viernes, 20 de mayo de 2011

Primavera






Stéphane Hessel es un joven francés de noventa y tres años, con una vida digna de ser llevada a la gran pantalla: permanente defensor de las causas perdidas, luchador infatigable, fue participante en la Resistencia francesa y superviviente a los campos de concentración. Actualmente, es la única persona con vida de aquellas que en 1948 elaboraron la Declaración de los Derechos Humanos. Este hombre admirable es el autor de un pequeño libro titulado " ¡Indignaos!" que en Francia lleva vendidos más de millón y medio de ejemplares, una cifra que aquí habría que reservar para best-sellers tipo "Código Da Vinci", Stieg Larsson, las memorias de Belén Esteban o los apuntes de clase del psicoanalista de Mourinho. En la edición española está prologado por José Luis Sampedro, otro sabio venerable de noventa y pico de años.

Pues bien, el título del libro ha servido como seña identificativa- "indignados"- de esa multitud de jóvenes y no tan jóvenes (aunque sí de espíritu) que estos días se dedican a acampar pacíficamente en muchas capitales españolas, hartos de una realidad obscena (recordemos que "obsceno" era, para los griegos, aquello tan grosero que no debería salir en escena), de unas reglas del juego con sabor a estafa, de dados trucados en los que el bipartidismo - dos partidos y una misma política- se sirve, en beneficio propio, de una ley electoral indecente; en definitiva, de unos políticos que alimentándose de votos humildes cenan a diario en la mesa del poderoso.





Estas manifestaciones, tranquilas, cívicas y responsables, son una denuncia contundente de una realidad sociopolítica bochornosa, y su carácter de inesperadas ha cogido en fuera de juego a los actores políticos, que no saben muy bien hacia dónde mirar ni qué música tararear, excepto la facción megaultrafacha, que como siempre ve en estos actos una conspiración de los sindicatos, Rubalcaba, el parque de bomberos, los catalanes, y el FMI (Frente de Mendigos Independientes).





En el París del 68, la pareja de hecho obrero-estudiante devino en ventilador de una realidad arcaica, cuestionando un rancio sistema de valores. Cuarenta y tres años después, otro mayo nos ofrece motivos para la esperanza, con estas personas justamente cabreadas ("indignadas") cansadas de ser actores involuntarios de una película chabacana, en la que el director hurta su presencia tras la cámara, utilizando a unas marionetas a las que llamamos "políticos".





Que continúe la fiesta.






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