lunes, 5 de febrero de 2018

LA QUE SE AVECINA



LA QUE SE AVECINA

Parece ser que, a finales de los años ochenta del pasado siglo, el capitalismo se fue de rebajas a las boutiques de Reagan y Thatcher -tras dejar a los niños al cuidado del mayordomo Gorbachov-, compró unas botas estilo neo-nazi muy alabadas por los economistas de Chicago y, después de sacarles brillo con el betún de la caída del muro de Berlín, comenzó el laborioso y metódico esfuerzo de liquidar el Estado de Bienestar. En esta especie de IV Reich, el término "pobres" sustituye al colectivo homosexual/ gitano/ judío.
Lo cuenta E. Gibbon en su obra "Declive y caída del Imperio Romano": ante la propuesta de un senador de uniformar a los esclavos, se alzó rápidamente otro respondiendo: "¡Ni se te ocurra! Entonces se darían cuenta de cuántos son, y de la fuerza que tienen". Los hilos de la dignidad se enhebran en el telar de la solidaridad, un telar que intenta desmantelar el poder. A este no le gusta que la unión haga la fuerza: es más partidario de que la fuerza deshaga la unión.
Cuando al poder económico todo le está permitido, y el político tiene un papel testimonial, la liturgia del voto cada cuatro años alcanza el valor de democracia degradada. El ser humano, que se dignifica en la reflexión, en el pensamiento propio, que se desarrolla en el contacto con los demás, necesita de la autonomía de la política, y que la ley sea un arma contra el abuso del poder.
La "crisis" ha alcanzado sus objetivos: una sociedad con menos derechos para la ciudadanía, con salarios más bajos, con el Estado debilitado, con servicios privatizados, y con la socialización de la deuda privada (a la que se esconde eufemísticamente bajo el manto de "la deuda soberana"); la resignación sin alternativas, el miedo paralizante, la religión economicista a quien hay que sacrificar decimales humanos en una liturgia de ofrenda al dios Consumo.
La suspensión de la política por imperativo económico es un medio imprescindible para consagrar -y aumentar- los privilegios de los que más tienen. La mal llamada crisis es, en palabras de David Harvey, "un golpe de Estado que distribuye la riqueza hacia arriba".
Tras el capitalismo industrial, estamos ante un capitalismo financiero, virtual, volátil y ubicuo, que ejerce en el casino global con habilidades de trilero.

Para colmo, la aparición de Ultravox, hijo natural del Partido Popular, aporta un plus de lógica inquietud, ante la amenaza de regresar a tiempos que ya creíamos felizmente superados. Una oferta demandada por aquellos que consideraban a Rajoy como un traidor a la causa, y a su lectura cotidiana, el Marca, como el Mundo Obrero. 

Vox, ya digo, es ese hijo natural -muy parecido a su progenitor- que dice palabrotas. Un hijo que, con su zafio ímpetu fascista, gusta mucho a aquellos desencantados de un PP mariano, metido en carnes, que había renunciado a los abdominales de Aznar.

Por otro lado, la llamada izquierda se encuentra buscando el gps perdido entre escenografía, luchas intestinas y culto a la personalidad, mientras que el errático Pedro Sánchez lidia con una compleja situación, entre el soberanismo catalán y el parque jurásico de su partido.

Tal vez no sea mala idea recuperar a Gramsci y oponer, al pesimismo de la razón, el optimismo de la voluntad.

Mientras tanto, ante la cita del 28 de abril, cabe esperar que la ciudadanía se dé cuenta de cuánto se juega. A algunos no nos apetece volver a ver el NODO, sea éste con Franco pescando salmones o con Abascal cazando ciervos.

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