viernes, 2 de diciembre de 2011

Escritores suicidas

David Foster Wallace, nacido en Ithaca -Nueva York-, decidió prescindir de la compañía balsámica del Nardil (un antidepresivo) y sus efectos secundarios; probó otras terapias, regresó a su medicación habitual. Terminó ahorcándose. Era uno de los escritores más prometedores de su generación. Sucedió en septiempre de 2008 y D. F. Wallace tenía cuarenta y seis años.
No parece muy exagerado afirmar que el riesgo laboral más común entre aquellos que ejercen la literatura es el suicidio. Yo definiría al escritor como a un suicida potencial a quien le gustan los gatos.
De los famosos (Hemingway) a los menos conocidos (Chatterton), es numerosa la pléyade de novelistas, poetas y ensayistas que se apean en marcha del tren de la vida. Recordemos algunos:
Alfonsina Storni, una poetisa nacida en Suiza y argentina de familia y residencia, fue operada de cáncer de mama. Ante la insistencia de algunos medios periodísticos, coqueteó con la quirología (predicción del futuro por las líneas de la mano). Terminó arrojándose desde una escollera, aunque una leyenda romántica - que incluso se tradujo en canción- cuenta que se quitó la vida penetrando en el mar.
Yukio Mishima, novelista japonés, vivió entre la reivindicación de las tradiciones niponas y una latente e incómoda homosexualidad. "Consecuentemente", se mató haciéndose el seppuku, más conocido en Occidente como harakiri, un ritual en el que, arrodillado, el suicida se clava una especie de puñal, y a continuación un ayudante (normalmente un familiar o amigo) le decapita. Ten amigos para esto.
Otros suicidas de su misma nacionalidad fueron Yasunari Kawabata, premio Nobel y autor, entre otras, de la novela "La casa de las bellas durmientes", que inspiró a García Márquez para escribir la prescindible "Memoria de mis putas tristes". Anteriormente, Ryunosuke Akutagawa - estos nombres japoneses no son aptos para disléxicos-, autor de relatos como "Rashomon" y "En el bosque" (que Akira Kurosawa llevó al cine), había dicho adiós al mundo ingiriendo veronal.
Primo Levi, quizá el que mejor escribió sobre los campos de concentración nazi -sabía de lo que hablaba- se tiró por las escaleras de su casa, en Turín. Tal vez ayudado por sus recuerdos de Auschwitz, tal vez por enfermedad, quizá por ambas cosas.
El italiano Cesare Pavese dejó escrito en su diario, el día anterior a su "autohomicidio": "Sin palabras. Un gesto. No volveré a escribir".
Stefan Zweig, tras viajar a Persépolis (Brasil) huyendo de la persecución nazi a los judíos, se suicidó con su mujer, asqueado del mundo que le había tocado vivir.
Otro suicida en compañía fue el escritor Heinrich von Kleist, que fue cambiando sucesivamente de novia hasta que encontró una que aceptó acompañarle en el último viaje.
La inglesa Virginia Woolf sufrió diversas depresiones y lo que hoy conocemos como trastorno bipolar; la Segunda Guerra mundial no benefició sus padecimientos. En el año 1941 se puso su abrigo, llenó los bolsillos con piedras y se arrojó al río Ouse. Tardaron casi un mes en encontrar su cuerpo.
De Hemingway está dicho casi todo: su participación en la Primera Guerra Mundial como conductor de ambulancias; la vida en el París bohemio de los años veinte; su apoyo a la causa republicana en la Guerra Civil española; la participación, como corresponsal, en la Segunda Guerra Mundial; sus años en Cuba y la escritura de "El viejo y el mar", su fascinación por las corridas de toros, la caza, los baños de adrenalina ...En fin, su superior destreza en el relato corto frente a la novela. Falleció de un disparo en la cabeza, no está muy claro si accidentalmente o de forma voluntaria empujado por un incipiente Alzheimer, su carácter depresivo, su alcoholismo.
Un caso aparte es el de Ambrose Bierce, escritor estadounidense, cuyos padres, de arraigada fe calvinista, pusieron a todos sus hijos -tuvieron trece- nombres que comenzaban por la letra a. Bierce escribió muchos relatos cortos cuyos protagonistas eran soldados; con más de setenta años, se subió al caballo y se adentró en Méjico, que estaba en plena revolución; los rumores lo sitúan con las tropas de Pancho Villa. Nunca más se supo de Ambrose Bierce, tras esta expedición que más parece la crónica de una muerte buscada. Carlos Fuentes escribió un libro sobre esta historia, titulado "Gringo viejo", y fue llevado a la pantalla con el protagonismo de Gregory Peck. Ambrose Bierce es también el autor de un sabrosísimo "Diccionario del diablo", en el que se pueden leer cosas como éstas:
Abstemio- Persona de carácter débil, que cede a la tentación de negarse un placer.
Aire- Sustancia nutritiva con la que la generosa Providencia engorda a los pobres.
Amistad- Barco lo bastante grande como para llevar a dos con buen tiempo, pero a uno sólo en caso de tormenta.
Boticario- Cómplice del médico, benefactor del sepulturero, proveedor de los gusanos del cementerio.
Celoso- Indebidamente preocupado por conservar lo que sólo se puede perder cuando no vale la pena conservarlo.
Conversación- Feria donde se exhibe la mercancía mental menuda, y donde cada exhibidor está demasiado preocupado en arreglar sus artículos como para observar los del vecino.
Economía- Compra del barril de whisky que no se necesita por el precio de la vaca que no se tiene...
Séneca, Sándor Marai, Silvia Plath, J.K. Toole, Jack London, Larra... el club de los escitores suicidas supera en número a los gatos que Hemingway tenía en Cuba (en ocasiones, hasta cincuenta).
Para alejarnos de tanta oscuridad, vamos con un par de anécdotas. Entra un muchacho en una librería y pregunta: "¿Tienen algo de Hemingway?. -Un momento, responde el librero. Mire, tenemos "El viejo y el mar".- Bueno -responde el chaval-... deme "El mar". El poeta Juan Manuel Roca desaconsejabe suicidarse borracho: "Es un problema; te suicidas y al día siguiente no te acuerdas de nada".
La foto de arriba es de Virginia Woolf. Llama la atención su mirada melancólica y ensimismada.

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