miércoles, 3 de junio de 2015

Pérez Reverte, Arturo

Los lectores de poca lectura, aquellos que permanecen estáticos -que no extáticos- en las ciénagas de las listas de libros más vendidos, lo llaman Reverte. No conocen a Javier Reverte, ni mucho menos a Jorge M. Reverte, escritores que, aún siendo menos populares, le dan mil vueltas a Arturo. Basta con leer cualquiera de los libros "viajeros" del primero (pongamos "Corazón de Ulises"), o alguno de los de Jorge sobre la reciente, y tristísima historia de nuestro país (un ejemplo, "La furia y el silencio"), para llegar a la conclusión de que las novelas de Arturo Pérez Reverte son de segunda fila.
Arturo Pérez Reverte avanza por la intrincada selva literaria a golpe de testosterona. Uno ve en él a la cabra de la Legión avanzando, impertérrita (pero, eso sí, marcando el paso ante las autoridades), jaleada por el populacho. Muchas de sus novelas, de capa y espada decimonónica, no son otra cosa que un Alejandro Dumas a quien Arturo le ha hecho un lifting. En ellas vemos mucho soldado español, casquivano pero valiente,  con una honestidad basada en principios inmutables (vamos, los de toda la vida) enfrentado a pérfidos foráneos, cobardes y lameculos. Al cocido literario le echa un poco de corruptelas de los que mandan; como Cid Campeador, Arturo proclama "qué buen vasallo si hubiese buen señor".
En su faceta opinante como columnista/tertuliano, Pérez Reverte es un moralista justiciero escandalizado por la incultura y corrupción del país en el que vive. Ahí introduce mucho exabrupto, calculado para fabricar esa imagen rompedora, ese personaje prefabricado que dice las verdades al lucero del alba (sobre todo si da réditos la nocturnidad). El taco, que oportunamente puede perseguir  una frase, perfilándola, dándole brillo, se transmuta aquí de complemento en protagonista: primero se suelta el "gilipollas "(un suponer) de turno, y luego ya se verá con qué palabras lo arropamos.
En definitiva, Arturo Pérez Reverte me resulta, como escritor, un autor de novelas prescindibles, y como personaje todo un engaño (un "montaje" diríamos en estos tiempos) muy oportuno para la simple visceralidad de aquellos que "lo tienen todo muy claro". ¡Qué lejos estoy yo, pescador de sueños en un mar de dudas!.

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