miércoles, 21 de diciembre de 2011

Las ciudades invisibles

Parece ser que, a finales de los años ochenta del pasado siglo, el capitalismo exacerbado se fue de rebajas a las boutiques de Reagan y Thatcher -tras dejar a los niños al cuidado del lacayo Gorbachov-, compró unas botas estilo neo-nazi, muy alabadas por los economistas de Chicago y, después de sacarles brillo con el betún de la caída del muro de Berlín, comenzó el laborioso y metódico esfuerzo de liquidar concienzudamente el estado del bienestar. En esta especie de IV Reich, el término "pobres" es la actualización del pack colectivo homosexual, gitano, judío...
Creo que lo cuenta E. Gibbon en su obra "Declive y caída del Imperio Romano": ante la propuesta de un senador de uniformar a los esclavos, se alzó rápidamente otro respondiendo: "¡Ni se te ocurra! Entonces se darían cuenta de cuántos son, y la fuerza que tienen". Mientras comienzan a arder las calles, recordemos a Italo Calvino en "Las ciudades invisibles":
"El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio".

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