario, el periódico. Aprender a leer fue como sacar un billete de viaje, un recorrido que nos transportaba de una realidad gris y, a menudo, sórdida, hacia países maravillosos. Años de Julio Verne, Emilio Salgari y Sandokán, novelas "del oeste", lecturas en las que, en general, buscaba mucho diálogo y huía de descripciones pormenorizadas. Estaba muy lejos aún de saber que la forma y el fondo son indisolubles, que la seducción de un relato radica en "cómo" se cuenta, que la fuerza de una historia está en la elección acertada de las palabras que la forman. Época en la que lo esencial es contraer el "virus" de la lectura. Tragaba libros de la biblioteca pública de forma compulsiva y desorientada, en una especie de bulimia lectora muy lejos de una correcta dieta mediterránea. Tenía unos diez años.
Dos o tres años después llegaron las lecturas de Dumas, Stevenson, Jack London, Miguel Delibes. Éste último ejerció una función de bisagra entre las primeras lecturas y otras de mayor calado. Delibes resultó un autor fundamental: sus historias -con las que un crío tenía fácil identificación-, ambientadas con frecuencia en el mundo rural, solían contar a menudo con niños como protagonistas. Y, además, el "enano-lector" ya tenía que enfrentarse con un lenguaje más elaborado.
Con 16-18 años, llega un vendaval de lecturas heterogéneas: de un lado, la eclosión del llamado "boom latinoamericano", con Cortázar, Rulfo, Carpentier, Lezama Lima, García Márquez, Onetti, Vargas Llosa, Ribeyro...; de otro, todo un arsenal soviético: Pushkin, Dostoievsky, Chéjov, Tolstoi, Gorki, Turguénev..., junto a algunos franceses: Sartre, Camus, Malraux, Stendhal, Flaubert, Proust. Del polvoriento, cálido y racista sur profundo de EE. UU.: Steinbeck, Flannery O,Connor, Caldwell, Carson McCullers, Truman Capote, Cormac McCarthy, William Faulkner...
A partir de ahí, el resto. La lectura supone una ascensión de peldaños; para disfrutar de las vistas que podemos obtener en el tercer piso, hay que pasar por el segundo: a Faulkner, Borges, Shakespeare... no se puede llegar desde "El código Da Vinci".
En la actualidad, metido en años, uno siente que hay demasiadas obras maestras por leer como para recalar en PérezRevertes, Juliasnavarros, Zafones y demás "librosmásvendidos": no hay tiempo para ellos, ni para aquellos que a las cincuenta o sesenta páginas no me hayan enganchado. Desde Melville hasta Márai, de Greene a Banville, la lectura es ese refugio intemporal que cauteriza las heridas de la vida y nos hace un poco como somos.

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